MI amiga y su esposo dedican cada año uno de los dos meses estivales de receso docente a alejar a sus hijos de las pantallas. Desde que lo supe aplaudí esa idea porque no se trata solamente de retirarles de su cotidianidad los artefactos tecnológicos, sino de que todos juntos, cual familia que son, preparan mochilas y casas de campaña y comparten ese tiempo al natural, como dice ella, al ritmo de la naturaleza, haciendo senderismo, acampando cerca de ríos y bellos paisajes, aprendiendo a sobrevivir y a disfrutar del mundo en su versión más pura.
Viven en Canadá, pero eso no marca la diferencia de la esencia de esta iniciativa, porque si un ejemplo cubano hace falta, sé de la teatróloga y escritora Isabel Cristina, quien mantiene la misma idea en varios momentos del año con su esposo y sus dos hijos, con quienes viaja a distintos puntos de nuestra geografía, a veces poco explorada, y, además, publica en sus redes sociales fotos y relatos de cada experiencia.
En cualquiera de los casos, y en otros que quizá existan —felizmente— el principio es compartir el tiempo con otras personas, propiciar o consolidar vínculos afectivos, aprovechar la experiencia en beneficio propio y aprender a disfrutar de la vida sin que la adicción —porque el término también puede emplearse en este contexto— limite el esparcimiento.
En la era digital, la tecnología ha transformado la forma en que todos, y en particular, los más pequeños, interactúan con el mundo y no podemos negar la presencia de pantallas en sus vidas, ya sea de un tablet, un teléfono celular, una computadora o un televisor.
Sin embargo, esta omnipresencia conlleva preocupaciones serias sobre el impacto que puede tener en el desarrollo emocional, social y físico de los infantes. Por ello, es importante promover momentos en que los niños se alejen de las pantallas y redescubran el valor del contacto humano y la exploración del entorno.
Estudios indican que el uso prolongado de dispositivos electrónicos puede acarrear obesidad, trastornos del sueño y dificultades en la concentración. La actividad física queda remplazada por un comportamiento sedentario que a menudo se traduce en hábitos poco saludables. Por tanto, fomentar períodos de desconexión es vital para garantizar un desarrollo equilibrado.
Por cierto, más allá de los efectos físicos, el uso constante de pantallas impacta también en el desarrollo emocional y social de los niños. Las interacciones cara a cara son fundamentales para adquirir habilidades sociales, como la empatía, la comunicación y la resolución de conflictos. La dependencia de dispositivos digitales puede dificultar estas competencias, y crea una generación que, a pesar de estar conectada virtualmente, se siente aislada en el mundo real. No es raro escuchar historias de niños e incluso adultos que, aun rodeados de amigos virtuales, sufren de soledad.
La creatividad es otra área que se ve afectada por el tiempo prolongado frente a las pantallas. Fantasías infantiles y juegos imaginativos son esenciales para el desarrollo cognitivo. Pasar horas consumiendo contenido pasivo limita la oportunidad de que los niños inventen sus propios juegos, cuenten historias o se adentren en la exploración del entorno. La naturaleza, los deportes y las artes ofrecen un espacio invaluable para estimular la imaginación y el pensamiento crítico.
Considero que padres, educadores y cuidadores deben apostar de manera activa por actividades sin pantallas. Las actividades al aire libre, como paseos, deportes o simplemente jugar en el parque, permiten a los pequeños experimentar el mundo de una forma que ninguna pantalla puede replicar.
En todo caso pienso que es importante establecer un equilibrio en el uso de la tecnología. En lugar de eliminar por completo las pantallas realmente se puede educar a los niños sobre su uso responsable y consciente. Fomentar momentos de calidad en familia, como ver películas juntos y discutir su contenido, puede transformar una actividad pasiva en una experiencia enriquecedora.
Retomando la desconexión de las pantallas como tema central de mis líneas, recuerdo que es una oportunidad única para reconectar con uno mismo y con los demás. Al fomentar un estilo de vida que valore momentos sin tecnología, estamos ayudando a preparar a las futuras generaciones para un mundo donde el equilibrio entre lo digital y lo real sea una prioridad.
Desconectar para conectar debe convertirse en una prioridad en nuestra sociedad, para asegurar que nuestros pequeños no solo pueden crecer en un mundo virtual, sino que también están en condiciones de disfrutar de una infancia plena, rica en experiencias, relaciones y aprendizajes.