Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El humilde brindis del bien

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Vaya a saber por qué misterio, en Cuba los primeros de enero despiertan siempre con una frescura luminiscente, aunque días antes o después suframos las travesuras del clima: «nortes» con más aguaceros que frío, o simplemente calor. Esa mañana virginal y de resonancias históricas, el sol se torna indulgente, y busca un punto de equilibrio con delicias de brisas. El cielo desborda su azul y las nubes desatan caprichos.

El primero de enero es paz y familia, fogón renovado en cariño más que en manjares. Es la resaca del viejo año que despedimos, después de sobarlo y adobarle las asperezas con ánimo cubano, nuestra mejor fuente de energía renovable. El primero de enero es la gimnasia para asomarse al nuevo e impredecible año. Despierta uno entre caricias, recuerdos épicos y Letras de babalawos que presagian enfermedades, peligros y torceduras de los mortales, a más de que aconsejan con sabiduría divina las precauciones necesarias.

Ese día la gente se abraza y se sonríe más, como si descubriera que la familia trasciende el picaporte de la puerta y se alarga por el vecindario y el país. Es cuando todos se vuelven más comprensivos y esenciales. Y cada quien desea al prójimo un arsenal de suertes y «saludes» que ni el Paraíso; aunque en materia de dineritos, esos augurios se muestren más cautelosos y realistas.

El intercambio de sentimientos, visitas y llamadas telefónicas, conmueve al más insensible. Resana llagas y desgastes de la vida. Muchos se proponen metas. Revisan sus conductas y, cual niño arrepentido, prometen que evitarán hacer esto y lo otro, y superarán aquello. Yo prefiero decirme: Sé bueno y útil.

Pasada la embriaguez de salutaciones, con los días retornamos al laberinto casi siempre predecible de la vida cotidiana. Y es cuando se somete a prueba tanto decorado del corazón y el sentido de vivir, tantas lucecitas y guirnaldas del cariño y la bondad que encendemos en el toma y daca gozoso entre un año y otro.

Lamentablemente, la espiral del calendario, el levántate-trabaja-acuéstate-levántate… va apagando en no pocos esa dicha del mejoramiento humano, cuando aparecen las telarañas de las complicaciones y dificultades. Entonces, esos prometedores, ya en el hogar o en la arena pública, atormentan a quienes les desearon tanta dicha. Tanta salud anunciada para luego llevarte al borde del infarto. Tanta negación del cariño que derrochaste brindando. Apenas un amor de copas.

Si tan solo alargáramos lo más posible el estado de gracia con que amanecemos el primero de enero, entonces no tendríamos al final que llevarnos todo lo malo de un año lanzando cubos de agua, en disímiles exorcismos. Al menos barreríamos a diario todo lo feo que nos carcome. Sería, en términos cibernéticos tan actuales, «resetearnos» cada noche, sobre la almohada, el disco duro del corazón.

Quizá lo más grande, mucho más que festejar el tránsito de un año a otro con tantas promesas y altisonancias sentimentales, sería celebrar cada día de nuestra vida. Y hacerlo solo con el humilde bocado de nuestro amor. Verter la copa del bien sobre esta Isla querible, sobre esta familia insólita que la habita: desde el hogar hasta el último rincón donde haya amanecido este primero de enero un cubano triste y solitario.

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