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Un bloqueo y par de continuidades

Son los caprichos de un imperio senil: si en su muy sonada gira europea el nuevo Presidente insistió, ante la UE y la OTAN, en la idea de que «Estados Unidos está de vuelta», lo cierto es que, con Cuba, Biden sigue de idas

Autor:

Enrique Milanés León

Seguramente la razón de que, pese a las relaciones diplomáticas vigentes, el ambiente entre el Gobierno de Cuba y el Ejecutivo demócrata de la Casa Blanca permanezca marcado por los silencios, suspicacias y recelos de toda la vida, es que a ambos lados del estrecho de la Florida —que vuelve a tornarse muy ancho— los equipos de mando están marcados por la continuidad en sus esencias: mientras Díaz-Canel sigue la cespedina senda de Fidel y Raúl; Joe Biden, que tanto insistió en desmarcarse de él, emplea en su andanza con Cuba las velas raídas de Donald Trump. Plan contra plan, diría Martí, vistas ambas antípodas en el uso del derecho internacional.

Son los caprichos de un imperio senil: si en su muy sonada gira europea el nuevo Presidente insistió, ante la UE y la OTAN, en la idea de que «Estados Unidos está de vuelta» —para lo cual le hacía falta, por supuesto, un pulso verbal con Putin—, lo cierto es que, con Cuba, Biden sigue de idas, de manitas con Trump, perdido en el llano y en el horizonte. La presunta «revisión» de la política hacia La Habana no ha dejado ver hasta ahora otra cosa que el calco, la complicidad, la coautoría de culpas… con su predecesor.

Comoquiera que, en asuntos bilaterales, el bloqueo es la medida de todas las cosas, el mejor ejemplo del inmovilismo del Gobierno de Biden es que no se ha atrevido a parar o revertir una sola de las 243 disposiciones de ahogo que el equipo Trump tejió para Cuba con cujes de marabú.

De tal modo, si bien es cierto que el demócrata —que asumió el puesto en enero de este año— no puede disputar al republicano su triste crédito por los más de 3 580 millones de dólares que el cerco ocasionó al pueblo de Cuba solo entre abril y diciembre de 2020, es seguro que, como nuevo jefe de la muralla, ya la administración Biden nos ha impuesto sus propios números de dolor y ha inscrito su nombre entre los presidentes que, en seis décadas, al frente de sus gabinetes, quitaron a Cuba, a precios corrientes, 147 853 millones de dólares en penurias nada comunes.

No es casual que, en el año en que el mundo ha demandado más solidaridad —y Cuba, señores, la ha dado toda— la maraña política de Estados Unidos haya mostrado sin rubores qué es lo que suele dar: asaltos oportunistas. En lugar de usar su peso político y diplomático para promover la colaboración sanitaria, la Casa Blanca ha hecho del Sars-CoV-2 su flamante aliado del mal, cual si lo mutara del campo biológico a «virus ideológico» para usarlo, taimadamente, en una emboscada a Cuba que retrata, tal vez como nada lo ha hecho, la naturaleza inhumana del proceder imperial.

Además de mantener al mundo bajo la vieja «cañona» de no vendernos tecnologías —médicas o de otra índole— que contengan más de un diez por ciento de componentes norteamericanos, el bloqueo ha impedido que lleguen a Cuba más de 30 productos e insumos requeridos para enfrentar la actual pandemia. Estamos entre el virus y el bloqueo, pero lo curioso es que aun así el imperio deja, con sus zarpazos ciegos, la certidumbre de que nos teme.

Las cuentas son claras y… tenebrosas: entre abril y diciembre del año pasado este asedio lastimó a Cuba por más de 198 millones de dólares en la salud y por más de 330 millones en alimentos. Por esas cifras puede imaginarse el resto. ¿Qué comemos y qué nos salva? Importaciones contadas, rubros criollos, platos de abuelas e inventos caseros, vacunas jíbaras, recetas y métodos de resistencia, tentempiés y tentempatrias en cazuelas colectivas… pura continuidad mambisa.

Del otro lado, la Casa Blanca sigue sufriendo, en Washington, un feroz ataque sónico de manos de su prepotencia: Biden, que dice no somos prioridad, no escucha a los cubanos de aquí ni de allá, no se entera de las marchas contra el bloqueo en más de 50 ciudades del mundo, no atiende al pragmatismo de políticos moderados, ni aprecia la galería de presidentes del odio vencidos por Cuba. ¿Escuchará el miércoles el coro de los pueblos o —como continuador de lo suyo— seguirá rellenando la bitácora de muros que le dejó Donald Trump?

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