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Toma y daca

Nuevos partidos de la oposición se anotan para los comicios regionales de noviembre, pero no está claro si ello derribará los muros washingtonianos de la intolerancia y hará zozobrar las naves de la injerencia

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Más partidos derechistas que han usado la abstención como arma de descrédito contra el Gobierno venezolano, se aprestan a participar en las llamadas megaelecciones que renovarán los poderes regionales el próximo mes de noviembre. Se pasará pincel al mapa político con la elección de gobernadores, alcaldes y concejales.

Las cifras reflejan un abanico de candidatos prolijo que incluye a facciones de los divididos partidos de la derecha tradicional, incluyendo a los de la ya inexistente MUD (Mesa de la Unidad Democrática): la muestra del trabajo paciente de las autoridades bolivarianas en favor del diálogo, junto al cansancio de buena parte de esa oposición dura que no logró desbancar al Gobierno mediante la violencia o el desconocimiento.

Sin embargo, no está claro aún si tales muestras de democracia, transparencia y participación resultarán suficientes para atomizar la política impulsada por Obama al declarar a Venezuela «amenaza a la seguridad nacional» y entronizada por Donald Trump una vez derrumbados, poco a poco, los argumentos hipócritas e injerencistas que la Casa Blanca ha usado para satanizar al Gobierno sudamericano.

Los pasos dados en Caracas no han sido de poca monta. El legislativo fue renovado mediante elecciones en diciembre pasado que lo dejaron integrado por un variopinto abanico de partidos, con lo cual cesó la inhabilitación de una Asamblea Nacional a la que se le había prohibido legislar por sus violaciones a la propia ley, y su actitud favorecedora del intervencionismo.

En consecuencia, el Consejo Nacional Electoral (CNE) también fue relecto por ese nuevo Parlamento y, ahora, la redificación de aquella institucionalidad golpeada por las agresiones que algunos de esos poderes tejieron, será completada con la amplia participación opositora que tendrán los comicios de noviembre.

Se han incorporado al padrón 20 nuevas organizaciones: ocho de ellas de carácter nacional y 12 regionales, para un total de 42 partidos nacionales y 64 regionales.

La Casa Blanca ¿Reconoce el fracaso?

Claro que cualquier cambio de postura de Washington pasaría por asumir que el desgaste ocasionado por sus sanciones, aun con todas las penurias económicas y financieras que aquellas significan al Estado e impactan de manera brutal al ciudadano de a pie, no funcionan para cambiar el Gobierno, y que es necesaria otra táctica. Lo que no está claro, precisamente, es si tal grado de aceptación exista en la Casa Blanca. O si es que no han definido una política de remplazo.

La semana que termina, una carta enviada por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, al títere Juan Guaidó, rompió el silencio que hacía preguntarse cuál sería, en definitiva, la postura de la administración demócrata en relación con Venezuela y apunta a que el sucesor de Donald Trump podría seguir medio atado a su juego sucio.

En la misiva, remitida por Biden a propósito del Día de la Independencia de Venezuela, el Presidente de Estados Unidos habla de «liderazgo» de Guaidó «a través de una transición democrática pacífica del poder».

Llama la atención que Biden retorne por los caminos trillados e infructuosos para ilegitimar al ejecutivo de Maduro, pues la engañifa del interinato de Guaidó se ha evidenciado ya como una opción fallida imposible de soslayar: su autoproclamación hace ya dos años y medio no logró, como pretendía, «levantar» al país.

Por demás, dentro de Venezuela él sigue siendo un «interino» que no decide y menos gobierna y, afuera, el primer respaldo que, siguiendo las indicaciones de Trump, le dieron 50 naciones, se ha ido desvaneciendo. Guaidó no ha logrado legitimar a sus pretendidos representantes en el exterior, ni ha obtenido —¡no podía obtenerlos!— voz ni voto en algún concierto de países.

