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Inteligencia artificial: poder, control y neocolonialismo

María Zajárova, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, advirtió recientemente que la inteligencia artificial está en camino de redefinir la economía global y, al mismo tiempo, reforzar lógicas neocoloniales al concentrar datos, recursos y poder en manos de una élite tecnológica

Autor:

Yurisander Guevara Zaila

 

El Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia celebró a inicios de junio una sesión de alto nivel dedicada a las tecnologías de la información y la comunicación, con énfasis en la inteligencia artificial (IA). Aunque el comunicado oficial resumió los resultados del encuentro, la cita representó mucho más que un balance administrativo. Se trató de un punto de partida estratégico para un trabajo de largo alcance, orientado a comprender cómo la revolución digital reconfigura el orden mundial y qué papel debe asumir Moscú en ese escenario.

Tras la reunión, se planteó la necesidad de ajustar estructuras y modos de funcionamiento del propio Ministerio, con el objetivo de responder a los desafíos de la IA en el contexto internacional. Al respecto la portavoz de la Cancillería rusa, María Zajárova, en un artículo publicado en Rossíyskaya Gazeta, explicó que el debate permitió observar el trasfondo político de la transformación digital y su vínculo con las redes neuronales, tecnologías que hoy marcan el rumbo de la cuarta revolución industrial. «La inteligencia artificial ya da forma a un nuevo orden económico, social y cultural. Sus efectos se perciben en la industria, en las finanzas y en la gestión estatal», afirmó.

Pero más allá de los beneficios asociados a la digitalización, Zajárova subrayó la dimensión política del fenómeno. Señaló que la lógica que acompaña a la IA responde a un sistema ideológico de corte neocolonial. En sus palabras, «la combinación de neocolonialismo e inteligencia artificial otorga a esa dinámica una dimensión global y una sofisticación tecnológica inédita. Lo que antes eran vínculos de subordinación entre colonias y metrópolis ahora adoptan formas más sutiles, aunque igualmente poderosas, de dependencia».

La vulnerabilidad de los países en desarrollo, sostuvo, ya no se limita al acceso desigual a hardware o software. Radica en los algoritmos. Los parámetros ocultos que determinan la distribución de bienes, el diagnóstico de enfermedades, la organización educativa o la orientación de la opinión pública se han convertido en el núcleo de una nueva dependencia. «Lo que se exporta no es solo tecnología: es información, datos y capacidad de procesamiento», puntualizó.

Zajárova remarcó que un reducido grupo de Estados y corporaciones concentra hoy el control de las infraestructuras digitales y de la IA, con capacidad de imponer condiciones, moldear mentalidades y condicionar las decisiones de gobiernos e individuos. Según expresó, este proceso avanza de manera invisible y omnipresente, a través de plataformas que se integran a la vida cotidiana sin que los usuarios perciban la magnitud de su influencia.

El poder de las redes neuronales, añadió, trasciende la lógica y el debate basado en hechos, pues actúa sobre emociones, reflejos y principios éticos. La IA se perfila como una herramienta de presión geopolítica y un instrumento para redistribuir el poder mundial. La competencia ya no se limita a los recursos o los mercados, sino que alcanza la propia conciencia humana. «La lucha por el liderazgo tecnológico se ha convertido en la lucha por el destino de la humanidad», advirtió.

La portavoz recordó que, en medio de esta dinámica, emergen otras tensiones. Una de las más evidentes es el impacto de la digitalización en las infraestructuras energéticas. Citó el caso de Estados Unidos, donde el operador PJM Interconnection alertó sobre el crecimiento acelerado del consumo eléctrico de los centros de procesamiento de datos. La demanda avanza con mayor rapidez que la construcción de nuevas centrales, lo cual provocará aumentos superiores al 20 por ciento en el precio de la electricidad en varios estados del país.

Para Zajárova, ese desequilibrio refleja un patrón histórico: las cargas de la transición tecnológica recaen en los países en desarrollo. Energía, minerales, agua y trabajo humano se convierten en el precio oculto de la revolución digital. Las promesas de cerrar la brecha digital esconden, con frecuencia, mecanismos de explotación de recursos y subordinación económica.

