El gobierno de Trump le está haciendo la guerra a las universidades con la excusa de que cobijan a organizaciones de izquierda. Autor: Tomada de Twitter Publicado: 28/09/2025 | 12:27 pm
Los intereses corporativos judíos en Estados Unidos son parte integral de la política del país y de su élite del poder. Muchas de las decisiones de los gobiernos estadounidenses relacionadas con Medio Oriente durante años han estado muy influidas debido a la posición particularmente prominente de una parte de los judíos norteamericanos en el poder financiero y los medios de comunicación de masas.
Existe una matriz creada, y extendida en los círculos políticos estadounidenses, que les permite injuriar, tildar de antisemitas y hasta de racistas a quienesquiera que critiquen los crímenes de guerra y las constantes acciones violatorias de los derechos humanos del gobierno israelí. Igual le ocurre a quienes defienden la causa palestina, se oponen al sionismo, o cuestionan la excesiva influencia del lobby pro israelí en la política interna de Estados Unidos.
Muchos estados del país también han aprobado leyes para castigar a personas o empresas que boicoteen a Israel. En varios estados existen leyes que tildan las críticas al moderno Estado de Israel como «acciones de odio» y antisemitismo. Lo mismo ocurre con aquellos quienes en Estados Unidos osan afirmar que las acciones de exterminio y genocidio israelí en Gaza se asemejan al holocausto perpetrado por los nazis.
Durante meses campamentos de solidaridad con Palestina, y con reclamos para que esas entidades corten su complicidad y sus lazos con Israel, se establecieron en los terrenos de universidades a lo largo del país, incluyendo Harvard, Yale, Stanford, Cornell, Universidad de California en Los Ángeles, y otras. Algunas, como Cornell, al norte del estado de Nueva York, tiene inversiones en empresas estadounidenses productoras de armamento vinculado al actual genocidio y colabora directamente con el Instituto de Tecnología de Israel (Technion) en el desarrollo de tecnología para el exterminio de la población palestina.
A raíz de la participación de un buen número de estudiantes e integrantes de los claustros universitarios en las pacíficas protestas en rechazo y condena a la brutalidad israelí contra el pueblo palestino, en los últimos dos años muchos de esos jóvenes han sido físicamente agredidos y se han llevado a cabo purgas, oleadas de detenciones, así como recortes de la financiación pública a la educación superior por parte del estado y de donantes privados, no poco de los cuales son entidades sionistas y multimillonarios, propietarios de activos en las universidades.
Como parte de la atmósfera represiva generada, algunos de los llamados influencer de derecha han creado, incluso, Listas Negras digitales de Profesores o académicos «que se atreven a decir la verdad al poder», como lo acaba de denunciar el pasado día 13 la periodista y profesora Stacey Patton en su blog espejismodelunallena.blogspot.com.
No pocas de esas entidades de educación superior han capitulado ante la represión de la administración a la libertad de expresión con respecto al genocidio en Gaza. Al decir de Maura Finkelstein, profesora judía despedida del Muhlenberg College (Pensilvania) como resultado de una represión de estilo macartista contra el profesorado pro palestino, las universidades se han convertido en «bancos y empresas de desarrollo inmobiliario que ofrecen clases».
La Dra. Finkelstein, profesora asociada titular y directora del Departamento de Sociología y Antropología del centro universitario Muhlenberg, fue despedida en enero de 2024, únicamente por sus expresiones contra el sionismo y el genocidio que publicara en Instagram, tras lo cual fue atacada durante meses por sionistas en redes sociales. Estos, incluyendo autoridades y exalumnos graduados de la universidad, denunciaron lo que llamaron «peligrosa retórica pro-Hamás» y por su «flagrante sesgo en el aula contra el alumnado judío».
Finkelstein fue atacada en línea por ser «judía autodestructiva, nazi y kapo». Sus detractores publicaron que su familia debía estar avergonzada de ella, que su madre debería haberla abortado, que pronto perdería su trabajo y amenazaron: «Te estamos vigilando».
Una petición en Change.org, con unas 8 000 firmas, exigía su despido. Publicaban capturas de pantalla de los mensajes de Finkelstein: una foto suya con el pañuelo tradicional árabe o kaffiyeh, una mascarilla con estampados de ese origen y una camiseta sin mangas en la cual había escrito: «Libertad para Gaza, libertad para Palestina, detengan el genocidio continuo de las máquinas de guerra israelíes y estadounidenses».
Quienes carecen de titularidad, que constituyen la gran mayoría del profesorado universitario en Estados Unidos, tienen aún menos seguridad laboral. El ataque se basa en el engañoso argumento de que apoyar los derechos de los palestinos es una forma de antisemitismo, incluso para los judíos.
Por supuesto, su objetivo no es erradicar el antisemitismo, sino silenciar a la izquierda, a los liberales y aplastar todas las voces disidentes.
Finkelstein no es una excepción. Más de 3 000 estudiantes universitarios fueron arrestados, la mayoría durante el gobierno de Biden, en campus universitarios. Activistas estudiantiles, junto con profesores y administradores, han sido expulsados. Departamentos especializados en el Oriente Medio han sido desmantelados, cerrados o puestos bajo administración judicial.
Esta cacería de brujas, a la que tontamente dieron credibilidad muchos administradores universitarios, ansiosos por congraciarse con los críticos de derecha y la administración Trump, han impulsado a que la Casa Blanca retire unos 11 000 millones de dólares en fondos para investigación.
Solo la Universidad de Harvard podría perder 2 000 millones de dólares. Asimismo, la administración Trump busca revocar las visas de estudiante de muchos del millón cien mil estudiantes extranjeros en Estados Unidos. También amenaza con revocar la condición de institución sin fines de lucro a universidades como Harvard y retirar la acreditación a la Universidad de Columbia, a pesar de que esta última ha cedido ante todas las presiones y exigencias del gobierno.
Se trata de una ofensiva del actual gobierno estadounidense contra los que ha llamado «enemigos internos», la izquierda, los liberales, el progresismo, la disidencia…