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Las (e)lecciones de Venezuela

La democracia bolivariana no es aquella de la Cuarta República que afirmaba que «el acta mata los votos», en cruda alusión al cisma entre la voz del pueblo y el oído del poder

Autor:

Enrique Milanés León

CARACAS.— Rafael Correa, que a pesar de tener la espalda llena de cicatrices no ha perdido el sentido del humor, lo dijo en esta capital el mismo día de la victoria: «Nunca había visto una dictadura con tantas elecciones». Con apenas horas de diferencia, el diplomático venezolano Roy Chaderton refirió igualmente ese «maravilloso vicio» de sus compatriotas: votar.

Esta que Nicolás Maduro acaba de ganar con una contundencia que hace honor a su estampa fue la cuarta elección en menos de nueve meses. Desde el toque de diana en Carabobo, el cohetazo y el repique de tambores que marcaron el arranque de la jornada, hasta la algarabía nocturna de amplios sectores populares, todo el mundo sabía este domingo quién iba a ganar, y no por el bulo del supuesto fraude chavista, tan cuidadosamente difundido en los grandes libelos de este mundo.

A la oposición —encabezada, en testa teñida, por Donald Trump— le pasó como a Santiago Nasar, aquel personaje garciamarquiano que desde la primera página de Crónica de una muerte anunciada sabíamos que iban a matar. Así que echaron mano a su recurso más típico, la dispersión, y unos se fueron a «luchar» a Europa o Estados Unidos, bien lejos de esas urnas que les harían, en números, un retrato feo y fiel, mientras Falcón probaba suerte prometiendo un billete ajeno, Bertucci invocaba la oración del río (de la derecha) revuelto y Quijada presentaba un recurso interesante: la cara, el mentón puro. Aun juntos, poco hubieran conseguido contra un pueblo unido en la boleta del chavismo.  

Cuando Tibisay Lucena hizo a las 10 y 20 de la noche del domingo la ya tradicional caminata por la rampa del Consejo Nacional Electoral, el zurdazo de Maduro —que es derecho, pero piensa como Chávez— era más que esperado. Ganó de nuevo y, con él, Venezuela, de modo que, en una polémica vecinal que parece cosa de realismo mágico, otra vez el Nobel de al lado pierde ante este noble que de vez en cuando le advierte sin finura: ¡respeto, cara… cas!

Aunque intentaron aplicarle el mismo cerco que ahoga los mercados venezolanos, estas fueron elecciones muy seguidas. Más de 150 acompañantes y de 300 periodistas del mundo entero constataron de cerca que Venezuela no es el caos descrito en las primeras planas.

Se habló de farsa y la hubo, sí, solo que farsa extranjera: el venezolano común pudo dar su voto a Maduro o a Falcón, a Bertucci o a Quijada, pero Estados Unidos, el gran embustero universal, no está particularmente a favor de ninguno de ellos. El «celador de la democracia» simplemente ha votado contra Venezuela.          

Mientras el peculiar sistema que le dio la presidencia a Donald Trump con menos votos populares que su contrincante aún despierta suspicacias, de elección en elección Venezuela convence mejor a los acompañantes que se atreven a venir al país en contra de la disuasión de Gobiernos que pretenden proteger a sus ciudadanos de malas «juntamentas».

La democracia bolivariana no es aquella del kikirikí que, en plena Cuarta República, Juan Bimba —el equivalente a nuestro Liborio— explicaba como «kikirikí, un voto para ti y este me lo robo para mí», ni aquella de la misma época que afirmaba que «el acta mata los votos», en cruda alusión al cisma entre la voz del pueblo y el oído del poder.

La primera buena elección de Venezuela —entre las miles que le dejaba el complicado tablero mundial— fue elegir, decidirse a hacerlo ahora pese al «veto» de pretendidos dueños del mundo que, para demostrar tal posesión, solo tienen los papeles…verdes. Venezuela eligió elegir y va ganando.

Varias lecciones deja este sufragio, pero entre ellas, tal vez la más notoria sea la solvencia política de Nicolás Maduro, un líder que mantiene a Chávez como referente esencial, pero que desde hace mucho —en un contexto que hubiera retado al mismísimo gigante de Barinas— construye junto a la masa su propio legado.

Como en cada proceso, Tibisay hablaba el domingo de «tendencias irreversibles» en la puja electoral, pero acaso el término se ajusta más a la voluntad colectiva de tomar, pese a las minas, el sendero de la izquierda.

La tendencia irreversible en Venezuela es su terco arrojo de marca bolivariana. La victoria de ahora no es el ascenso de un hombre ni se explica en un fruto aislado y maduro sino en el recio tronco de la Revolución. 

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