La que alguna vez fue la empresa líder en la fabricación de microprocesadores para computadoras, ahora libra una batalla por su supervivencia. Enfrenta pérdidas millonarias, despidos masivos y una restructuración en curso, cuyos resultados finales aún son inciertos
A no pocas empresas les ha sucedido: no se adaptan a los cambios cuando están en la cúspide y terminan en aprietos. Algunas, incluso, han desaparecido. Y aunque no podemos afirmar todavía que este sea el caso, lo cierto es que Intel, el gigante tecnológico de fabricación de microchips, no transita desde hace rato por un buen momento. La situación, de hecho, es bien compleja.
De ser la empresa líder en fabricación de microprocesadores para computadoras, Intel lucha actualmente por sobrevivir, con pérdidas millonarias, despidos masivos y una restructuración en marcha cuyas consecuencias todavía no son conclusivas. ¿Por qué ha llegado a este momento? Esta es la historia de un imperio en decadencia.
Intel Corporation es sinónimo de computación personal. Desde su fundación, la compañía se consolidó como la principal fuerza impulsora del desarrollo de chips y protagonizó momentos que cambiaron para siempre el rumbo de la tecnología y la vida cotidiana.
Surgió en Mountain View, California, el 18 de julio de 1968, por obra de Robert Noyce y Gordon Moore, dos figuras que, tras el éxito inicial en Fairchild Semiconductor, buscaban ir más allá en la integración electrónica, como recuerda la web Profesional Review.
Inicialmente, Noyce y Moore pretendían enfocarse en la fabricación de memorias de semiconductores, aunque pronto identificarían un mercado aún más revolucionario: los chips personalizados para ordenadores.
Fue en 1971 cuando Intel lanzó el 4004, el primer microprocesador comercial del mundo: un circuito integrado capaz de ejecutar instrucciones de manera programable dentro de un solo chip. Este hallazgo fue posible gracias a un encargo de la empresa japonesa Busicom, que quería emplearlo en calculadoras, pero la visión de los fundadores de Intel llevó el invento a un público mucho más amplio.
La empresa innovó rápidamente: en 1974 presentó el 8080, clave en las primeras computadoras personales, y poco después su arquitectura x86 se convirtió en el estándar global tras ser elegida por IBM para sus PC en 1981. En ese entonces, IBM dominaba el mercado de ordenadores. Este contrato selló el destino de la compañía: Intel, junto a Microsoft, definió durante décadas la informática personal. El duopolio llegó a conocerse con «Wintel» y su dominio sobre la informática global era casi absoluto.
Seguimos corriendo por el tiempo y llegamos a la década de los 90 del pasado siglo. En 1993, Intel lanza Pentium, un microprocesador que cambió las reglas del juego. Su potencia fue muy revolucionaria para la época, y se acompañó de la campaña «Intel Inside», una pequeña pegatina adosada en los ordenadores que todavía hoy es visible y fue, desde los 90, símbolo de poder computacional.
Intel fue pionera en cada salto: el 386 de 32 bits en 1985, el 486 en 1989, y las múltiples generaciones Pentium, Core y Xeon sentaron las bases para el cálculo
moderno, los servidores e internet.
Además, fue referente de eficiencia y miniaturización, al controlar sus fábricas y asegurar que los avances fueran propios, lo que le permitió mantener una posición dominante hasta bien entrada la segunda década de este siglo XXI.
A inicios de los 2000, Intel decidió explorar nuevos mercados: chips para móviles, internet de las cosas, centros de datos, entre otros. Sus arquitecturas Core (2006), Sandy Bridge o Coffee Lake mantenían el liderazgo, pero varias decisiones y tendencias de mercado comenzaron a desafiar su reinado.
Por un lado, rechazaron fabricar chips para el primer iPhone, lanzado en 2007. Intel subestimó el potencial de los móviles y abrió la puerta a rivales como ARM, que hoy es el estándar más empleado en los chips de los teléfonos inteligentes. Hablamos de un mercado de miles de millones de dólares que, sencillamente, dejaron escapar, como le sucedió también, por ejemplo, a Microsoft y su intento de llevar Windows a la palma de nuestras manos (una experiencia horrorosa, por cierto).
A la par de esta situación, empresas como TSMC y Samsung superaron a Intel en procesos de miniaturización, y forzaron a la compañía a reinventar su estrategia industrial. Y por si no bastase, rivales como AMD y Nvidia, entre otros, aceleraron el desarrollo de tecnologías para inteligencia artificial (IA), videojuegos y servidores, lo que les permitió ganar terreno en estas áreas, que hoy son de las más demandadas por los consumidores finales.
Ya en la tercera década de este siglo, Intel inició una colosal inversión en fábricas para intentar reposicionarse como proveedor de servicios de manufactura para terceros, apostar por la inteligencia artificial y la diversificación de su portafolio, pero eso, hasta ahora, no ha sido suficiente.
En este mes de julio Intel anunció una «restructuración» que incluye el despido de más de 25 000 trabajadores—aproximadamente el 15 por ciento de su plantilla mundial—, el cierre de operaciones en Costa Rica y la cancelación de proyectos de fábricas en Alemania y Polonia. Las medidas están destinadas a reducir costos tras pérdidas sostenidas en el balance de la compañía, que solo en el segundo trimestre del año ascendieron a 2 900 millones de dólares, según datos financieros de Intel.
Este declive es multicausal. Mientras otras firmas capitalizaron el auge de los smartphones y, más recientemente, la explosión de la IA, Intel fue lenta para invertir y desarrollar tecnologías clave. Por ejemplo, su rechazo al iPhone se unió a no desarrollar unidades de procesamiento gráfico (GPU), ahora cruciales para entrenar modelos de inteligencia artificial. Nvidia y AMD aprovecharon estos espacios y superan ampliamente a Intel en valor y percepción de innovación en este mercado.
Cuando nos referimos a TSMC y Samsung, el retraso de Intel para el desarrollo de chips de siete y cinco nanómetros le ha costado cuotas de mercado, tanto en procesadores de escritorio como en servidores. Al inicio de este año, la participación de Intel en microprocesadores cayó a 65.3 por ciento, la más baja desde 2002, con pérdidas frente a AMD y ARM, especialmente en segmentos de laptops y servidores.
Aunque se han enfocado en desarrollar chips para IA, la serie llamada Habana Gaudi, enfocada en IA, no logró recortar distancias con la familia H100 de Nvidia ni cumplir expectativas de ingresos. Los inversionistas, decepcionados, recortaron el valor de las acciones
de Intel.
A finales de 2024, el entonces director ejecutivo Pat Gelsinger dejó el cargo tras el colapso de las acciones de la empresa y la falta de resultados en su prometido «renacimiento de Intel». Su remplazo, Lip-Bu Tan, inició una dura política de ajuste y redefinición de prioridades, al enfocarse en eficiencia, IA y productos centrales, pero los analistas consideran que un cambio de rumbo visible podría tomar al menos hasta 2026.
El plan inmediato busca recortar 17 000 millones en gastos solo este año, mientras la empresa pospone o cancela megaproyectos que ya no resultan rentables a corto plazo.
Intel enfrenta ahora la difícil tarea de reinventarse en un sector ultracompetitivo y de alto riesgo. El regreso a la senda del crecimiento y el prestigio —si ocurre— será probablemente lento y exigirá grandes éxitos en IA y manufactura avanzada, áreas donde la empresa ya no dicta las reglas del juego.
Fabricantes de unidades de procesamiento gráfico, como Nvidia, han ganado mucho terreno en el campo tecnológico con el auge de la inteligencia artificial. Foto: Nvidia.