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Anunció Polonia su retirada de Iraq en 2008

Recientemente el primer ministro polaco Donald Tusk, quien pretende ser concecuente con su programa electoral, aseguró que retirará los efectivos de su país

Autor:

Luis Luque Álvarez

Otro europeo más que anuncia que sacará sus tropas de Iraq. Alguien en la Casa Blanca debe estar haciendo una mueca.

Quien lo dijo ahora fue Donald Tusk, primer ministro de Polonia desde el 19 de noviembre. Sus soldados, afirmó el viernes, se irán en 2008 «con la conciencia tranquila y los deberes hechos» (previa consulta con EE.UU., claro).

Lo de la conciencia en paz y el deber cumplido es algo inexacto. ¿Podrán esos militares tener la conciencia muy descansada, enterados de que están en Iraq en una aventura ilegal? Y en cuanto a la «tarea terminada», un vistazo no muy exigente basta para saber que en aquel cenagal no hay nada que dé sensación de orden y progreso.

Polonia tiene allí unos 900 efectivos, de 2 600 que llegaron en la comparsa de 2003. Han estado en Diwaniya (centro), y 22 han regresado a casa envueltos en la bandera.

Con su decisión, el primer ministro, del liberal partido Plataforma Cívica, pretende ser consecuente con su programa electoral, en el que adelantaba esta medida. Se satisfará así el reclamo del 85 por ciento de la población polaca, que ha demandado todos estos años la retirada de las tropas, mientras el que fue gobernante hasta el 19 de noviembre, Jaroslaw Kazcinsky, y su hermano gemelo Lech —actual presidente de la República—, se tapaban los oídos con corchos bastante gruesos y solo se los quitaban cuando era George quien estaba al teléfono.

Por cierto, lo de los tapones no funcionaba solo con el tema de Iraq. Los Kazcinsky jugaron todo el tiempo a poner trabas al funcionamiento de la Unión Europea, bien amenazando con bloquear el Tratado de Reforma comunitario, bien paralizando la renovación de un acuerdo de asociación económica con Rusia, vital abastecedor de energía para sus vecinos occidentales. Por fastidiar, tanto fastidiaron que desoyeron los consejos de otros socios (Alemania incluida) de tomar en cuenta los criterios de Moscú cuando a Bush se le metió entre sus dos neuronas plantar una base de misiles interceptores en Polonia.

Para los escasamente simpáticos mellizos, el asunto de los cohetes le incumbía solo a EE.UU. y no había que conversar nada con Rusia, a la que de paso mostrarían que Polonia había entrado en el juego de los «grandes» (aunque fuera por la puerta del patio). Por supuesto, el Kremlin jamás se tragó la píldora de que eran «solo» cohetitos defensivos sin cabezas nucleares, pues en realidad supondrían un peligro para cualquier respuesta rusa a una iniciativa de ataque norteamericano.

Y bien, el nuevo canciller, Radoslaw Sikorski, reveló el jueves que su gobierno está en disposición de sentarse con Rusia. «En lo personal estaría a favor de consultas (...) Necesitamos reabrir el diálogo», dijo. Valga entonces la voluntad de rebajar tensiones, mientras Bruselas se alegra con el nuevo gobierno «europeísta», porque ya no tendrá planeando sobre sí el fantasma del veto polaco a las decisiones del bloque.

Aunque desde luego, nadie crea ver en Tusk una «paloma» que se libera de la voluntad del halcón. El gobernante retirará a sus soldados de Iraq, pero dejará 1 100 en Afganistán, donde tampoco le hacen mucha gracia al público polaco.

Si el estrenado premier es un incondicional admirador del ex presidente de EE.UU., Ronald Reagan, imaginativo hacedor de guerras en la tierra y en la Vía Láctea, ¿se le podrá pintar con un ramo de olivo en la diestra? ¡No es para tanto!

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