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Inventivas picapedreras

Los cálculos renales son afecciones frecuentes que han alentado el impulso de revolucionarios tratamientos conocidos como litotricias

Autor:

Julio César Hernández Perera

Quienes las han padecido expresan que las piedras en las vías urinarias (también conocidas como litiasis o cálculos renales) causan uno de los dolores más fuertes que se puedan experimentar. Y los hombres, sin saber realmente cómo es, llegan a compararlo con un dolor de parto.

Los cálculos renales llegan a avivar molestias al dilatar las cavidades renales por obstrucción en la salida de la orina. Es una enfermedad reconocida en el ser humano desde tiempos prehistóricos.

Tras indagar en la historia se pueden distinguir como tres las primeras operaciones electivas practicadas por el hombre: la circuncisión, la trepanación, y la talla vesical.

Las dos primeras estuvieron asociadas a rituales religiosos. La última de estas operaciones se define como la técnica de derivar la orina a través de un catéter o sonda, desde la vejiga hacia la pared inferior del abdomen. Ha sido en épocas remotas, además, la única intervención dirigida a la curación de un mal, sin terciar motivos religiosos.

Los avances científico-tecnológicos en la urología permitieron el desarrollo de terapéuticas que dieron un giro trascendental a esa especialidad médica. Ellas son las técnicas endoscópicas y la litotricia.

Médico y paciente a la vez

Relacionado con el desarrollo de estas técnicas, poco se habla del modo en que cierto personaje experimentó en sí un procedimiento rudo y poco ortodoxo de litotricia.

Hablamos del célebre oficial militar de origen francés Claude Martin (1735-1800), quien no solo sirvió en el ejército (primero en el francés y posteriormente en el de Bengala, en la Compañía Británica de las Indias Orientales). También fue coleccionista de obras de arte, cartógrafo, arquitecto, administrador y construyó —hasta volar en él— el primer globo aerostático de la India. Martin se convirtió, además, en el europeo más rico de esa nación asiática.

Fueron esas facetas de la vida de Claude por las que más se le conoció en la historia; pero poco se habla de su interés por la medicina.

Cierto día de 1782, el galo mostró síntomas urinarios compatibles con el diagnóstico de un cálculo en la vejiga urinaria. Evadió visitar a un médico por el pavor que le tenía a una operación. En cambio, el «valiente» militar decidió tomar el asunto en sus manos: diseñó un instrumento especial hecho con una aguja de tejer y un mango de ballena; insertó ese instrumento doméstico por su propia uretra para llegar a la vejiga, y raspó la piedra poco a poco.

Repitió el aterrador procedimiento hasta 12 veces al día, durante seis meses. Poco a poco fragmentaba el cálculo, y al final tuvo éxito al eliminarlo por completo. Así se libró de los molestos síntomas urinarios causados por la piedra.

Claude Martin envió detalles de su operación a la compañía de cirujanos de Londres y, a pesar del escepticismo inicial entre los cirujanos, medio siglo después el procedimiento fue visto como un método estándar para el tratamiento de la litiasis vesical.

Algunos reconocen a Claude Martin como el primero en realizar un procedimiento de litotricia y por ser, además, el primer paciente sometido a esta operación en el mundo.

Las ondas de choque

Otro hecho destacado en la historia de la urología fue la forma en que se introdujo la litotricia extracorpórea. Se trató de una técnica que tuvo sus inicios en investigaciones con fines militares.

Durante la Segunda Guerra Mundial algunos bombarderos norteamericanos B-29 se desintegraban en el aire. Las averiguaciones realizadas por ingenieros aeronáuticos norteamericanos revelaron que los accidentes se producían durante las tormentas.

Experimentos de simulación en el laboratorio demostraron que los impactos de las gotas de lluvia sobre el fuselaje del avión se comportaban como explosivos que provocaban ondas de alta energía, suficientes para pulverizar materiales frágiles. El problema finalmente se resolvió modificando el temple del cristal de la cabina del piloto.

Al terminar la guerra, esa información quedó archivada y relegada hasta que, a finales de la década de los 50 del pasado siglo, los aviones a reacción empezaron a tener los mismos problemas. En un centro de pruebas de la antigua Alemania Federal, ingenieros de la compañía aeronáutica Dornier lanzaron gotas de agua a una velocidad ocho veces superior a la del sonido contra ciertos elementos de un avión caza. Las gotas hicieron unos boquetes de 20 milímetros de profundidad en los extremos de las alas y otras superficies del aparato. Y las ondas de choque generadas por estos impactos rompieron la burbuja de la cabina.

En el transcurso de esas investigaciones, en 1966, se descubrió la transmisión inocua de las ondas de choque mecánicas a través del cuerpo. Un ingeniero tocó una cartulina de uso diario en el mismo momento en que recibía un impacto de una gota de alta velocidad, sintió una especie de shock eléctrico, pero sin evidencia de fenómenos eléctricos reales.

Fue entonces cuando unos médicos se prestaron a estudiar las posibles aplicaciones de las ondas de choque en medicina. De esta forma se diseñaron generadores de ondas de choque cuyo fundamento se basa en la producción de una chispa eléctrica en una cápsula elipsoidal sumergida en el agua. Cuando salta la chispa entre los dos polos del electrodo, se crea una onda de choque que la cápsula refleja hacia un punto distante.

De este modo la energía puede transmitirse a través del agua o de los tejidos vivos hasta un blanco frágil, en este caso un cálculo renal, sin daño demostrable en estructuras aledañas (excepto en el tejido pulmonar).

Entre 1971 y 1978 se realizaron estudios experimentales en los que se comprobó la fragmentación de los cálculos y se descartó la aparición de eventos adversos graves.

Después de siete años de investigaciones se consumó, en 1980, la primera litotricia extracorpórea en humanos, ejecutada por Chaussy, en el Hospital Universitario de Múnich.  Con esta última «inventiva picapedrera» quedaba atrás la época en que la única forma de tratar la litiasis renal era indefectiblemente dentro de un quirófano.

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