En ese contexto, la misiva de Biden resultaría francamente decepcionante para quienes aspiran a una convivencia en paz e, incluso, también, para algunos
de los que apuestan por derrocar al Gobierno venezolano, pero reconocen que la estrategia usada hasta hoy es fallida.

Una evidencia de ello, precisamente, resulta la presencia de esos mismos sectores derechistas en el diálogo nacional convocado por Maduro, cuyos resultados pueden verse en su participación electoral aun a costa de profundizar la división que aqueja a la derecha tradicional y hasta golpista mientras, del otro lado, el ejecutivo se afana por seguir abriendo las puertas al torneo comicial.

A tenor con las estimaciones de funcionarios diplomáticos bolivarianos, podría entenderse que una insistencia de Biden en la misma postura sería desaprovechar lo que esos representantes han entendido como «la oportunidad» para un cambio de política de Occidente hacia Venezuela.

Mientras, Guaidó parece navegar por las mismas aguas de incertidumbre que se adivinan cerca de la administración demócrata. Primero habló de acudir al diálogo, y ahora lleva semanas pensando si respaldará las elecciones regionales.

Para no decidir ocioso, ha antepuesto un denominado Acuerdo de Salvación Nacional que, según explicó el periódico El Nacional, contemplaría la llegada a consensos entre la comunidad internacional, su fantasmal «gobierno interino» y el ejecutivo de Maduro que, de ese modo, es final aunque tácitamente reconocido por Guaidó como autoridad.

Entre sus condicionamientos, el falso mandatario pide la locura de nuevos comicios presidenciales, parlamentarios, regionales y municipales, que
denomina «elecciones libres y justas». Y proclama que, en tal caso, se levantarían progresivamente las sanciones.

Acaso Biden está usando a Guaidó como vocero para un diálogo condicionado con Maduro...

En declaraciones reiteradas en días recientes, el Presidente bolivariano ha insistido en que cualquier eventual consenso mediante el diálogo pasaría por el levantamiento de las injustas medidas punitivas que castigan al país desde 2015, y que hasta el año pasado costaron al Estado más de 40 000 millones de dólares que duelen en el estómago y la vida, en general, del venezolano común.

Otros matices

No obstante, pueden observarse matices más allá de la declarada disposición a conversar de un cadáver como Guaidó al que, como vemos, Biden sigue poniendo velas.

Otra muestra del cambio de escenario a favor de la legalidad venezolana es la actitud asumida por la Unión Europea (UE) que, luego de su desconocimiento de las elecciones parlamentarias siguiendo «la letra» de EE. UU., parece ahora dispuesta a avalar —como es de ley—, las regionales de noviembre. ¿O cuestionarlas?

Una visita exploratoria a Caracas de una delegación de la UE se inició esta semana y evalúa si acepta la invitación del ente electoral, para enviar una misión observadora del torneo.

Ello significaría para los bolivarianos «un enemigo menos», y el reconocimiento a su soberanía y su legalidad de parte un influyente actor internacional, con lo cual la política fracasada de Trump quedaría más sola.

Analistas nada cercanos a Venezuela como Michael Shifter, presidente de la institución Inter American Dialogue, han estimado que Washington y Bruselas apuestan a «una negociación política que ponga fin a la pesadilla de Venezuela», y que «la estrategia de ‘máxima presión’ contra Maduro no solo fracasó, sino que fue contraproducente (…)».

Pero aclaró que «esto no significa que Estados Unidos esté a punto de levantar sanciones duras, sino que se centrará en emplearlas como herramienta de negociación por “elecciones libres”».

Otros expertos han reconocido que «debe apostarse más a la diplomacia» que a las sanciones… aunque sin abandonarlas.

En un comunicado conjunto dado a conocer hace algunas semanas, Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea dijeron abrir las posibilidades de «revisar» las medidas coercitivas con Venezuela.

Veremos cuánto cuesta.

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