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¡Oh, Jerusalén! ¡Ay, Palestina! (III y Final)

Israel se perfila como un Estado racista, colonizador, que aplica una política de apartheid al pueblo palestino, al cual comprime en islotes semejantes a bantustanes

Autor:

Leonel Nodal

La inauguración de la Embajada de Estados Unidos en Jerusalén, decidida por el presidente Donald Trump, surtió el efecto de un premio al odio racial y genocida del Estado sionista de Israel, que celebró su aniversario 70 con un nuevo baño de sangre palestina.

Al menos 55 residentes desarmados del territorio de Gaza fueron asesinados a tiros por francotiradores israelíes cerca de la valla fronteriza, en tanto varios centenares resultaron heridos, cuando protestaban contra el despojo territorial y la limpieza étnica que desde 1948 los arrancó por la fuerza de sus hogares.

Los disparos contra los participantes en la Gran Marcha por el Retorno elevaron a 91 el total de muertos y a más de 10 000 el número de heridos por la represión, desde el pasado 30 de marzo.

Decenas de miles de palestinos, sujetos a la ocupación militar en Gaza y ciudades de Cisjordania, manifestaron su repudio al traslado a Jerusalén de la embajada de EE. UU.,  celebrada en una ceremonia que contó con la asistencia de Ivanka Trump, hija del mandatario norteamericano, y su marido, Jared Kushner, ambos consejeros de la Casa Blanca.

El embajador estadounidense en Israel, David Friedman, acentuó el significado del acto al certificar la ubicación de la embajada como «Jerusalén, Israel».

Para completar, se reprodujo un mensaje grabado del presidente Trump, quien se declaró dispuesto a alcanzar una paz duradera en Oriente Medio, a pesar de su decisión, considerada un bofetón a cristianos y musulmanes que también veneran a Jerusalén como sitio sagrado y de peregrinación.

En realidad, los hechos demuestran todo lo contrario. El ciego respaldo de Washington a los afanes expansionistas y colonizadores de sucesivos gobiernos israelíes solo contribuyó a consagrar el despojo del 75 por ciento del territorio destinado al pueblo palestino, en el plan de partición acordado por la ONU en 1947.

Más de cinco millones de palestinos viven hoy en la condición de refugiados. Unos 600 000 colonos judíos habitan en unos 300 asentamientos ilegales en Jerusalén y Cisjordania, en violación del derecho internacional.  

Israel ha rechazado de manera sistemática la Resolución 242 de la ONU, de 1967, que dispuso el retiro de los territorios ocupados, previstos como asiento del Estado palestino independiente con capital en Jerusalén Oriental.

Por el contrario, a juicio de respetados juristas, el traslado a Jerusalén de la Embajada de Estados Unidos es «un atentado contra el Derecho Internacional» de Trump, quien de hecho se muestra decidido a cancelar la solución del conflicto basado en los dos estados, como preconiza el primer ministro Benjamín Netanyahu.

Israel se perfila como un Estado racista, colonizador, que aplica una política de apartheid al pueblo palestino, al cual comprime en islotes semejantes a bantustanes.

El recordatorio de la proclamación de Israel como «La Nakba» o día de La Catástrofe, en referencia al estallido el 15 de mayo de 1948 de las operaciones militares de limpieza étnica por parte de las bandas terroristas armadas sionistas, marcó el inicio de una nueva fase de la Resistencia Palestina.

Fue por aquellos días que un joven palestino de apenas 19 años, soldado de fila llamado Yasser Arafat, libraba sus primeros combates al lado de Abdel Qader al Husseini, uno de los precursores de la independencia de Palestina.

Su voluntad, su liderazgo y fe en la justeza de la causa que defendía le permitiría organizar el Movimiento de Liberación Nacional Palestino y obtener el reconocimiento de las Naciones Unidas en 1974.

La capacidad, el arrojo y el patriotismo de Abu Ammar, como lo llamaron sus seguidores, el Padre de la Patria palestina, quien luego de enarbolar el fusil tuvo la valentía de negociar la paz, a cambio del Estado independiente, también supo afrontar el martirio y la muerte cuando intentaron obligarlo a aceptar una fórmula bochornosa, que excluía el ejercicio de la autodeterminación y lo conminaba a renunciar a Jerusalén como capital.

Su ejemplo marcó un derrotero. Bilal Fasayfes, de 31 años, fue uno de los jóvenes palestinos que se llevó a su mujer y sus dos hijos este lunes en uno de los autocares fletados en Jan Yunes, en el sur de Gaza, para conducir a los habitantes hasta las protestas de la frontera, aun a riesgo de perder la vida.

«No nos importa que maten a la mitad de la gente —declaró a la prensa internacional que cubría la marcha—, seguiremos yendo hasta allí para que la otra mitad viva con dignidad».

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