Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El combo de la cañona

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Días atrás una amiga contaba una experiencia doméstico-comercial, que de tanto repetirse y de tanto que molesta, siempre se mira como algo singular. Según el relato mañanero, la señora llegó a un establecimiento a comprar unos condimentos y ahí mismo apareció el cubo de agua fría.

Por suerte el ambiente estaba cálido, porque, de lo contrario, junto con el asombro y la boca abierta de seguro hubiera terminado con una neumonía. Porque cuando dijo muy suave: «Por favor, me da un paquetico», enseguida se encontró con otro tono más delicado aún, que le informó: «Tiene que comprar el combo completo».

Ahí llegó el paro maxilofacial. Ni que la cosa fuera con Taylor Swift. «¿El qué…?», preguntó la amiga. «El combo —respondieron—. El condimento se vende ahora junto con estos productos. En un combo». «Pero es que yo no quiero esas cosas, no me hacen falta —aclaró la cliente—. Solo quiero una: el paquetico de orégano». «Lo sentimos —dijeron con cara de lástima—, tiene que llevarse el combo».

Ahí empezó un torneo a lo Roland Garros, de que sí y que no, de que mira pero tal vez, hasta que la amiga abrió el monedero y dijo: «Deme, deme esa cosa». Y para su casa partió: por el camino más largo para refrescar la cafetera de la incertidumbre, de la derrota, de la tristeza. O para decirlo mejor: la del encabronamiento. 

El caso es que si fuera un ejemplo aislado, a lo mejor pasaba. Sin embargo, esas anécdotas se reiteran tanto, en otros lugares, en otros establecimientos, con otros productos, que ya da para pensar en una verdadera tendencia.

El meollo del asunto es sencillo. Al tener un inventario de artículos ociosos, la salida más rápida, la más «inteligente», la más viable y también la más oportunista consiste en armar un paquete donde el producto de mayor demanda, el más necesario, se junta con los otros.

Al final el asunto se vuelve muy simple: lo tomas o lo dejas. A la cañona. Con sonrisitas o cara de yo no fui o la de un matarife a punto de iniciar su faena, como lo quieras tomar, porque si vas a otros lugares te encuentras otra novela, pero con el mismo guion. O no encuentras lo que buscas. Punto.

Después llegan los balances del año y aparecen las cifras del cumplimiento. Y detrás de la aparente frialdad de los números está el dos más dos dando nueve porque el resultado se alcanzó sobre la insatisfacción del cliente y por el facilismo empresarial.

No está mal que se piense en el convoyado dentro de una alternativa comercial. Pero de ahí a convertirla en el chivo expiatorio para salir de lo que tengo embarretinado en los almacenes hay un trecho, y ese camino se hace más grande todavía cuando se quiere hacer a costa del bolsillo de la población.

¿Por qué no se piensa, por ejemplo, en una rebaja de precios dentro de un adecuado margen comercial? ¿Por qué no se calculan las ganancias que se obtendrían al vender un determinado producto y como premio se le regala un artículo ocioso al visitante, como se hace en miles de centros comerciales del mundo?

Vaya, que preguntas sobran como alternativas hay. El problema, uno de ellos, es que junto con la inflación en Cuba existe la fiebre de los precios, que parece más dañina que la generada por el dengue. Todos quieren ganar mucho y en poco tiempo, y el mecanismo más expedito es subirle la temperatura a los números en el mostrador.

Y como desde hace muchos años en el país existe un mercado de altos ingresos, el asunto, en apariencias, queda en familia a pesar de que en los almacenes y las áreas de venta se estanca la cantidad más variopinta de mercancías porque no hay tanta gente para meterle el diente como se aparenta.

Mientras tanto ahí están esos actores. Sean estatales o no, diciendo que hacen cosas nuevas cuando en verdad lo que parecen son marchantes con la ropa vieja del escaparate. Es decir, comerciantes que hacen lo mismo en tiempos nuevos. Por eso, no está de más recordar algo. Que ahora las quejas y sugerencias llegan por las redes sociales. Y no se pongan bravos, como los clientes de la cañona.

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