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Los hilos del golpe

La increíble autoproclamación del desconocido Juan Guaidó como presidente interino en medio de una concentración opositora y sin que mediara ningún ente gubernamental, ha sido —es— un intento golpista que tiene móvil y soporte en la administración de EE. UU.

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Los aires habitualmente olorosos a vida en Venezuela están contaminados. Otra vez, como dijera Hugo Chávez al usar de la palabra en la ONU detrás de George W. Bush, huele a azufre y hasta es posible divisarlo, porque nunca como esta vez la presencia y la responsabilidad de Estados Unidos han estado ahí, tan descarnadas, en acontecimientos que usan la ruina de lo que queda de la oposición derechista venezolana para intentar torcer, al antojo de Washington, los destinos de la nación.

La increíble autoproclamación del desconocido Juan Guaidó como presidente interino en medio de una concentración opositora y sin que mediara ningún ente gubernamental, ha sido —es— un intento golpista que tiene móvil y soporte en la administración de EE. UU.

Aquella proclamación la acometió sin respaldo de pueblo, ni de fuerza armada, ni de instituciones: los mismos sectores que, por el contrario, desmintieron la posibilidad de la asonada al ratificar su respaldo a la ley y la constitucionalidad, y a un Nicolás Maduro que se mantiene en su puesto —firme y duro, como diría él— en medio de una nación donde prevalece la calma.

En tiempos de guerras de cuarta generación que tanto se parecen en su hipocresía a las antes llamadas guerras no declaradas, sería difícil clasificar esta acción.

No ha sido un intento de golpe express, como le hicieron a Fernando Lugo en Paraguay en 2012; mucho menos un golpe militar disfrazado de decisión del Congreso al estilo del que depuso a Manuel Zelaya en Honduras en 2009, porque la Fuerza Armada Nacional Bolivariana sigue leal al Presidente; tampoco se ha seguido el guion del golpe parlamentario vestido de impeachment que demovió a Dilma Rousseff de la presidencia de Brasil en 2016…

Sin embargo, se trata de la misma estrategia injerencista contra la soberanía plena y la unidad de América Latina.

Esta vez innovaron con el presunto presidente interino como cabeza de un «Gobierno paralelo» que tiene ya en el exterior supuestas y falsas entidades, encabezadas por venezolanos que venden su país al mejor postor, y la simulada e inaceptable excusa de que Maduro es un presidente «usurpador».

Juan Guaidó, quien virtualmente había desaparecido (al menos en el activo orden mediático que «reporta» sobre Venezuela) en las 24 horas siguientes a la autoproclamación, convocó el viernes a una nueva manifestación la semana que se inicia y, en una retoma del papel autoadjudicado de mandatario ilegal, tuvo la desfachatez de pronunciarse por la salida de Maduro, un Gobierno de transición y lo que él y quienes le dirigen llaman sin pudor ni razón «elecciones libres». Esa es su tríada.   

Todo lo argüido para justificar la acción son ilegalidades. Incluso, se ha puntualizado por el Consejo Nacional Electoral de Venezuela que la figura de presidente interino ni siquiera está contemplada en las leyes: sencillamente, no existe, lo que da cuenta no solo de la absoluta invalidez del cargo que él se otorga sino, además, de esa cierta dosis de improvisación en la ejecución de los planes… o desespero, al que ha aludido Maduro.

Tampoco procede invocar, como hacen quienes soliviantan desde el exterior, el artículo 233 de la Constitución, que estipula como «faltas absolutas del Presidente o Presidenta de la República: su muerte, su renuncia, o su destitución decretada por sentencia del Tribunal Supremo de Justicia; su incapacidad física o mental permanente certificada por una junta médica designada por el Tribunal Supremo de Justicia y con aprobación de la Asamblea Nacional; el abandono del cargo, declarado como tal por la Asamblea Nacional, así como la revocación popular de su mandato (…)».

Nada de eso ocurre con Nicolás Maduro. Solo pasa que se ignora su elección con más del 67 por ciento de los votos el pasado 20 de mayo, y su asunción el 10 de enero como lo dicta el artículo 231 de la Carta Magna, donde reza que «si por cualquier motivo sobrevenido el Presidente o Presidenta de la República no pudiese tomar posesión ante la Asamblea Nacional, lo hará ante el Tribunal Supremo de Justicia».

Eso es lo que ha hecho el Presidente, dado el estado de desacato en que se encuentra la Asamblea Nacional.  

No, los últimos días en Venezuela no se parecen a nada y han desembocado en acciones sin la mínima credibilidad, aupadas solo por el rápido tuit de Donald Trump que reconoció a Guaidó, y por los terceros países que le han dado su aval, ya sea de acuerdo con Washington o sucumbiendo a sus presiones.

A pesar de ello y del acostumbrado cacareo de Luis Almagro, Washington volvió a fracasar en el nuevo intento, el jueves, de conseguir una resolución de la OEA que reconociese al verdadero usurpador (Guaidó) y condenase al Gobierno de Maduro, pues le faltaron seis votos para conseguir los 22 necesarios.