La portavoz trazó analogías con etapas anteriores de dominación. Recordó cómo el Imperio británico legitimó su expansión con la idea de una civilización eterna sostenida en los recursos coloniales, cómo Francia impulsó la francofonía sobre pueblos sometidos y cómo Alemania alimentó su proyecto imperial. «Hoy, la inteligencia artificial aparece como el nuevo gran dispositivo de dominación global, impulsado por lo que muchos denominan el Estado profundo planetario», subrayó.

Crecimiento y Poder

Zajárova expuso cifras que muestran la magnitud de la digitalización en curso. La economía digital representa ya el tres por ciento del PIB mundial, con un ritmo de expansión sin precedentes. Entre un cinco por ciento y un seis por ciento de incremento en la productividad empresarial proviene de la adopción de tecnologías digitales. El big data se ha convertido en el núcleo del valor económico, con volúmenes de información que crecen de manera exponencial.

El mercado de la IA alcanza los 75 000 millones de dólares y crece a un ritmo anual del 30 por ciento. En la Unión Europea, dos de cada cinco grandes empresas ya integran soluciones basadas en IA. Para Zajárova, esa expansión refleja la centralidad estratégica del sector. «La inteligencia artificial no es solo innovación, es una palanca de poder que se coloca en el centro de la competencia global», sostuvo.

Los presupuestos estatales lo confirman. Estados Unidos ha destinado 500 000 millones de dólares a su proyecto Stargate. La Unión Europea comprometió 200 000 millones de euros a InvestAI, mientras el Reino Unido anunció 14 000 millones de libras para sus centros de procesamiento de datos. 

La funcionaria destacó también la dependencia de esos programas de recursos críticos. Los metales de tierras raras, esenciales para la transición digital, han detonado disputas comerciales y políticas de corte neocolonial. Un ejemplo: para fabricar un teléfono inteligente de apenas cien gramos se requieren 70 kilogramos de materias primas, extraídas en su mayoría de países en desarrollo.

«Estamos ante un fenómeno de colonialismo mineral», advirtió. La proyección indica que para 2050 la extracción de minerales como litio, cobalto y grafito aumentará en un 500 por ciento, con un impacto ecológico y social desproporcionado sobre las naciones del sur global.

Zajárova añadió que el consumo energético y de agua de los centros de datos refuerza esa lógica desigual. Entre 2018 y 2022, el gasto energético de los 13 principales operadores de centros de datos se duplicó. Solo en 2022 consumieron 460 teravatios por hora, equivalente al total de Francia. Google utilizó más de 21 millones de metros cúbicos de agua para refrigerar servidores, mientras Microsoft empleó 700 000 litros para mantener activo su modelo GPT-3. En contraste, recordó, 2 000 millones de personas carecen de acceso estable a agua potable.

Ese desequilibrio se agrava con las exigencias de los países industrializados. Según Zajárova, los estándares verdes promovidos por Occidente funcionan como mecanismos de control que frenan el desarrollo de la mayoría mundial. «Se nos pide cumplir con normas estrictas, mientras ellos continúan aplicando prácticas sucias siempre que se realicen lejos de sus ciudades», afirmó.

La IA, advirtió, también ha irrumpido en la política internacional como un clúster autónomo. Naciones Unidas discute la creación de un Diálogo Global sobre Gobernanza de IA, un Grupo Científico Internacional y una Fundación especializada. La Unesco desarrolla estándares éticos y la Unido promueve alianzas en el sector industrial. Incluso la OSCE ha intentado pronunciarse.

Zajárova concluyó que estos procesos multilaterales reflejan la creciente rivalidad por el liderazgo tecnológico y obligan a los Estados a mantener una postura activa. En su análisis, la IA no se limita a ser una innovación técnica. Se ha convertido en el campo donde se decide la hegemonía del siglo XXI. Quien domine esta tecnología dominará el mundo.

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