Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Algunas razones para desalinearse de Bush

Autor:

Rosa Miriam Elizalde

De las frases más absurdas que haya dicho en su vida George Jr., Emperador del Disparate, hay una registrada en el 2001 que, a pesar de todo, no le quedó tan mal: «Estamos empeñados en trabajar para llevar el nivel de terror a un nivel aceptable para ambas partes». En eso está desde entonces, tratando de demostrar que Estados Unidos es tan o más terrorista que el peor de los terroristas.

Aunque parezca un hecho anecdótico en el contexto de los graves problemas de este mundo, el caso del terrorista cubano-venezolano Luis Posada Carriles es paradigmático por muchas razones. Quisiera enumerar algunas que, al conjuro de un café, esperando una conferencia de prensa o al final de una cobertura ajetreada, he compartido con varios colegas.

¿Qué explica que en la Declaración final de la Cumbre se incluya la solicitud de extraditar a Posada Carriles a Venezuela y el rechazo a la protección que Estados Unidos le brinda a este criminal?:

Uno. Que en este mundo unipolar, Estados Unidos está aislado en el intento de imponer su concepto de terrorismo, bregando solos en las maniobras para proteger a sus terroristas. Es evidente que, al apoyar a Cuba y a Venezuela en la voluntad de hacer justicia a las víctimas de Luis Posada Carriles, los 118 países que se reunieron en La Habana y representan como mínimo al 80 por ciento de los habitantes de este planeta, han levantado el muro del sentido común frente a la política irresponsable de doble rasero en la guerra contra el terrorismo que ha desatado Washington.

Dos. Es indudable que la mayoría del planeta está alineada contra el terrorismo y la manipulación de lo que esa palabra significa. Cuando EE.UU. ampara por conveniencia a un terrorista como Luis Posada Carriles, responsable de la voladura de un avión civil en pleno vuelo con 73 personas a bordo, sencillamente mediatiza toda posibilidad real de acabar con la «dominación por el terror», ya sea de individuos o de un gobierno contra inocentes ciudadanos de un país, o el de una potencia armada contra otra inerme. Por dondequiera que se le mire, el caso Posada Carriles desenmascara las intenciones norteamericanas de utilizar al terrorismo como un garrote contra los que no se someten a los intereses particulares de la administración de George W. Bush.

Tres. Pone en suma evidencia el teatro que tuvo lugar en la corte de inmigración de El Paso, Texas, y posteriormente en el tribunal que dirimió la solicitud de habeas corpus para Posada Carriles: «A parte del pueblo se le puede engañar todo el tiempo, y a todo el pueblo parte del tiempo, pero a todo el pueblo no se le puede engañar todo el tiempo», diría sabiamente Abraham Lincoln. El gobierno de Bush ha intentado adormecer a la opinión pública con una mascarada de justicia —nunca trató a este hombre como al terrorista que es, sino como a un inmigrante díscolo—, sin embargo, la decisión de la Cumbre dice también que el truco les falló y que no hay manera de esconder la verdad: amparar al Osama bin Laden de América Latina.

Cuatro. Descubrir este juego supone emplazar a Estados Unidos, que en realidad ha desacreditado los esfuerzos internacionales contra el terrorismo al poner en práctica tácticas terroristas. ¿Hay otra manera de llamar a la censura del caso, las violaciones flagrantes de la ley y la utilización de las instituciones del Estado al servicio de los terroristas?

Cinco. Que 118 países exijan la extradición del criminal a Venezuela, en contra de la decisión de Estados Unidos que se niega rotundamente a hacerlo, es a todas luces un desafío de la comunidad internacional a las órdenes imperiales. Al menos en este caso, es evidente que nadie da un centavo por el crédito político de George Bush, y que el mundo no está dispuesto a mantenerse plegado ante el chantaje y el tipo de alianza bélica que logró con la guerra de Iraq, utilizando el argumento de que tienes que ayudar si quieres que te ayuden y, por tanto, te tienes que callar cuando no te guste lo que veas —los «daños colaterales», las torturas, las cárceles clandestinas, la camaleónica disposición ante el crimen—. Estados Unidos abusó de un argumento inmoral, que justifica el fin —la guerra— por el medio, ayudar a quien te ayuda o supuestamente te salva de Al Qaeda. ¿Que un vecino me hubiera salvado, supongamos, de un atraco justificaría que yo le ayudara, por ejemplo, a apalear a su mujer? ¿Que intentes salvar a un terrorista que haya volado un avión y se ufana todavía de haber puesto bombas en hoteles, exonera de dudas el hecho de que quieras ocupar países para liberar al mundo de otros criminales que también ponen bombas e incrustan aviones en edificios públicos?

Seis. En una conferencia brillante en la sala de prensa de la Cumbre, el presidente de la Asamblea Nacional Ricardo Alarcón, afirmó que con la liberación de Posada Carriles —que debe hacerse efectiva en unos días, si la Casa Blanca no reconsidera su actitud del ultimo año y medio—, «hay dos convenios internacionales que el señor Bush está destruyendo en este mismo momento como un modo extraño de recordar a las víctimas del 11 de septiembre». Se refería al Convenio para la Represión de Actos Ilícitos contra la Seguridad de la Aviación Civil, firmado en Montreal en 1971, y el Convenio Internacional para la Represión de los Atentados Terroristas Cometidos con Bombas, firmado en 1997. ¿Quiénes serán los afectados? ¿Quiénes pagarán la veleidad de concederle impunidad a un criminal con semejante pedigrí? ¿Cabría otra opción más razonable que la de no alinearse con Estados Unidos, el papacito consentidor de Posada Carriles?

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