Si hacia lo interno se han desarrollado actos insólitos en su inconstitucionalidad, hacia afuera se está haciendo un grave daño a la convivencia entre los Estados, por la manera en que algunos ayudan a la Casa Blanca a seguir haciendo trizas el Derecho Internacional, y pisotear la soberanía de las naciones.

Patrones reiterados, y otros nuevos

Todo indica que en las mentes calenturientas y malévolas de los hacedores —entre quienes se destacan el rabioso senador por Florida, Marco Rubio, y Bob Menéndez, por New Jersey—,  el sustento principal para que el golpe sea validado se encuentra precisamente fuera del país, habida cuenta de que Guaidó no tiene legalidad, ni aval, ni respaldo de la mayoría de los venezolanos adentro.

Un análisis publicado el propio día 23 por Misión Verdad apuntaba que el denominado «Gobierno de transición» (…) se fundamenta en un piso ficticio pero lo suficientemente propagandizado y apoyado por factores internacionales que disfrazan los actos ilegales ante el Estado de Derecho venezolano, como ejercicios de legitimidad constitucional».

«Por eso, dice el artículo, Guaidó se autoproclama cuando ya estaba seguro que el denominado Grupo de Lima seguiría los pasos de Estados Unidos».

Debe constar también el mensaje emitido el día 22 por el vicepresidente de EE. UU., Mike Pence, quien conminó en un tuit a llevar a cabo la acción desestabilizadora.

Pero, más que eso, impacta la develación hecha por el diario estadounidense Wall Street Journal el viernes, y según el cual fue una llamada del propio Pence el detonante para la proclamación de Guaidó, al asegurarle a este que tendría el respaldo de la Casa Blanca si «tomaba las riendas» del Gobierno invocando una cláusula de la Constitución.

Tampoco habían salido las cosas como, presumiblemente, estaban planeadas, teniendo como punto de mira el propio día 23, cuando estaba convocada una marcha opositora en el aniversario del derrocamiento, en 1958, de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez: mal uso de la efeméride para establecer paralelos entre aquel y el presidente Maduro.

El robo, dos días antes, de armas de un galpón militar por un pequeño grupo de efectivos traidores, pretendía dotar de esos armamentos a grupos terroristas que el 23 atacarían la prevista marcha opositora vestidos como miembros de la Guardia Nacional.

Sería una autoagresión para levantar a la gente contra la Fuerza Armada y el Gobierno, buscando la violencia y, si fuera necesario, la guerra civil, jugada parecida a la de Puente Llaguno, cuando el frustrado golpe de Estado a Chávez, en abril de 2002. Entonces fue la Policía de Caracas, bajo órdenes de una municipalidad opositora, la que atacó a los manifestantes y provocó los hechos de sangre.

Esta vez la jugada no funcionó: los ladrones fueron detenidos y confesaron.

De cualquier modo, «los sucesos están en plena evolución», como diría poco más o menos el periodista venezolano Walter Martínez, y tal cual retomó Maduro en su más reciente conferencia de prensa.

Estados Unidos, que no ha logrado revertir la Revolución ni con el bloqueo económico y financiero, ni con los ataques diplomáticos, ni con los intentos de aislar al país, insiste en doblegar a una nación que, pese a todo, se le ha hecho muy difícil… Pero el mundo debe estar alerta: sobre su mesa en el Despacho Oval, Donald Trump mantiene todas las opciones contra Venezuela abiertas.

El «interino» de pacotilla

Si algo ha desgajado la política estadounidense es la propia oposición ultraderechista de Venezuela, algunos de cuyos líderes han perecido políticamente por las divisiones internas provocadas por las órdenes de Washington.

Obedecer o no sus directivas en torno a decisiones trascendentales como participar o no en las más recientes elecciones presidenciales, o firmar o no los acuerdos del diálogo en República Dominicana que ellos hicieron fracasar, acabó de hundirlos como ente.

Tal introducción es indispensable para entender por qué un desconocido como Juan Guaidó es quien los «representa» ahora.

Por demás, la suya es una cara joven de 35 años, y fresca ante el desgaste de los viejos políticos derechistas. No es rubio como los sifrinos de siempre, por lo que resulta más potable; se le ubica en una clase más popular que la del resto, aunque eso no lo priva de una formación elitista, pues egresó como ingeniero de la Universidad George Washington.

Del partido Voluntad Popular, tiene un currículo que lo ubica entre «los de las manitas blancas» de 2007 y 2008, cuando los dinosaurios usaron a los estudiantes para la violencia callejera contra Chávez. Se afirma que participó también en la violencia de 2014 y 2017.

Titular de la Asamblea Nacional en desacato, algunos días antes de su autonombramiento pidió conversar con representantes de las fuerzas bolivarianas como el luchador Freddy Bernal y el titular de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello.

Acudió al último encuentro con chamarra que le tapaba la cabeza. No quería que lo vieran; pero aseguró que iba a respetar la presidencia de Maduro, y que quería un diálogo nuevo.

Ahora ha vuelto a llamar a la manifestación callejera.

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