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La derrota de Estados Unidos en Siria

Trump con sus malabarismos está pretendiendo negar la «bochornosa» derrota, que trata de convertir en un punto a favor, al considerar cumplida su promesa electoral de poner fin a las «guerras eternas» desatadas por sus antecesores

Autor:

Leonel Nodal

La retirada incondicional y casi en desbandada de las tropas que Estados Unidos utilizó en su ilegal intervención en Siria, con el público propósito de provocar el derrocamiento del presidente Bachar al-Assad, marca la mayor debacle militar de Washington en el estratégico escenario geopolítico y económico del Oriente Medio.

A Siria le ha llegado la hora de cantar victoria. Al cabo de ocho años y medio de verse arrastrada y hundida en el ensangrentado lodazal de una guerra de gigantescas proporciones, su gobierno, su pueblo, sus fuerzas armadas y sus aliados, han logrado derrotar todas las maniobras de la mayor potencia militar del planeta.

Medio millón de muertos, unos nueve millones de personas desplazadas hacia el exterior u otras regiones del país, así como la destrucción de su infraestructura económica, que demandará 200 000 millones de dólares para su reconstrucción, testimonian el alto precio de la independencia pagado por toda la nación siria.

Hoy se sabe con lujo de detalles que fueron agentes al servicio de Estados Unidos quienes incitaron a la insubordinación social contra el gobierno de Assad, para validar desde marzo de 2011 un movimiento opositor intransigente, que hizo estallar una guerra civil, como si fuera «una revuelta de todo el pueblo».

Los estrategas de la Agencia Central de Inteligencia, el Pentágono y la Casa Blanca, tanto en la administración de Barack Obama, como en la de Donald Trump, quienes lanzaron la agresión con la intención de ver caer a Assad, al igual que Moammar Khadafi, en Libia, nunca imaginaron un final del conflicto como el actual.

El fracaso del aislamiento diplomático de Damasco, con la anuencia de la Liga Árabe, la convocatoria de «Conferencias de amigos de Siria» en París, para reunir fondos y armas para fuerzas rebeldes —políticas y militares— de gobiernos de papel en el exilio, con el abierto apoyo financiero, militar y logístico de las principales potencias imperiales aliadas de Washington en la OTAN, envalentonadas por el derrocamiento de Moamar Khadafi en Libia, promovieron el ingreso de mercenarios desde todas las fronteras y prolongaron la guerra hasta límites impensables, que incluyeron ataques directos de Estados Unidos con misiles, en operaciones punitivas por el presunto uso de armas químicas por el gobierno de Assad. Solo faltó que utilizaran un arma nuclear.

La irrupción del sospechoso movimiento extremista llamado Daesh/ISIS o Estado Islámico, a raíz de la retirada de tropas norteamericanas de Irak en 2013, sirvió en bandeja el pretexto de la «lucha contra el terrorismo».

Sin autorización de Naciones Unidas, ni el consentimiento del Gobierno establecido en Damasco, Washington se arrogó el derecho de bombardear el territorio sirio, masacrar a sus pobladores, provocar el caos, destruir el país y apropiarse de su petróleo, que vendían para financiar sus gastos de guerra.

Más de cien mil mercenarios, procedentes de 80 países fueron identificados por observadores de la ONU, integrados en una multitud de grupos extremistas, autoproclamados yihadistas islámicos, armados, financiados  y entrenados por Estados Unidos, sus aliados occidentales y de la región, incluido Israel.

La firme resistencia de Siria recibió un respaldo decisivo en el verano de 2015, cuando mediante una solicitud firmada por el presidente Bachar al-Assad, el presidente Vladimir Putin aceptó desplegar todo el poderío de las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia, así como dotar al ejército sirio del armamento necesario para liberar el país y recuperar la soberanía sobre todo el territorio de las fronteras legítimas y reconocidas.

A finales del año pasado, Moscú y Damasco estimaron que la mayor parte del territorio nacional estaba liberado. Apenas quedaban algunos bolsones de terroristas, encuadrados, armados y pagados por Estados Unidos y aliados regionales, a los que presentaban en su prensa como Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) integradas por «rebeldes árabes sirios» y guerrilleros kurdos, dispuestos a impedir la expansión del llamado Estado Islámico, dirigidos por Estados Unidos que desplegó sus tropas en el noreste del país fronterizo con Irak y Jordania más al sur.

A mediados de agosto, el Ejército gubernamental, apoyado por la aviación militar rusa, emprendió una ofensiva en la región de Idlib, para desalojar a todos los ocupantes extranjeros y sus mercenarios en el este del país, dominada por el grupo yihadista Hayat Tahrir al-Sham (HTS, antigua rama siria de al-Qaeda).

El  ingreso el pasado 18 de agosto de tropas gubernamentales en la estratégica ciudad de Khan Sheikhun, que se encuentra en una carretera clave que atraviesa Idlib y conecta Damasco con Alepo, marcó un giro decisivo en las hostilidades.

En los últimos 15 días los acontecimientos se desarrollaron con celeridad. Estados Unidos se vio obligado a emprender una precipitada retirada de sus tropas en las zonas del noreste donde operaban con las milicias kurdas integrantes de las FDS.

A fin de evitar un choque con Turquía, ante la decisión del presidente turco, Recip Erdogan, de iniciar una invasión del noreste de Siria para establecer una llamada franja fronteriza de seguridad, Trump ordenó la retirada de las fuerzas norteamericanas, dejando sin respaldo a las milicias kurdas, que se sintieron traicionadas.

Tras cuatro días de la ofensiva de los turcos, las milicias kurdas concretaron un acuerdo con Damasco, con la mediación de Rusia, para facilitar el ingreso de las tropas gubernamentales, que se harían cargo de controlar la línea fronteriza con Turquía, en ejercicio del derecho soberano que le corresponde al país árabe.

Después de amenazar a Turquía con «destruir su economía» si se excedía con los kurdos, tras la entrada del ejército sirio en la zona fronteriza y un cese del fuego establecido de hecho por la mediación de Rusia, Trump tuvo la osadía de atribuirse la maniobra, y suspendió las anunciadas sanciones a Ankara, que nunca se aplicaron.

Más aún, argumentó que la nueva situación convalida la retirada de tropas norteamericanas de Siria, pero insistiendo en que algunos efectivos permanecerán en Siria para proteger las reservas de petróleo que fueron tomadas por Estados Unidos durante la guerra.

Lo cierto es que Trump con sus malabarismos está pretendiendo negar la «bochornosa» derrota, que trata de convertir en un punto a favor, al considerar cumplida su promesa electoral de poner fin a las «guerras eternas» desatadas por sus antecesores.

Sin embargo, es evidente que el balance estratégico se inclina a favor de Rusia, y el presidente Putin, quien como ningún otro mandatario ruso en el pasado, tiene en sus manos las llaves del proceso de paz iniciado en Astaná, junto con Irán y Turquía.

Por su parte, Siria se acerca definitivamente a la conquista de su independencia política, la integridad territorial y el ejercicio de la autodeterminación y la soberanía, en una sociedad regida por un sistema de Gobierno que se tornó más inclusivo, laico y defensor de la diversidad de credos y religiones, que lograron sobrevivir precisamente a la sombra de la unidad nacional, forjada en una larga batalla por la independencia, con el concurso de una decisiva solidaridad internacional.

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