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Los protagonistas de la guerra de los alimentos

Ha sonado la alarma y hasta el G-20 se interesa por un alza de los precios de la canasta básica que, como siempre, tendrá verdadera repercusión en los estómagos de millones en los países subdesarrollados

Autor:

Juana Carrasco Martín

Ese cambio climático al que quienes tienen el poder en Estados Unidos no quieren reconocer en su verdadera magnitud y derivaciones y, por lo tanto, tampoco actuar con la urgencia y fuerza que requiere salvar al planeta, anda haciendo estragos en su propio territorio, sometido este año a lo que llaman la Gran Sequía de 2012.

Más de la mitad de los condados estadounidenses han sido declarados áreas de desastre —1 584 en 32 estados—, y en julio, la sequía afectó el 63 por ciento del territorio de ese país, mientras el fuego consumía dos millones de acres. Las predicciones de problemas para sus principales cultivos, maíz, soya, trigo y otros más, alimentos base y materia prima energética, se quedarán cortas.

Estados Unidos es el principal exportador mundial de esos rubros; como consecuencia primaria, los costos de los alimentos ya están disparándose y subirán aun más, y la calamidad será mayor para muchos, en EE.UU. y tanto más en el resto del mundo, donde en buena parte la crisis financiera y económica aprieta y el desempleo agudiza el problema.

Para paliar los efectos climatológicos en los productores estadounidenses, en esta semana el secretario de Agricultura Tom Vilsack decidió la apertura de 3,8 millones de acres de tierras en conservación y santuarios de la vida natural, como pastos para alimentar el ganado; la Cámara de Representantes aprobó un paquete de asistencia de emergencia por 383 millones de dólares para granjeros y rancheros, y el presidente Barack Obama, en gira electoral por importantes estados agroalimentarios donde la preferencia de voto es un vaivén, anunció que el Departamento de Agricultura compraría 170 millones de dólares de productos cárnicos para ayudar a los productores a reducir el impacto de la peor sequía en medio siglo.

La situación es tan seria, que la calamidad ha obligado a los granjeros norteamericanos a abandonar terrenos maiceros que ocupan un área tan grande como Bélgica y Luxemburgo combinadas, un paletazo de envergadura cuando el maíz no solo constituye una base de alimentación natural o de productos derivados (harinas, aceites, mantequilla, etc.), sino que forma parte esencial en el pienso animal para la producción de leche, huevos y carne de res, puerco y aviar.

Así están las cosas, el Departamento de Agricultura ya aseguró que los rendimientos de este año en la cosecha de maíz serían 17 por ciento inferiores a lo esperado.

Lo más grave es la utilización de esos granos en EE.UU. para la producción de etanol, una práctica criticada porque se trata de restarle a los estómagos humanos para mover los automóviles. Este año, 13 200 millones de galones de etanol se mezclarán con la gasolina, lo que consumirá el 40 por ciento de la cosecha.

Precisamente, la semana pasada, cuando los precios del maíz aumentaron 23 por ciento, las Naciones Unidas hizo un llamado a Washington para que se detuviera ese desvío del grano, cuando hay cientos de millones en el mundo que pasarán hambre.

Y con aquello de que al que le sirva el sayo que se lo ponga, Nusa Urbancic, director de programas del grupo de campaña Transporte y Medio Ambiente de la Unión Europea dijo: «La situación estadounidense debería ser una advertencia para la UE de que nuestras directivas de biocombustibles pueden llevar a la volatilidad en los precios de los alimentos, especialmente ahora que convertimos el 65 por ciento de nuestros aceites vegetales en biodiésel».

En Estados Unidos, con una agricultura altamente subvencionada, que implica una canasta relativamente barata —apenas el 13 por ciento de los gastos familiares—, los norteamericanos de clase media y alta no notarán esa alza alimentaria, pero según el sitio Feeding America (Alimentando a América) existen cerca de 49 millones de estadounidenses, uno de cada seis de su población, incluidos uno de cada cinco niños, catalogados en el nivel de la pobreza o por debajo de ella, que sí tendrán visión tangible de sus efectos, porque su acceso a los alimentos es inestable.

Las angustias estadounidenses no se limitan a la situación descrita. Reuters informaba recientemente que la sequía no solo ha resecado la tierra y diezmado las cosechas, sino que podría propinar un segundo golpe a los agricultores por los niveles de nitrato en tallos y hojas de los cultivos que no han podido procesar los fertilizantes por el crecimiento retardado, y esto los haría tóxicos para el ganado; sin embargo, esta es una amenaza no comprobada aún.

¿Se repetirán las revueltas de 2008?

