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Del aula… ¿a la presidencia?

Hoy se decide si la irrupción de Pedro Castillo en el panorama electoral de Perú deja más que sus lecciones

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Pudiera decirse que, como lo fueron en su momento Jair Bolsonaro en Brasil y Nayib Bukele en El Salvador, él también es un outsider: un hombre ajeno a la política de quien se dice que formuló su postulación como candidato presidencial, el mismo día que cerraban las inscripciones. En esa fecha lo acogió Perú Libre. Hoy, Pedro Castillo tiene posibilidades reales de ser electo presidente y jalonar cambios.

Pero solo el carácter primigenio en estas lides lo emparenta con aquellos otros candidatos que, como él, llegaron a los comicios virtualmente por fuera de los partidos, cuando en el ámbito formalmente político todavía eran poco conocidos: es que se ven enormes las distancias entre Castillo y esos otros outsiders de la región.

Su formación como humildísimo maestro rural de una remota localidad de Puña, en Cajamarca, donde todavía vive y, recientemente, un activismo social que lo situó como líder de dos movilizaciones populares lo dejan ver —¡claro, a la distancia!— como un hombre con autenticidad a prueba de balas que él proclama usando el sombrero autóctono de su terruño, y que ha blindado con su discurso. Es el mismo sombrero que usó como comunero y «rondero», como llaman en su país a los campesinos que montan guardia para cuidar a su comarca de los violentos.

Habla sencillo porque él lo es; también, quizá, por ese don de explicar claro que tiene siempre un maestro y, seguro, para que los de abajo entiendan. Y «habla bien», porque en materia académica no es un improvisado: hizo la carrera de Pedagogía en la Universidad y también un máster en Sicología Educativa.

Por antagonismo, esas cualidades ganan peso cuando Pedro Castillo tiene enfrente, para la segunda vuelta electoral que decidirá la presidencia de Perú este domingo, a una candidata precozmente gastada como figura política de tanto subir al proscenio, sobre la que pesan reiteradas acusaciones de corrupción y la pena de 25 años de cárcel que paga su padre Alberto Fujimori por esos y otros pecados. Una candidata con la cartera llena de las mismas promesas vacías que solo auguran más de lo mismo.

A pesar de ello, Keiko Fujimori está yendo por tercera vez en busca de la primera magistratura, y las encuestas dicen que acabó la campaña pisándole los pasos a su rival, aunque mejor posicionada que cuando empezó.

Dos caras…¿o dos monedas?

Keiko, la heredera política de su padre, Alberto Fujimori, mantendría incólume el modelo neoliberal. El suyo podría ser un mandato de inestabilidad social y legal, porque hay causas judiciales en su contra. Foto: Reuters.

Ante la derechista candidata de Fuerza Perú y su discurso embaucador, resalta la «virginidad» política y, al propio tiempo, la voluntad de cambio de «el Profesor», como se conoce a Castillo con el respeto que despierta el magisterio, sobre todo entre los pobres, porque para ellos casi siempre la educación es algo ajeno.    

Cuando se examina su programa puede pensarse que recoge los sentires de los desposeídos y, por tanto, que ha sido capaz de vencer el escepticismo creado por las acusaciones de corrupción que persiguieron a seis expresidentes en los últimos 20 años, y para algunos de los cuales ejercer el Gobierno resultó una forma de lucro.

El descreimiento que ello provocó se hizo visible en el casi 30 por ciento de abstención y el 17 por ciento de votos nulos de la primera vuelta: en conjunto, una cifra que situó a esos índices como verdaderos ganadores.

Antes, en noviembre, la inconformidad estalló mediante las sonadas manifestaciones provocadas por la deposición en el Congreso del penúltimo expresidente, Martín Vizcarra, porque el legislativo otra vez había desconocido las leyes y al pueblo.

Un aspecto cardinal es que el aspirante de Perú Libre ha recogido entre sus propósitos la instalación de una Asamblea Constituyente que redacte una nueva Carta Magna, demanda a las que  fueron a parar los reclamos, radicalizados, de las protestas callejeras.

