Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Gatillo alegre

Autor:

Luis Luque Álvarez
Palestinos llevan a enterrar el cadáver de unaniña de 21 meses, muerta durante los ataquesisraelíes al campo de refugiados de Jebalia, enla Franja de Gaza. Foto: AP ¿Se acuerdan de una foto de noviembre de 2007, en que el primer ministro israelí Ehud Olmert y el presidente palestino Mahmud Abbas se estrechaban la diestra, ante un presidente Bush que les sonreía? ¡Cuánto optimismo! Antes de concluir 2008, habría un papelito conjunto israelí-palestino para señalar el camino a la resolución final del conflicto en Tierra Santa. Ahora, apenas pasados tres meses, cuando la aviación y los tanques de Israel hicieron fuego indiscriminado contra la Franja de Gaza, y los misiles caseros palestinos disparados desde ese territorio impactan en el sur israelí, el presidente Abbas dio por terminado el proceso de consultas, y la parte israelí dijo que le daba igual. ¿Los perdedores? Los civiles de ambos bandos, aunque los palestinos son quienes llevan la carga más pesada en muertos y heridos. Los rockets israelíes quitaron la vida a más de 120 árabes, 25 de ellos, niños y jóvenes. Y Abbas calificó la operación sionista como «más grave que el Holocausto», en alusión al cometido por los nazis contra los judíos europeos antes y durante la Segunda Guerra Mundial. En lo personal, evito la comparación, pero sí constato hechos. Los seis millones de judíos asesinados por la barbarie nazi constituyen una realidad grotesca de la que todas las naciones civilizadas deben aprender, para que no se repita nunca más el intento de exterminio de un pueblo en razón de su raza o cultura. Esa lección vale para todos los Estados contemporáneos, Israel incluido. Sin embargo, Abbas tilda de «más grave» el operativo contra Gaza. ¿Por qué? Tal vez porque aquellas seis millones de víctimas fueron masacradas por un régimen antidemocrático, cuya brutalidad era conocida y reprobada por la comunidad internacional. Pero los inocentes caídos en Gaza (que no todos eran palestinos armados ni mucho menos) lo están por la acción de un gobierno que cumple con los parámetros democráticos de moda: un Parlamento, elecciones periódicas, tribunales, además de poseer representatividad ante la ONU y otros organismos internacionales, algo a lo que Hitler jamás hubiera podido aspirar, porque la vergüenza de las naciones era algo mayor que en estos días. Las cifras de fallecidos suelen, como son tantas las desgracias diarias, pasar imperceptiblemente. Sin embargo, una imagen captada por Televisión Española el fin de semana bastaría para calibrar la tragedia. Unos palestinos sacan, de entre los escombros, a una niñita de apenas seis meses. No respira. Corren con ella hasta el hospital, pero antes de conectarla a los aparatos vitales un doctor le da boca a boca. Sale del paro respiratorio, y su cuerpecito desnudo empieza a agitarse poco a poco, luchando por la vida. ¿Sabe acaso el primer ministro Olmert que sus cohetes causan escenas que indignarían lo mismo a judíos que a árabes, a europeos que a americanos? ¿Cómo dormir en paz, sabiendo que un niño morirá si un militar aprieta alegremente el gatillo? Y pregunto al otro lado, a los miembros de Yihad Islámica que lanzan los cohetes caseros y dan pretexto a la masacre: ¿Qué tanto les importa verdaderamente la vida de sus compatriotas, si saben que, disparando sus artefactos contra áreas civiles de Israel, no acabarán con la injusta ocupación militar, sino que atraerán más dolor sobre los sufrimientos de su propio pueblo? La violencia por la violencia, divorciada de la serenidad y la inteligencia, no suele alcanzar la justicia.

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