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Un pato cojo llamado Donald

Maniobras y zarpazos finales de un derrotado que no quiere conceder el triunfo a su contrario, Joe Biden,pueden llevar el caos interno a Estados Unidos y a situaciones peligrosas en diversas regiones del mundo

Autor:

Juana Carrasco Martín

Lame Duck (pato cojo) se le llama en Estados Unidos a quien, ocupando un cargo electivo, está en los días finales de esa función, se aproxima el momento en que debe dejarlo y, además, ya se ha elegido su sucesor. En ese lapso, manejos tenebrosos acompañan al mandatario saliente, no solo porque deben ser sombríos para quien aspiraba a continuar en el ejecutivo y no pudo lograrlo, sino porque puede actuar sin muchas cortapisas, mientras el público pone atención a cómo podrá ser el quehacer del próximo presidente.

Se dice que la expresión «pato cojo» se remonta al año 1761, en la Bolsa de Londres, para describir a un especulador que había adquirido unas opciones de compra y no les pudo hacer frente, no pagó sus deudas y fue víctima de los depredadores, que en aquel mercado se definían en dos grupos: los Bulls (toros, que apuestan al alza) y los Bears (osos, que apuestan a la baja).

Pero en la historia política estadounidense llega con un artículo del periódico Appleton Post-Crescent, de Wisconsin, sobre el presidente Calvin Coolidge, publicado en 1926 bajo el título de «Making a lame duck of Coolidge», aunque con anterioridad ya se había utilizado desde finales del siglo XIX para referirse a miembros del Congreso que no habían sido elegidos en noviembre, y entonces continuaban en funciones hasta marzo del año siguiente. Para cortarles el poder, en  1876 se propuso la Vigésima Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, «la enmienda pato cojo», que decidió que el 3 de enero cesaban los representantes y senadores no electos.

Pero hablábamos de este bisiesto e inédito 2020 y de los dos meses y medio de Donald Trump y su posibilidad de actuar desde las tinieblas, y evidentemente los aprovecha en algo más que jugar al golf.

En cuatro años de la administración del magnate-presidente, las convulsiones sociales, políticas y económicas sacudieron a Estados Unidos, polarizaron aún más a una nación que nunca llegó a ser el melting pot o crisol de pueblos, y sí olla de grillos de profundas diferencias de clases y étnicas. No ha fusionado, ni mucho menos cohesionado a sus ciudadanos.

Por el contrario, mediante comportamientos erráticos, expresados en mítines y mensajes de Twitter, abrió puertas a la violencia interna, a la coerción, a la mentira, a la negación de realidades como la COVID-19, a conductas personales abusivas y vengativas con sus subordinados, a comportamientos aislacionistas propios y llevados a nivel de política en el ámbito internacional.

Personalmente Trump no ha concedido su derrota frente a Joe Biden, quien sobrepasó los 80 millones de votos, cinco millones de votos populares más que él y también suma cerca de 70 votos electorales más. Por el contrario el mandatario mantiene entre sus fieles y ciegos seguidores la falsa percepción de unas elecciones fraudulentas —por supuesto, solo en aquellos estados donde perdió—, y lo más significativo, intenta un golpe de Estado con todas las de la regla convidando o conminando a que los votos electorales o compromisarios salten la talanquera, le den su favor y con ello la permanencia en la Casa Blanca, cuando el 14 de diciembre se reúna el Colegio Electoral y declare al presidente y vicepresidente.

Esta es una peligrosa aproximación a enfrentamientos de los extremos y un atentado a las reglas de juego de la proclamada democracia estadounidense, con una teoría de conspiración creída por millones de norteamericanos que harán más difícil la gobernabilidad de Biden.

«La elección fue perdida por los demócratas. Ellos engañaron. Fue una elección fraudulenta», insistió Trump el miércoles mientras llamaba a una reunión en Gettysburg organizada por republicanos de Pensilvania y su abogado personal, Rudy Giuliani, para discutir presuntas irregularidades electorales. El jueves prácticamente repetía  que dejaría la Casa Blanca el 20 de enero si el Colegio Electoral declaraba a Biden ganador de las elecciones, pero agregaba: «Si lo hacen, cometen un error». «Va a ser algo muy difícil de conceder».

