Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El tiempo, ese aliado

Autor:

Luis Sexto

¿Podíamos esperar más? Fiel a mi norma respondo con franqueza. No; no creo que debíamos haber esperado más de la sesión constitutiva de la Asamblea Nacional el pasado 24 de febrero. Y habría que preguntarse, para responder con mayor exactitud, qué entendemos por ese «más» cuestionador.

Ese calificativo —cuestionador— no tiene en mi nota un matiz negativo. No me parece malo cuestionar. Uno de los puntos sobresalientes, entre tantos, del discurso con el que Raúl, recién electo Presidente del Consejo de Estado, inauguró la séptima legislatura del Poder Popular, es ese: el espacio del que han de disponer las opiniones honradas. Suele la intención en política legitimar ciertas acciones. Y si uno pregunta o duda con fines constructivos, nadie tendrá que arrepentirse de haber dudado u opinado.

Ahora, qué significa «haber esperado más». Después de las discusiones populares en los meses finales del último año, ciertos ciudadanos podían haber pensado que, oídos y valorados los problemas, las soluciones tendrían que sobrevenir inmediatamente. Por supuesto, no estoy respondiendo a título oficial. Nadie me lo ha pedido, ni orientado y menos ordenado. Hago lo mismo que cualquier cubano inquieto, y periodista además, que modestamente se haya caracterizado por expresar sus opiniones: respondo y me respondo. ¿Preguntando razonablemente, el discurso de Raúl debió de haber dicho lo que algunos —muchos o pocos— pudieron desear de acuerdo con sus planteamientos, necesidades y quejas?

La política es también el arte o la ciencia del equilibrio. Y la mejor política será aquella que se conciba y se defina desde la virtud y la verdad. Es decir, ¿era legítimo y cuerdo esperar promesas cuyo cumplimiento está condicionado, primeramente, por recursos que faltan, o por decisiones maduras o soluciones que no podrán ser obra de la improvisación? Fijémonos sobre todo en un aspecto primordial en el discurso de Raúl: la continuidad en relación con sus palabras del 26 de julio de 2007. Y, además, la continuidad con la advertencia de Fidel el 17 de noviembre de 2005. ¿Quién la ha olvidado? Quién ha podido olvidar que Fidel alertó acerca del peligro que significan los errores internos. Los yerros, la mala conducta, el olvido de los deberes y normas de la Revolución podrían lo que los gobiernos norteamericanos, más colmados de prepotencia y deseos que de poder efectivo, no han podido hacer contra Cuba.

Digo más: también las palabras de Raúl están en afinidad, en espíritu y letra, con aquella definición de Fidel, expresada en el año 2000, de cambiar todo cuanto deba ser cambiado.

Vayamos a lo estratégico. No hay ruptura. Se aprecia una continuidad dialéctica. Y dialéctica es una palabra que tanto Fidel como Raúl han pronunciado en los últimos días. Existe, pues, a mi modo de ver, exacta comprensión de las necesidades y problemas del país. Y el desarrollo dialéctico tendrá que transitar de lo malo a lo regular, y de lo regular a lo bueno, y de lo bueno a lo mejor en la vida material y espiritual. Claro, hace falta tiempo —no todo el tiempo, claro— para pensar, estudiar, cotejar, prever. A veces la improvisación, que es la falta de reflexión profunda, la ausencia de visiones abarcadoras y multilaterales, ha anulado intenciones, esfuerzos y recursos, porque no se previeron las contradicciones que esta u aquella decisión suscitaba. La tendencia a improvisar es uno de los defectos que tienen que ser erradicados en nuestra sociedad.

Recordemos, para terminar, que esta columna ha intentado, desde su aparición hace seis años, echar una mirada crítica sobre la realidad. Nunca me he preguntado si alguien la tendría en cuenta. Su alcance, su impacto, no me corresponde. Hoy tampoco reclamo ser acatado, considerado como un gurú. He expuesto mi opinión libre y convencida. He ejercido un derecho. Y he sostenido la urgencia de corregir dialécticamente la sociedad a que pertenezco. Yo también he puesto cuanto soy en la perdurabilidad de un socialismo desburocratizado, pleno de libertades y de razones para vivir. Tengo prisa, mas no estoy apurado. Al menos no tanto como para querer nuevos errores sobre las viejas fallas.

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