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Ego sum qui locuor tecum

Este 17 de diciembre se cumplen 185 años de la muerte del Libertador Simón Bolívar, el hombre que abrió una nueva etapa en la historia de Nuestra América

Autor:

Luis Hernández Serrano

De Simón Bolívar se ignoran hitos tremendos. Cuando muere su padre, lo envían a Madrid a completar su educación y allí fue teniente de milicias en un Regimiento de Aragua.

El 19 de enero de 1799 se embarcó en La Guaira, en el navío San Ildefonso y mientras el buque permaneció en aquel lugar, él pasó a México, recorrió la capital del imperio de Moctezuma, Jalapa y Puebla.

Fue presentado al virrey don Miguel José de Azanza, después duque de Santa Fe, quien le hizo preguntas políticas «peligrosas» sobre movimientos subversivos en Caracas y por sus respuestas lo enviaron a España.

«He olvidado completamente las palabras, pero recuerdo que defendí los derechos de la independencia de América», diría al respecto.

¿Bolívar en La Habana?

La nave continuó e hizo escala en La Habana, el 25 de marzo de 1799, donde se bajó y estuvo entre los que pernoctaron en una posada, salieron a conocer las polvorientas calles y sus pobladores, antes de levar anclas. Partió desde el puerto habanero en un convoy con el navío San Pedro Alcántara y las fragatas Carmen y Esmeralda, comandadas por don Dionisio Alcalá Galiano.

De La Habana al Cabo Ortegal estuvieron 27 días y les azotó una tempestad. Se alejaron luego las fragatas, y el San Ildefonso —con el futuro Libertador a bordo— luchó contra un mar embravecido y pudo, a los 13 días, llegar al puerto de Santoña, en Santander. Luego siguió a Bilbao, camino a Madrid. ¡La historia quiso que tanto Martí, como Bolívar, conocieran la capital de la Isla colonizada y la capital de la Metrópoli colonizadora!

Dicen de él en Nueva York

Cuando se inauguró, en 1883, la estatua de Bolívar en Nueva York, un angloamericano, orador oficial, el abogado Couder, expresó: «Bolívar libertó a su patria, como Washington. Cruzó los montes, como Aníbal. Entró en las capitales triunfantes, como Napoleón».

Esa es la pintura del guerrero. Pero como Bolívar no redujo a la actividad heroica su vida, pudo añadir el comentarista: «Obtuvo el poder, como César. Legisló, como Licurgo. Fue tribuno popular, como Graco. Y si Alejandro legó su propio nombre a la ciudad, Bolívar legó el suyo a plazas, calles, ciudades, departamentos, provincias y hasta a toda una hermosa nación».

Dio su nombre a un astro

«De haber sido hoy —comentó un día Rufino Blanco-Fombona—  hubiera podido decir más; porque Bolívar no ha dado solamente su nombre a un pueblo. (…) La ciencia, por iniciativa de Flammarión, en marzo de 1913, rindió homenaje a Bolívar al ¡bautizar con su nombre una estrella! Ni a Federico, ni a Washington, ni a Napoleón, ni a ningún otro héroe moderno se le otorgó ese bien», apuntó Fombona.

Bolívar es el orgullo de nuestra raza, su obra es patrimonio de los habitantes de Nuestra América e ingrediente de oro de nuestra historia universal.

La casualidad hizo que una noche, en una casa adonde había ido la reina, disfrazada, Bolívar la acompañara en su regreso al Palacio. Contaría él después que «el príncipe de Asturias, Fernando, le invitó una tarde a Aranjuez a jugar a la raqueta y le dio con el volante en la cabeza. Fernando se molestó, pero su madre, que estaba presente, le obligó a continuar el juego, porque desde que convidó a un joven caballero para distraerse, se había igualado a él».

«¿Quién hubiera anunciado a Fernando VII que tal accidente era presagio de que yo debía arrancarle la más preciosa joya de su corona?», expresó Bolívar.

Visitó Bolívar a Humboldt

A París llegó en agosto de 1804 el célebre barón Alejandro de Humboldt, procedente de América. Bolívar estuvo a verle en su habitación, frecuentada entonces por las mayores inteligencias del mundo. Posteriormente ambos se intercambiarían muchas cartas.

Bolívar le habló a Humboldt sobre la indignidad de la vida colonial, la libertad y la grandeza futura de América. Y el barón le respondía: «Creo que su país está ya en el caso de recibir la emancipación. Pero… ¿quién será el hombre que podrá acometer tan magna empresa? Lo tenía delante y el sabio no lo adivinaba. Bolívar hubiera podido decirle: «Ego sum qui loquor tecum» —yo soy el que usted menciona—, mas él mismo tampoco lo sabía.

Fuente: Felipe Larrazábal: Vida del Libertador. Tomo I, Editorial América, Madrid, España, 1909 (Publicado en N. York en 1865).

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