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Un jugoso obsequio para el Pentágono

El balance terrible de la guerra contra Afganistán —y otras—, promete más catástrofes con la decisión de entregarle en 2011 al Departamento de Defensa de Estados Unidos el mayor presupuesto militar desde la II Guerra Mundial

Autor:

Juana Carrasco Martín

Ya basta de guerra. Esta fue la convocatoria de millones de personas dispuestas a levantar sus voces el primer día de este 2011, invitando al mundo entero a llamar a la paz y a la conclusión de la guerra en Afganistán, que por el contrario, incrementó su brutalidad a medida que transcurría el año que se fue.

El pueblo afgano necesita alimentos y no bombas, cuidados de salud y no conflictos, que se estimule la paz, no la guerra, dijo la exhortación. Sin embargo, es bien diferente la propuesta de la administración de Estados Unidos, que en su reporte de la situación, casi al finalizar 2010, puntualizó que había «progresos» en la guerra y esta se mantendría a pesar de las críticas de algunos expertos

Se trata de mantener un estado injerencista, cada vez más intrusivo en los acontecimientos mundiales, para salvaguardar a cualquier costo la hegemonía sobre el resto del mundo, y ello va ligado indisolublemente a una mayor hostilidad, y al empleo o el seguimiento de las actuales ocupaciones militares, ya sea en Iraq, Afganistán o en Haití.

A las claras, Barack Obama ha dado continuidad a la política republicana en este delicado tema, y aunque pudo parecer una nominación provisional cuando mantuvo al frente del Departamento de Defensa a Robert Gates, la permanencia de este en el cargo le dio la categoría de cordón umbilical del belicismo.

Recién el 16 de diciembre, Gates habría dicho que no se podía dejar que la opinión pública afectara el compromiso con Afganistán. La felonía se defiende hasta con las uñas, aun despreciando a su pueblo, en disidencia frente a una guerra que exprime los recursos económicos, aunque el aporte en vidas norteamericanas se minimice comparado con otros escenarios bélicos, gracias al uso de una tecnología que hace estragos en los pueblos «enemigos».

A pesar de los sumatorios déficits presupuestarios de una economía que no logra recuperarse plenamente —como no sea en las cuentas multimillonarias de los billonarios de siempre, porque el desempleo sigue siendo talón de Aquiles; pero ¿a quién le importa el pueblo?—, y de la debilidad del dólar para mantenerse como la unidad monetaria internacional, Estados Unidos sigue en sus trece y en 2011 continuará hablando como «el pilar» de la Tierra con sus dos arietes: la libertad y la democracia.

A lo interno, simplemente es despreciar una parte importante de lo que en otras épocas llamaron guns and butter (armas y mantequilla). La mantequilla se derrite y se evapora.

Mucho más para las guerras

Pero se hacen más fuertes las armas. El 22 de diciembre, tanto la Cámara de Representantes como el Senado aprobaron una ley autorizando el presupuesto del Departamento de Defensa para 2011: la impresionante cifra de 725 000 millones de dólares, que incluye el destinado adicionalmente a la ocupaciones militares y guerras en Iraq y Afganistán, ascendente a 158 700 millones de dólares.

Eso es la National Defense Authorization Act para el año fiscal 2011, que clasifica ya como el más grande presupuesto bélico desde 1945, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial. Incluso mucho mayor que el más gordo de esos gastos durante la Guerra de Vietnam, que fueron los 460 400 millones de 1968.

Sin embargo, ni siquiera la billonaria partida otorgada por el Congreso en diciembre de 2010 será la cifra final, ateniéndonos a lo que año tras año sucede desde que comenzaran sus actuales aventuras en los escenarios de batalla. Solo basta ver un acto intermedio repetido nuevamente en 2010 cuando, en julio, Cámara y Senado aprobaron la Ley de Apropiaciones Suplementarias que le dio al Pentágono 37 000 millones de dólares más para las guerras en Afganistán e Iraq.

Esto puede traducirse a lo diario de cada uno de los 308 millones de estadounidenses, y cada nombre llevará al lado, aun sin su consentimiento, un cheque por 2 354 dólares.

Como la decisión de quienes gobiernan desde Washington es ser el gendarme planetario, esta suma para 2011 representará el 47 por ciento de los gastos en armamentos del mundo en su totalidad.

También constituye el 19 por ciento de los gastos federales en Estados Unidos, puestos a disposición de los 2,5 millones de militares y civiles que prestan servicio en todos los cuerpos armados del Departamento de Defensa, pero que en realidad serán embolsados por las corporaciones de la muerte, lo que el general-presidente Dwight Eisenhower nombró en su discurso legado como «el complejo militar-industrial».

