Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Andar o estar parado?

Autor:

Luis Sexto

Andar no es una actividad muy cómoda. A veces, sin embargo, se hace imprescindible para oír la vida, y pulsar el movimiento de la gente, lo que piensa y, sobre todo, lo que siente, más allá de las encuestas y las estadísticas. Eso a veces es lo más importante. Miguel de Unamuno decía que Martí era más sentidor que pensador. Y con ello, exaltaba al Apóstol.

Sentir y pensar no deben formar una antinomia, una oposición. Como tampoco han de integrarla, repeliéndose, ser y tener. Quizá no nos hayamos dado cuenta, pero entre nosotros se desarrolló la filosofía y la práctica del ser oponiéndola al tener. Ocurre, no obstante, que el ser sin el tener «algo» no puede desarrollarse, y noto, por tanto, escepticismo en relación con la desmesura que ha perjudicado al ser.

Porque, con el pretexto de evitar el consumismo, se ha reducido el consumo a lo básico. Y el concepto de lo básico ha sido muy restringido, a pesar de ventajas como la salud, la educación, la cultura... Y qué siente la calle, pues, esa que de vez en cuando uno recorre a pie. Uno cree oír que no se puede, con mucha efectividad, hablar de ética, valores, a gente con insatisfacciones.

Por ello, a mi juicio, algunos cubanos de hoy se mueven entre la esperanza y la desconfianza; la duda y la fe. Los impactos de la escasez y la distorsión dependen, en parte, del bloqueo económico y comercial de Estados Unidos, y en parte, de errores y descuidos internos. En estos años se han puesto de manifiesto varias debilidades de nuestra organización económica para regenerarse y generar bienes.

El predominio de una visión burocrática sobre la sociedad y apropiaciones poco constructivas del ejercicio del control hacen que la vida sea muy rígida y que ciertas estructuras intenten mantener sus influencias mediante la prohibición y la reducción de la legalidad.

¿Quién no ve, no oye o no siente que hay que desembarazar a la Revolución de las torpezas que la frenan? Que la frenan, digo, porque concebir más frenos, reducir el espacio social no es el método de la Revolución, cuya definición es, precisamente, andar hacia delante, sustituyendo lo caduco, mejorando lo vigente, determinando lo posible hoy para disponer la utopía de mañana. La obra, sola, no caracteriza a la Revolución: es la obra y su operatividad. Y si existe y funciona mal, la obra subsiste mediatizada.

Y así uno también oye en la calle que el cubano medio quiere la solución de sus problemas, pero no al precio de perder el espíritu de la Revolución. Pero desconfía de lo que aquí llamamos bandazos. Hoy se hace; mañana se deshace. O no se hace, aunque todos admitamos la necesidad. Y por supuesto desconfía de una burocracia que vive como no vive la mayoría. Pero confía en líderes —Fidel y Raúl los primeros— en quienes se congrega lo más revolucionario del país.

Cuando corrijamos las distorsiones que retrasan el mecanismo de «cambiar lo que tiene que ser cambiado», y se extiendan fórmulas de participación socialista más efectivas y se trascienda la inoperancia del formalismo, y las consignas se fundamenten en una socialización más palpable y ejecutable, me parece que el proyecto cubano de socialismo, con lo cristalizado y lo que aún queda por concretar, podrá ser una alternativa más racional a las aberraciones del capitalismo.

Digo racional, esto es, la conjugación entre el ser y el tener, la igualdad y la libertad.

Dentro de su filosofía enrumbada hacia la práctica, ese postulado de Marx: «de lo que se trata es de transformar el mundo», sigue vigente. Parece, pues, inaplazable —aunque la prudencia nos gobierne— democratizar y socializar aún más nuestra realidad social y económica, incluyendo la producción, porque sin esas readecuaciones que deshollinen techos y pisos, resultará un proceso muy lento el resolver los principales problemas materiales de la sociedad cubana. Y a partir de ahí ofrecer nuevos estímulos para vivir aquí, en Cuba, ahora.

Es difícil. Saldrán al paso muchas contradicciones: algunos ven la vida desde un montículo; otros la viven de cerca. Pero precisemos con equilibrio: nuestra realidad no es tan dulce, ni tan amarga. Es una mezcla agridulce, aunque sea más dulce para unos. Pero si se estaciona, pensando que tal como es se aproxima a lo ideal, puede perder el sabor revolucionario. Esa es la tarea histórica del pueblo cubano. Salvar toda la justicia en libertad y bienestar. Desde luego —no rehúso decirlo— vigilando al Norte, de donde hasta ahora solo provienen amenazas, que, por supuesto, hay que valorar en lo que realmente valen. Ni más ni menos. Porque la amenaza, el condicionamiento del miedo a perderlo todo, puede cultivar una tendencia al inmovilismo, como gesto defensivo. Y sentirse inmóvil es más incómodo, e inútil, que andar a pie.

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