Hace apenas un lustro, entre 2007-2008, el arroz, el maíz, el trigo, alcanzaron precios ciento por ciento más altos, lo que encareció el pan y en más de 20 países se produjeron motines, incluso violentos. Por supuesto, sucedió en los países del mundo subdesarrollado como Bangladesh, Indonesia, Senegal, Haití, Egipto, Camerún, Yemen…

Ahora, no han ocurrido aún esos incidentes, pero el aumento de los precios, en apenas una semana, ya va por el 50 por ciento; sin embargo, en países de la periferia europea, como España han asomado los «Robin Hood», con tomas de supermercados y el reparto posterior de los artículos de primera necesidad entre necesitados y testigos que, si bien no participaron directamente en los hechos, gustosos aceptaron el repartimiento.

La situación demuestra que la catástrofe climática que toca a las puertas de todos y con insistencia, apunta a otra calamidad mayor, una de efectos sociales, el recrudecimiento del hambre que se hace sentir desde hace años en no pocos países africanos, fundamentalmente; el aumento de las migraciones y sus efectos en las relaciones intersociales, étnicas, de nacionalidades; las revueltas populares; los conflictos por la tierra y el agua que pueden tener expresiones peligrosas en los límites estatales en litigio; incluso en guerras…

No es solo en Estados Unidos, uno de los principales graneros del mundo, donde la sequía aprieta. En el año 2010 ocurrió en Rusia, aquí la cosecha de trigo se redujo a tal punto que el Gobierno prohibió su exportación y todavía se resiente. Otro tanto sucedido en China con su producción de granos, y en Australia, donde el desastre llegó a la inversa, con inundaciones intensas y tan destructoras como la sed de la tierra.

Hay situaciones que ya están enseñando el rostro amargo. Por ejemplo, durante las dos últimas semanas, en México, el precio del pan blanco se incrementó en 25 por ciento por el alza de dos de sus ingredientes, el trigo y el huevo. El país azteca debe importar el 70 por ciento de la harina de trigo que consume. El alza del huevo fue del 60 por ciento, fundamentalmente por un brote de influenza aviar. Esto constituye un duro golpe a las familias de menos ingresos, que verán empeorar su calidad de vida.

El mismo rumbo tendrá la tortilla mexicana, derivado de la sequía en dicho país y en Estados Unidos, y del abandono que ha tenido el campo en la última década, decía una reciente información que citaba a un legislador del Partido de la Revolución Democrática (PRD) integrante de la Comisión de Economía del Congreso mexicano, Ramón Jiménez López: «Hemos llegado al grado de que el país ya no sea autosuficiente en maíz, se tiene que importar 25 por ciento del extranjero, lo mismo con el frijol, con 30 por ciento, y arroz que se importa 75 por ciento».

¿Acaso la solución está en las reuniones?

Con las campanas sonando casi a rebato, los más poderosos han decidido convocar a una Cumbre de emergencia del G-20, sobre el alza de los precios agrícolas, y según EFE, el Departamento de Agricultura estadounidense quiere recurrir al Foro de Respuesta Rápida, un organismo que estudia el estado de las cosechas y previsiones de los países del G-20 y que depende de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Pero se le ve la oreja peluda al diablo cuando un portavoz estadounidense instó al resto de los países a «reducir sus aranceles e impuestos de importación», con lo que las ganancias mayores estarían aseguradas para los exportadores.

«Los países pueden reducir el riesgo de una crisis en el precio de los alimentos al aumentar la transparencia y compartir información sobre las existencias y la producción, abstenerse de cualquier prohibición a la venta de alimentos y usar las cuotas de exportación y los impuestos con moderación», añadió DeJong. En octubre, Estados Unidos presidirá ese Foro de Respuesta Rápida.

Difícilmente esa Cumbre, ese Foro, vayan al meollo del problema. Comoquiera que sea, la volatilidad climática, las bajas reservas de granos esenciales, el muy manipulado aumento de la demanda de China e India, y los permanentemente altos precios del petróleo, son todos elementos coyunturales.

Y esa coyuntura, que propicia los precios altos, afectará el bolsillo de los pueblos, pero no las arcas de los agronegocios. Las causas reales de la penuria y sus efectos estriban en un sistema socioeconómico injusto y repleto de desigualdades, donde producción y riquezas no tienen en cuenta a la inmensa mayoría de los habitantes del planeta.

En los últimos años, entre 50 y 80 millones de hectáreas de tierra han sido compradas por inversionistas internacionales y las dos terceras partes de ella son tierras del África subsahariana, la región más vulnerable del mundo en términos de seguridad alimentaria, y la mayor parte será dedicada a los cultivos procesados para producir combustibles.

Por otra parte, se están destruyendo los alimentos tradicionales, importándose una cultura globalizada también en los hábitos alimentarios, para beneficiar a las transnacionales de los transgénicos y de la comercialización, llámense Monsanto, Wal Mart o Starbuck, por citar solo algunas.

Tierra, agua, semillas, insumos y comercialización, una cadena para la explotación capitalista, con una maximización de las ganancias, donde el ser humano apenas es una partícula que puede sufrir el dolor del hambre.

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