Mal Tiempo es una de las principales acciones bélicas de la campaña invasora hacia occidente. El 15 de diciembre de 1895 —pronto hará 130 años— huestes mambisas bajo el mando de los mayores generales Máximo Gómez y Antonio Maceo destrozaron una agrupación de tropas enemigas a la que ocasionaron más de 300 bajas, entre ellas 147 muertos, frente a las cuatro bajas fatales y los 42 heridos de los insurrectos que, como botín de guerra, se alzaron con 150 fusiles Máuser, 60 fusiles Reming-
ton, seis cajas de municiones y caballos, así como con el botiquín de campaña, el archivo y la bandera de uno de los regimientos contrarios. Curiosa y sorprendentemente, los cubanos, como sucedería después no pocas veces, enfrentaron al enemigo con una angustiosa falta de municiones —solo dos cartuchos por soldado— lo cual impuso el uso del machete en su espléndida acometida.
Se cuenta que antes del combate, Gómez comentó a Maceo sobre la escasez de municiones para acometer la acción, a lo que el Titán respondió: «¡Con los machetes basta, General!», y el Viejo, acostumbrado a esas hombradas, estuvo de acuerdo, asegura el historiador Manuel Fernández Carcassés.
El 22 de octubre de 1895 salía de Baraguá la columna invasora mandada por el general Maceo. No sin percances entra en Camagüey, el 8 de noviembre, y el 29, sin grandes contratiempos, cruza la trocha de Júcaro a Morón para encontrarse con Gómez en San Juan. Luego, ya en el campamento del General en Jefe, en el enclave de Lázaro López, escenario de notables victorias mambisas durante la Guerra Grande, definen juntos los derroteros de la invasión. «El día que no haya combate, será un día perdido o mal empleado», dice Gómez.
Ya en Las Villas, la columna se fortalece con la incorporación de las tropas dirigidas por los generales Serafín Sánchez y Carlos Roloff, y se le separan 400 hombres que, a las órdenes de Quintín Bandera y José Miguel Gómez, enfrentarán al enemigo en Trinidad y destruirán la riqueza de la zona.
«En Las Villas, Gómez y Maceo combaten juntos, y juntos escriben páginas de gloria», narra el ya citado Fernández Carcassés. Combates como el de La Reforma, el 2 de diciembre, e Iguará, el día 3, mientras que entre el 4 y el 8 la columna prosigue su avance para pasar por las localidades espirituanas de Ciego Potrero, El Remate, Sabanilla, Río Zaza y Las Pozas. El día 5, en Ciego Potrero, el gobierno se separa de la columna, a la que acompañaba desde Baraguá, y Cisneros Betancourt, presidente de la República en Armas, entrega a Maceo una bandera cubana bordada por señoras camagüeyanas con la encomienda de que la hiciese ondear en el Morro habanero, bandera que, muy estropeada, aún se conserva, se dice, en el Museo Histórico de Camagüey.
El 9 de diciembre la columna combate en Casa de Tejas, el 11, y durante horas, en Manacal y el 12, en El Quirro, la carencia de municiones vuelve a hacerse angustiosa, al punto de que Gómez llega a exteriorizar la posibilidad de detener la invasión; pero Maceo se opone porque, dice, él iría hasta el extremo occidental de la Isla, aunque tuviera que abrirse camino a machetazos. Recapacita Gómez: si no hay expediciones que traigan armas y cartuchos del exterior, no hay más alternativa que arrebatárselos al enemigo.
Tras el combate de Siguanea, el 13 de diciembre, los invasores tienen el camino expedito hacia Cienfuegos. Llevan órdenes de incendiar cañaverales, trenes e ingenios azucareros… todo lo que pueda servir a España, pero respetar las propiedades de los hacendados que no manifiesten hostilidad hacia la Revolución y colaboren con ella.
El día 14, la tropa hace noche en La Lomita, y a la mañana siguiente levanta campamento. Se internaría en la zona que los españoles llaman La Ratonera y en la que esperaban aniquilar a los invasores.
La Ratonera la conforma un triángulo con vértices en Santo Domingo, Cruces y La Esperanza, pueblos que por ferrocarril se comunican con Cienfuegos, la plaza fuerte que ha recibido no pocos refuerzos en los días precedentes. Una zona rica en cañaverales que los insurrectos van quemando a medida que los rebasan.
Maceo marcha a la cabeza de la columna; Gómez va al centro, con Serafín Sánchez y Loynaz del Castillo. De pronto detiene su caballo: intuye al enemigo, lo huele. Dice a Serafín: «Se hace inevitable un combate y grande… Quizás aquí mismo…».
Se le acercan dos exploradores con dos detenidos. En efecto, los españoles avanzan hacia ellos por el camino de Mal Tiempo. Manda Gómez recado a Maceo, que modere la macha y lo espere. Se ponen de acuerdo. Dice Gómez al teniente coronel Cepeda, jefe de la vanguardia: «En cuanto divise al enemigo, cárguelo sin disparar un tiro; detrás vamos nosotros». Maceo sonríe. Dice a su Estado Mayor: Ahora sí entró la nave en altamar.
Cepeda no puede cumplir la orden, pues el enemigo, protegido por los cañaverales, dispara sin cesar. Pero Maceo tiene bien organizado su plan, y, escribe Miró Argenter en una de sus crónicas: «Al galope de su fogoso caballo moro, parece que no toca la tierra». Vuela hacia las filas enemigas, seguido por sus hombres. En tanto Gómez, «clavado en su montura», corre delante de sus jinetes.
Toca el clarín la orden de a degüello. En su galopada, tropieza Maceo con una zanja profunda y una cerca de alambre que le cierra el paso y lo demora. Pero Gómez tiene abierto el campo y llega primero ante el enemigo formado ya en cuadro.
No es juego lo que les cae encima a los españoles. Pese a sus 60 años, el Viejo, con su ayudantía y la escolta, se mete en el cuadro enemigo y machetea a todo el que se le pone delante.
Llega Maceo al frente de la caballería oriental. Carga contra el cuadro español por aquellos sitios donde aún está formado, pese a la muralla de bayonetas que se le opone y que dispara sobre los mambises sin cesar. Nada logra detenerlos. Gritan mientras cargan: ¡Arriba Oriente! ¡Viva Maceo! ¡Al machete!
Quince minutos fueron suficientes para destruir a la tropa española. Gómez y Maceo deshacen uno tras otro los cuadros españoles y la desmoralización enemiga es completa. Huyen algunos como ratas; otros, paralizados por el terror que les ocasiona la carga de la caballería, esperan mansamente la muerte.
Arriba un refuerzo español al lugar de la acción. Los hombres de Maceo lo contienen y dan tiempo así de que la columna invasora prosiga su marcha hacia occidente. No demora en aparecer un nuevo refuerzo. Llega en ferrocarril y Gómez le da una carga endemoniada que obliga a sus integrantes a huir del tren y buscar amparo en el ingenio Teresa. Incendian los mambises el tren y siguen su marcha.
La batalla de Mal Tiempo ha terminado. La invasión, dando candela, entraba en la provincia de Matanzas.
Escribe Fernández Carcassés:
«En medio del entusiasmo que la victoria de Mal Tiempo supuso, se incorporó a la columna invasora el joven médico habanero Juan Bruno Zayas, al frente de unos 600 soldados villaclareños, lo que significaba un notable refuerzo. A partir de ese momento, Zayas, por su valentía, su sinceridad y su modestia, se fue ganando no solo la confianza, sino la admiración de Maceo, quien llegó a decir: Si muero, Zayas será el jefe de la fuerza invasora».
Fuentes: