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Tempestad bélica azota la península arábiga

En las principales capitales del mundo el anuncio de las ejecuciones en el reino wahabita despertó reacciones de horror y preocupación

Autor:

Leonel Nodal

Los piadosos votos a favor de un cese del fuego y la apertura de negociaciones de paz en los frentes de guerra de Siria y Yemen, previstos para inicios de 2016, sucumbieron a una brutal tempestad bélica que se levantó en las desérticas arenas de la península arábiga.

La decisión de la monarquía saudita de ejecutar a 47 opositores pertenecientes a la empobrecida minoría chiíta, incluyendo la decapitación el 2 de enero del prominente clérigo Nimr al-Nimr, sepultó las esperanzas de un arreglo de esos conflictos a corto plazo y por el contrario destaparon serios peligros de una más grave confrontación con la vecina República Islámica de Irán.

En las principales capitales del mundo, desde Oriente hasta Occidente, el anuncio de las ejecuciones en el reino wahabita despertó reacciones de horror y preocupación.

En tanto, en países como Iraq e Irán, poblados por una mayoría de seguidores de la rama chiíta del Islam, así como  en Líbano o Paquistán, simpatizantes de esa corriente religiosa salieron a protestar en las calles y en Teherán grupos de manifestantes asaltaron y prendieron fuego al edificio de la Embajada saudita, actos que fueron rápidamente sofocados por la intervención policial y repudiados por el propio presidente Hasan Rohani.

Protestas en Teherán luego de que Arabia Saudita ejecutara al clérigo chiíta. Foto: CNN

No obstante, el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, advirtió a Arabia Saudita que enfrentaría  «la venganza divina» por la ejecución del clérigo chiíta Nimr al-Nimr, a quien calificó como un «mártir» pacífico.

El peligro de una escalada bélica entre las dos potencias regionales que —directa o indirectamente— se disputan el liderazgo político regional desde hace más de tres décadas parecía destinado a crecer en espiral, después que Riad rompió las relaciones diplomáticas con Teherán, al día siguiente del asalto de su  Embajada.

Las enardecidas demostraciones en la capital iraní llevaron a la quema de la sede diplomática del reino wahabita. Foto: CNN

Cuando todavía estaban en curso intensas gestiones diplomáticas por parte de Rusia, Estados Unidos y Naciones Unidas, entre otros países de alta influencia en la zona, Arabia Saudita decidió por su parte poner fin a la tregua en la vecina Yemen e inició los más cruentos bombardeos de los últimos nueve meses sobre el centro de Sanaa, la capital, en una feroz ofensiva supuestamente contra milicianos de la minoría huthi, a la que acusan de obrar por cuenta de Irán.

Teherán, a su vez, en otro capítulo de la peligrosa escalada, denunció el jueves que la aviación saudita había bombardeado su misión diplomática en Yemen.

Pocas horas después del primer anuncio,  el viceministro de Exteriores para Asuntos Árabes, Hosein Amir Abdolahian, precisó que «lamentablemente durante el bombardeo de los cazas saudíes un misil ha caído cerca de la Embajada de Irán en Sanaa y uno de los guardias de seguridad ha resultado herido de gravedad».

Abdolahian añadió que en las próximas horas su país va a presentar un informe oficial detallado ante el Consejo de Seguridad de la ONU,  según reportó la agencia estatal iraní IRNA.

El estallido del conflicto en el que pudieran verse involucrados directamente Riad y Teherán despertó temores de que, en realidad, detrás de lo que parecía una escalada de golpes y contragolpes por hechos puntuales se encuentren fuerzas ocultas, movidas por supuestas motivaciones confesionales o religiosas, para impedir el inicio de un deseable proceso de paz, tanto en Siria como en Yemen.

Asimismo, surge la sospecha de que esas propias fuerzas, clientes del armamentismo en la región, pudieran provocar a mediano plazo el fracaso de los acuerdos dirigidos a regular el uso de la energía nuclear por parte de la nación persa, firmados a finales del año pasado con los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, el llamado G5+1, que abrió una nueva esperanza de paz en el Medio Oriente y el resto del mundo.

Una vez más el clientelismo político y las adhesiones por conveniencia o simpatías confesionales, dan pie a la formación de grupos y alianzas regionales, una mayor división y el peligro de que todos los esfuerzos encaminados a frenar la guerra en Siria, se hundan, de nuevo por disputas de poder entre naciones vecinas que intentan controlar su destino.

El acuerdo del Consejo de Seguridad de la ONU, logrado por unanimidad a mediados de diciembre, para que el Secretario General de la organización mundial convocara a los representantes del Gobierno del presidente Bashar al-Assad y de los grupos opositores dispuestos a negociar una salida política y pacífica al conflicto —que cumplirá cinco años en marzo—, se balancea ahora en una verdadera cuerda floja.

La guerra en Yemen ha cobrado una intensidad desmedida en esta primera semana de enero y el número de víctimas civiles —que en los últimos nueve meses llegó a 8 000, de ellas unos 3 000 muertos—, arruina las esperanzas de una solución a corto plazo.

Aviones de la coalición militar que lidera Arabia Saudita no han dejado de atacar posiciones en el centro y las cercanías de Sanaa, con una intensidad sin precedentes desde que inició su campaña para desalojar del poder a los rebeldes huthi y reinstaurar al impopular presidente Abdrabbo Mansur Hadi.

En el plano político, Sudán y Bahrein —otro país que fue invadido por tropas de Arabia Saudita en 2012 para aplastar una rebelión popular de la mayoría chiíta que habita esa isla— también rompieron relaciones diplomáticas con Irán. En tanto, Egipto expresó su apoyo y simpatías a la monarquía wahabita, al igual que lo hizo la corona de los Emiratos Árabes Unidos.

En ese ambiente de confusión, hasta la guerra contra el llamado Estado Islámico parece relegada a un segundo plano, en tanto Turquía, otra potencia de la zona involucrada en el conflicto, mantiene el despliegue de un contingente de su ejército en el noreste de Iraq, en apoyo a milicias sunitas, y en contra de la voluntad expresa del Gobierno de Bagdad.

Todo indica que una vez más se cumple la máxima de que «a río revuelto ganancia de pescador», aunque siempre existe para los regímenes que juegan a la guerra el riesgo de naufragar en las tenebrosas aguas de una guerra en el Golfo.

En tanto, a pesar de estos vaivenes político-diplomáticos que bordean la confrontación bélica, en el verdadero terreno de confrontación militar en Siria, la ofensiva del ejército gubernamental apoyado por su propia fuerza aérea y la de Rusia prosigue asestando severos golpes a los grupos armados terroristas, que día a día pierden terreno y recursos financieros, debido a la destrucción de las fuentes de aprovisionamiento de petróleo que hasta hace poco transportaban impunemente caravanas de camiones cisterna hacia territorio turco, de donde era exportado.

Tal vez esa sea la única pieza clave que fortalece una expectativa de arreglo negociado de la crisis siria, en la medida que Damasco recupera terreno en regiones hasta hace poco dominadas por los terroristas y mercenarios, fuertemente golpeados y obligados a un repliegue que los va despojando de fuerza e influencia.

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