Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Esta cara de la Luna

Autor:

Luis Sexto

Una pregunta, oída al azar, me abastece este viernes del pretexto suficiente para escribir. ¿Quién es el más educado? Es decir, nos demandan definir a aquel que posee, en grado supremo, sin pariguales, mayor educación: el que sabe esto o lo otro; el que hace esto o aquello.

Casualmente, en un reciente programa juvenil de la TV, uno de los animadores dirigió una pregunta similar a un joven estudiante. La respuesta se me olvidó. Pero me llamó la atención la recurrencia de encuestas similares. Al parecer, el asunto nos inquieta. Y es lógico. De creer a La cara oculta de la Luna, la telenovela de guardia, predominan en nuestra sociedad las manifestaciones contrarias a los propósitos mejoradores de la educación.

Como ya he vivido un poco, puedo afirmar que desde hace años discutimos, con mayor o menor intensidad, las diferencias entre instrucción y educación, y el hecho de que algunos las hayan convertido en sinónimos. Me acuerdo de aquel momento en que el nunca olvidado Carlos Rafael Rodríguez decía, en una conferencia pública, que nuestra educación se quedaba corta para ceder la preeminencia a la instrucción. Suculenta instrucción. Cierto.

Pero no es todo. En los inicios de la década de los 90, durante una entrevista para Bohemia, el entonces Ministro de Educación Superior me dijo que en lo estrictamente educativo andábamos un tanto por debajo de la instrucción. Ambos pulsábamos la incoherencia de que muchos estudiantes universitarios, por ejemplo, no sabían comportarse en la mesa. Me gustó que el alto funcionario fuera tan franco. El reconocimiento oficial del problema, y no su escamoteo, nos guiaría alguna vez a subsanar los borrones y descosidos que, por otro lado, todos notábamos.

Y llegado aquí uno pregunta: En fin, ¿qué vínculos existen entre instrucción y educación? ¿Son o no son sinónimos? ¿Cuál es el ideal? ¿Qué hace una y qué la otra? Creo que si uno es instruido, esto es, conoce gramaticalmente su idioma, sabe Matemáticas, Física, Química, Biología e Historia; practica deportes y lee, algo se le pega de lo que llamamos educación. Hay que admitir que la instrucción se dirige a formar el intelecto, insuflar conocimientos organizados y desarrollar habilidades prácticas para que los individuos sepan «hacer». Mas, si usted estudia el Quijote en el aula para incrementar su saber humanístico, adquirirá algún valor ante el comportamiento de personajes como Don Quijote. Pero no lo suficiente.

La educación, como concepto general que incluye la instrucción, se dirige también a preparar la sensibilidad del educando. Enseña a convivir. Usted puede saber escasa ciencia y ser educado... Metido ya en estas turbulencias, he de advertir que no soy pedagogo. Soy un comentarista que parte de una libertad fundamental: la del pensamiento. Y por tanto pienso con la libertad del no especialista, que es menos ceñida y más amplia. Por tanto, si quieren que diga quién posee más educación, confesaré que el más educado de los humanos es el que respeta, por sobre todo, a sus semejantes, y si usted grita, empuja, mastica con la boca abierta está manifestando un grosero irrespeto hacia cuantos lo rodean o se relacionan con usted. De ahí que el socorrido escritor inglés Gilbert K. Chesterton se refería a los campesinos españoles de su época como «analfabetos educados». Claro, tenían la sabiduría de la cordialidad. Respetaban la persona humana. Convivían.

Por el contrario, conozco gente muy instruida que incluso ni saluda, ni se trata con sus vecinos; viven al margen de esa comunidad llamada edificio o cuadra. Como si los demás no existieran. «Estoy aparte, porque soy superior». Por lo tanto, la educación es sobre todo conciencia ética enriquecida por la instrucción. Y ambas integran la cultura personal.

Concluyo este acto de temeridad reflexiva citando una frase de un «loco» audaz —qué «loco» no lo es— y a veces preclaro. Hablo de Nietzsche. Una vez escribió: «La sencillez y naturalidad son el supremo y último fin de la cultura». ¿Alguien se opone a estas virtudes? ¿Quién no quisiera repartirlas?

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