Del Pentágono a la industris bélica y viceversa

La hipnosis del pueblo se da con frases lapidarias como esta, pronunciada a mediados de 2010 por el almirante Mike Mullen, comandante de la Junta de Jefes de Estados Mayores: «Nuestra salud financiera está directamente relacionada con nuestra seguridad nacional».

Esto es muy importante para garantizar que el impresionante y monumental presupuesto de 2011 —que será seguido por partidas mucho mayores en la década, que ya tienen planificada— añada buenas dosis de ganancias al complejo militar-industrial, al que no pocos agregan otro componente ganancioso y comprometido en el negocio, los medios, para dejarlo con este nombre: complejo militar-industrial-mediático. Y tienen toda la razón.

Un artículo publicado en The Boston Globe hace apenas una semana, relataba un episodio ocurrido en el año 2005 que es fiel muestra del contubernio garante de Estados Unidos como un Estado gendarme.

Contaba cómo el general de cuatro estrellas Gregory «Speed» Martin se retiraba luego de 35 años de servicio activo y recibió una llamada justo cuando cambiaba el uniforme militar por uno deportivo, para irse a jugar golf. Era un ejecutivo de la Northrop Grumman proponiéndole trabajar como consultante de esa empresa fabricante del bombardeo B-2 stealth, y pocas semanas después otra llamada telefónica le pedía formar parte de un panel top-secret de la Fuerza Aérea, que estudiaba el futuro de la tecnología stealth en la aviación. Les dijo «sí» a ambas ofertas de empleo. Lo demás, usted puede imaginarlo.

Esto es una práctica común en Estados Unidos, le llaman revolving-door (puerta-vaivén); y certifica el ida y vuelta de los decididores, para que sean aprobados los presupuestos de guerra y los sustanciosos contratos vayan a manos de las más poderosas empresas constructoras de la muerte.

El periódico hurgó en un proceder ya bien veterano, pero que ninguna administración en el poder ha enfrentado, a pesar de la advertencia que hiciera Eisenhower en 1961.

De todas formas, su indagatoria sirve para la denuncia: en las últimas dos décadas, 750 de los generales y almirantes del más alto rango retirados pasaron al negocio que llaman rent-a-general, con emolumentos «irresistibles».

Y dan este dato para demostrar hasta dónde llega la situación: de 2004 a 2008, el 80 por ciento de los oficiales retirados con tres o cuatro estrellas en las charreteras se fueron a trabajar como consultantes o ejecutivos en empresas de la Defensa, cuando entre 1994-1998 hicieron igual camino el 50 por ciento. Bueno, hay algún que otro año en que el índice fue todavía mayor en el «rente-un-general» (34 de los 39 retirados en 2007, por ejemplo). Y está claro que junto con el buró ejecutivo civil conservan una silla con influencia y acceso a la información en los planes del Pentágono. Negocio redondo.

Pero los muchachos son buenos y con buenas intenciones… Cuando The Boston Globe pidió declaraciones al general retirado de la Fuerza Aérea, Gregory «Speedy» Martin, este aseguró que su trabajo en el mundo de los negocios y en el Pentágono era ético y beneficioso para la defensa de Estados Unidos, porque combinaba la experiencia en el sector privado con las cruciales misiones del Pentágono…

Para lavarles las manos a los implicados, al Pentágono, a la administración en su conjunto —sea cual sea la que esté en la Casa Blanca— y a los consorcios, existe una decisión de que se prohíbe por un año que un general o un almirante haga directamente una venta de su ex rama militar; y durante dos años luego del retiro, el Pentágono prohíbe que participen en «temas particulares» que puedan derivar en contratos mayores a los 10 millones de dólares sobre armamentos o programas bélicos que estuvieron bajo su comando. Y cuidado, nuevas versiones de viejos sistemas de armamentos no son considerados «temas particulares».

Y que conste, Eisenhower no estaba en contra del poderío militar de su país; por el contrario se vanaglorió de que «América» fuera la más fuerte, influyente y productiva nación del mundo, y que se basara en la combinación de la riqueza y la fuerza militar. Solo advirtió en su discurso de despedida aquel 17 de julio de 1961, lo que está sucediendo: que la conjunción del inmenso stablishment militar y una gran industria de armamentos, ganó total influencia económica y política en cada oficina y casa de gobierno, en cada estructura de la sociedad, y su peso es tal que no solo tienen en peligro las libertades y los procesos democráticos de Estados Unidos, sino también en el mundo.

¡Que vivan la doblez, la hipocresía, la falsedad, los buenos contratos y los gordos presupuestos del Pentágono! Vulgar pisoteo a la libertad, la democracia y la paz en la Tierra.

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