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Se busca un «europresidente»

Autor:

Luis Luque Álvarez

Sí, se busca un presidente, pero no hacen falta la lupa y la pipa. Los candidatos están ahí, a plena luz; solo hay que escoger. ¿Qué quieren presidir? La Unión Europea, o más exactamente, el Consejo Europeo. No es poca cosa, ¿no?

Resulta que el Tratado de Reforma de la UE (Tratado de Lisboa), cuyo azaroso camino de ratificación terminó el martes, con la firma del angustiado jefe de Estado checo Vaclav Klaus (el único de los 27 que faltaba), crea la figura del «europresidente», cuya elección no provendrá de los ciudadanos (otro agujerito democrático), sino de los propios miembros del Consejo. El favorecido tendrá unas funciones todavía no muy claramente definidas, pero él mismo será algo así como el teléfono que necesitaba Henry Kissinger, quien preguntaba, a la hora de consultar un asunto con los europeos, a qué número debía llamar, porque había unos cuantos, ¡y muy pocos de acuerdo entre sí!

En tal sentido, el presidente de la UE sería la cara visible del bloque, por lo que se le supone un rol notable en lo internacional, y sustituirá las presidencias semestrales por países (un experto español me explica que ello será únicamente en temas de política exterior, no en cuestiones domésticas, como transportes, sanidad, etcétera, en las que seguirá funcionando la rotación). Se sabe que coordinará las reuniones del Consejo y lo representará ante las otras instituciones: la Comisión y el Europarlamento. No se prevé otorgarle facultades ejecutivas reales.

Sea quien fuere, será alguien de prestigio «europeísta», y de derechas, según lo pactado tácitamente. Sonó mucho el ex premier británico Tony Blair, pero con su apoyo a la guerra en Iraq, que dividió a los europeos en «viejos» y «nuevos» según la Casa Blanca de Bush, y con Gran Bretaña renuente a adoptar el euro como moneda, así como a integrarse en el espacio Schengen, que otorga libre movilidad a través de las fronteras de la Unión, nadie da hoy un penique prieto por la candidatura de Tony.

Se han barajado otros —el primer ministro de Luxemburgo, Jean Claude Juncker, y el holandés Jan Peter Balkenende— pero la «estrella» es el primer ministro belga Herman Van Rompuy, quien goza del favor de Francia y Alemania, partidarios de que el puesto lo ocupe alguien de un país pequeño. Economista, católico, hábil conciliador en un país en el que dos comunidades (flamencos y valones) se viran las caras, él solo cosecha alabanzas.

Christian Ghymers, profesor de la Universidad Libre de Bruselas, conoce al político democristiano y me explica: «Se convirtió en Primer Ministro hace poco, no por ambición personal (no quería, pero el rey insistió fuertemente) a raíz del callejón sin salida de la política belga (…). Es trabajador, silencioso, con principios morales estrictos; no bebe, no hace ruido, es austero, y no tiene fama de líder carismático: es un hombre de estudios y negociaciones antes que un tribuno». Opinión que me confirma el dirigente del Partido del Trabajo, Bert De Belder, si bien alerta que «por supuesto, sigue siendo un representante de un gran partido burgués de centroderecha».

En fin, ya están andando las consultas. Dentro de unos días nos enteraremos. ¡Y no solo se busca un «europresidente»!, sino también un «eurocanciller». Hablaremos de eso…

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