Pedro Castillo ha dicho que auspiciará la inversión extranjera, pero «con orden», y ha criticado que se lleven el dinero fuera del país, por lo que habla de nacionalizar las riquezas, así como de la renegociación de los contratos de estabilidad tributaria con las grandes empresas. Ha prometido lo que llama una «segunda reforma agraria».

Además, propone la universalización del sistema de salud, la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología «porque el Perú no puede ser solo un país primario exportador», ha dicho en Twitter; aumento del presupuesto para las investigaciones en desarrollo y el ingreso libre a la educación superior, así como descentralizar las universidades públicas.

Sin embargo, la primera mirada de su eventual gobierno estaría dirigida a combatir la pandemia, para lo cual ha propuesto, entre otras medidas, la conformación de un consejo integrado por científicos, técnicos en salud pública e investigadores, de modo de diseñar medidas eficaces frente a la Covid-19.

Las encuestas

Era un hombre virtualmente desconocido para Perú hace dos meses, hasta que con apenas 19 por ciento de papeletas fue el candidato más votado en la otra ronda. Una sorpresa.

Ahora parece a un paso de la victoria. Pero los márgenes de diferencia con Keiko son tan cerrados que resulta difícil vaticinar.

Pudiera decirse que el aluvión de respaldos le ha llegado a Castillo de un modo «natural», si se toma en cuenta la escasez de recursos de su campaña y la misma austeridad y relativa juventud del partido que lo acogió y lanzó al ruedo, y a contrapelo de las campañas sucias.

Perú Libre se fundó en 2007 bajo el lema «¡Fuerza nacida del pueblo!», con la finalidad declarada en sus estatutos de «la búsqueda de la justicia social expresada en el bienestar del hombre como máxima aspiración, haciendo que la sociedad peruana sea más equitativa, menos excluyente y que todo peruano tenga la igualdad de oportunidades antiguamente negadas, bregando por el desarrollo desde cada uno de los ángulos en que actúan y se desenvuelvan».

La derecha insiste en tildar por eso a Castillo de comunista para cerrarle el paso, reeditando un viejo miedo que parecía sepultado con la época del macartismo.

Como era de esperar, la campaña mediática conservadora ha sido furibunda en su contra e incluye otras acusaciones contra el candidato y los líderes de Perú Libre, sin descartar el capítulo de lawfare que pudieran ser las acusaciones de lavado de activos que vuelven a agitarse contra el secretario general de la agrupación, Vladimir Cerrón, blandidas esta semana con toda prisa en el claro deseo de descalificar hasta última hora, como en un sprint final, al aspirante izquierdista.

Ha sido así que se ha «polarizado» la intención de voto. Los candidatos representan programas antagónicos y, por ende, a clases sociales muy distintas.

Todo podría verse, un poco superficialmente, de este modo: los que quieren el estatus quo han cerrado filas tras Keiko, incluso valorando aquello de «el mal menor», solo para detener al contrincante. Los pobres y los que quieren cambios se aglutinan tras Castillo.

Estudios de opinión aseveran que ella es más fuerte en los departamentos del norte y las ciudades; él tiene preminencia en el campo y las regiones del centro y el sur.

Hace siete días, las últimas encuestas mostraban al aspirante de Perú Libre a la cabeza, pero con solo dos puntos y décimas por delante de su rival, a la que hace tres semanas él aventajaba, sin embargo, hasta por diez puntos porcentuales.

El contundente 51 por ciento que mostraron los estudios de opinión para «el Profesor» el domingo pasado, y el 48,8 por ciento registrado por Fujimori, sugirieron un empate técnico.

Cualquiera sea el resultado, la «noticia» se la llevó ya la sorpresiva emergencia de Pedro Castillo a la vida política. Aunque no ganara, este podría ser su arranque como líder de los sectores que apuestan por un Perú distinto.

 

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