Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El círculo azul de la memoria

Autor:

Osviel Castro Medel

 

A veces la vida dibuja círculos casi perfectos, que sorprenden y hacen levitar.

Lo escribo porque en este instante, viajando hacia el pasado, recuerdo el día en que un equipo de prensa llegó a la vocacional holguinera José Martí para reflejar en un reportaje el quehacer de aquella escuela azul y majestuosa, hoy lamentablemente lesionada por varios lados.

Corría el año 1987 y, días después de aquella visita, un domingo, me sorprendí al ver en un periódico que, entre las numerosas fotos tiradas por los reporteros, una de las escogidas era la de un niño corriendo en una cancha de baloncesto.

Ese niño flaquísimo y pequeño era yo, el mismo que entonces no imaginó que 12 años después publicaría su primera información en el propio medio de prensa de aquella foto: Juventud Rebelde.

Ahora, en medio de las celebraciones por los 60 años de esta editora, miro ese círculo y no veo ni un mínimo mérito personal, sino el hilo de una suerte inmensa.

Aquel niño llegó, sin proponérselo, a la casa azul ―como le decimos con cariño―, y allí se encontró con verdaderos maestros: Luis Sexto, Juana Carrasco, José Alejandro Rodríguez, Ricardo Ronquillo, Marina Menéndez... y muchos otros que están implícitos; con profesionales «ranqueados», con personas que hacían periodismo contra reloj y contra carencias, pero casi siempre con el deseo sagrado de contar historias que valieran la pena.

Y lo mejor es que también conoció a un grupo de excelentes corresponsales: desde el tunero Juan Morales ―enciclopédico y escritor de trabajos refrescantes― hasta el desaparecido villaclareño Nelson García Santos, laborioso como pocos y encontrador de noticias debajo de las piedras.

No es el momento para contar las anécdotas delirantes en la madrugada de la camagüeyana Yahily Hernández, ni para hablar de la candidez de la santiaguera Odalis Riquenes, tampoco para comentar sobre las pesquisas en el mar y más allá del matancero Hugo García, ni los cuentos de Dorelys Canivell (hoy diputada por Pinar del Río) o el chiste que un antiguo administrativo le soltó al avileño Luis Raúl Vázquez, el segundo de los corresponsales que se convirtió en Doctor en Ciencias de la Comunicación, después de la espirituana Lisandra Gómez.

En esta casa inmensa, que ha experimentado altibajos, momentos de esplendor y de declive, aquel niño de la foto ha aprendido a tener hermanos ciertos, consejeros en el tiempo de los errores, amigos en las malas y las buenas.

En esta casa azul aquel niño ha recibido las llaves para sentarse frente a personas que son pedazos vivos de la historia, como el preso número 88 de Auschwitz, Sigmund Sobolewski, o para reseñar una actuación de la gran Omara; o incluso, para «batirse» en duelo de preguntas y respuestas con Pachy Naranjo, Cándido Fabré, Antonio Pacheco, Víctor Mesa y Carlos Martí.

Pero, acaso lo más importante es que le han enseñado que la grandeza del periodismo no está solo en indagar sobre las grandes personalidades, sino también —y, sobre todo― en dibujar la dignidad profunda del barredor de calles, en la sabiduría callada del obrero, la paciencia infinita del maestro, la ternura de una mujer que tuvo que cuidar a su hijo encamado toda una vida.

Creo, sinceramente, que Juventud Rebelde no es solo un periódico; es una familia, un signo, un modo de hacer.  Aquí he comprendido, con los golpes y los besos del día a día, que la crítica debe ser constructiva, edificada con las manos limpias y con el equilibrio, no para destruir, sino para ayudar a construir.

El niño de la foto de 1987 solo corría persiguiendo un balón que pudo ser imaginario. El hombre que soy hoy sigue por el mismo camino, más espinoso, pero ahora es el relevo lo que importa. Importa pasar la antorcha entendiendo que cada historia publicada ha de ser un acto de fe para intentar remendar un pedacito del mundo. Esa sigue siendo la carrera mágica de esta gran casa azul.

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