Desastre mundial

Internacionalmente, en los días transcurridos de noviembre, Trump le ha concedido manos libres al sionismo israelí para extender el apartheid y asfixiar al pueblo palestino con el reconocimiento de «legalidad» para los asentamientos y de la etiqueta «Made in Israel» de productos de los territorios ocupados y robados en Cisjordania.

También ratificó definitivamente el abandono de los Acuerdos de París sobre cambio climático, y le volvió totalmente la espalda a la XV Cumbre del G-20, que abordó como tema central el enfrentamiento coordinado a la COVID-19.

Trump aprieta las sanciones contra Irán, y su enviado especial Elliot Abrams lanzó el plan hasta el 20 de enero con el propósito de hacer lo más difícil posible para la administración Biden —si fuera esa la voluntad del demócrata— retornar al acuerdo nuclear.

El diario The New York Times reportaba que Trump está revisando las opciones de atacar algún sitio nuclear iraní, y altos funcionarios israelíes dijeron a la agencia noticiosa Axios que su ejército ha sido instruido para ello. El zarpazo fue ejecutado el pasado viernes con  el atentado terrorista que causó la muerte al prominente científico nuclear iraní Mohsen Fakhrizadeh-Mahabadi.

El acoso y las provocaciones a Rusia y China se mantienen. El destructor de misiles guiados USS John McCain llevó a cabo el martes lo que Estados Unidos llama una Operación de Libertad de Navegación (FONOP) cerca de la costa de Rusia en el Mar de Japón, violando los límites territoriales de la nación euroasiática al entrar dos kilómetros dentro del Golfo de Pedro el Grande, cerca de la ciudad de Vladivostok.

Operaciones similares de «aguas libres» son habituales por parte de la armada estadounidense en el Mar del Sur de China, retando a Beijing en aguas reclamadas por el Gigante asiático.

Robert O’Brien, consejero de Seguridad Nacional para la región, ha viajado en esta semana, como enviado especial a países que disputan esas áreas, a China con el mensaje: «nosotros vamos a ser sus espaldas», y el Gigante asiático reclama que Estados Unidos cese la «incitación a la confrontación», y denuncia que esa visita  «no era para promover la paz y la estabilidad regional, sino para crear el caos en la región en busca de sus propios intereses».

Cuba está en la lista de este acosador que escribe nuevas páginas en la historia de nuestras difíciles y confrontacionales relaciones. En el último año más de 200 medidas han sido añadidas para intensificar el bloqueo. Ellas apuntan especialmente contra las familias cubanas.

Johana Tablada, subdirectora de la Dirección de Estados Unidos del Minrex, le ha llamado «el equipo de demolición» de este presidente estadounidense, y en las más recientes insidias o estratagemas para justificar tanta alevosía y crueldad han intentado culpar a Cuba —junto a otros países presentes en esta relación de agresiones de última hora— por la derrota electoral de Trump y también por su prolongado, ineficaz y frustrado golpe de Estado en Venezuela.

Dos de esas medidas fueron dirigidas especialmente a dañar a las familias cubanas y sus lazos afectivos: la prohibición de vuelos a los aeropuertos internacionales del Archipiélago y el cese del pago de las remesas desde Estados Unidos hacia Cuba a través de la compañía Western Union, que entró en vigor en esta semana.

Por estos días prueban una estratagema de desestabilización política desde un popular barrio de La Habana, con una supuesta huelga de hambre en reclamo de derechos de expresión, que va acompañada de una activa manipulación en las redes sociales. La ralea de esos mercenarios está expuesta, también se hace evidente su propósito de justificar que la administración en ejercicio a partir del 20 de enero no «pueda revertir» las irracionales medidas trumpianas.

¿Una trumpiada más?

Lo peor, Donald (lame duck) dejará la Casa Blanca, pero el trumpismo pretende mantenerse hasta regresar al poder político con las elecciones de 2024 y tiene potencialidades para ello, cuenta con esos millones que le respaldaron —una encuesta de Seven Letter Insight encontró que el 66 por ciento de los votantes republicanos apoyarían su postulación en 2024— y tendrá cuatro años para obstaculizar al máximo a la administración Biden.

Sea un rumor o sea verdad, ya existen informes de que está considerando iniciar su campaña 2024 el mismo día de la inauguración o toma de posesión del presidente electo, Joe Biden.

Sería otra trumponada y peligroso reto.

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