Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Maestras

Autor:

Jesús Arencibia Lorenzo

Dora. Que de cada juguete, o crayola hacía un cuento, y con el cuento nos enseñaba un bien, en esa edad en que bueno y malo, bonito y feo, distante y cercano... son los únicos valores reconocibles de las cosas.

Mi maestra Dora, en aquella aulita última de la escuela rural Mariana Grajales, en el kilómetro 13 de la pinareña carretera a La Coloma, que lidiaba todas las mañanas con el llanto de los que no querían quedarse, con el miedo de los que aún se orinaban en su asiento, con las dudas, los sacos de dudas que comenzaban siempre por un «por qué».

Y aunque otros impartían varios grados, ella se había especializado en preescolar, en la complejísima antesala del saber que nos llenaba la mochila para la primaria y mucho más allá. Aún recuerdo la dulzura de su voz, el tono preciso para leernos castillos y princesas, aventuras y héroes. Después, educó a mi hermano; antes había encaminado a otros primos, y así, en una sucesión de generaciones que la recuerdan, felices, a la puerta del primer asombro.

Nora. Que agarraba la campana de la Demajagua y doblaba con desenfreno hasta que todos estábamos listos para partir al combate con Carlos Manuel, el «pleitista bayamés». Y se enamoraba de Agramonte, y sufría a mares con el Pacto del Zanjón y contaba aquella ocasión en que alguien intentó burlarse de Martí y este salió como un trueno viril a retar al infame. Porque el Maestro era menudo de cuerpo pero calzaba una hombría...

Mi profe Nora, con el cuerpo grueso y la voz de veterana sabihonda, poniéndole al noveno grado en la secundaria urbana Carlos Ulloa el tinte de heroísmo legítimo de la Historia de Cuba. Intransigente con la disciplina, de risita pícara, recta en sus decisiones. Contando y cantando así nuestras glorias pasadas, porque «la Historia —decía— hay que narrarla como los abuelos narran un cuento viejo, si no, jamás enamora».

Mirta. Borrando con sus manos en el pizarrón del laboratorio de Biología, en la Vocacional Federico Engels, de tal forma que al terminar cada turno era ella misma una pizarra emborronada. Con su pomito de café y su cigarro, y aquellos tomos inmensos de Bioquímica y Fisiología, de los que extraía curiosidades y ejemplos para enriquecer los contenidos de los libros de preuniversitario.

La querida Mirta, con un sentido hidalgo de la ética y la responsabilidad, entrenándonos para los concursos, diseñando siempre pruebas creativas, poéticas; dibujándonos, como una tenaz labriega, los surcos para sembrar nuestros propios saberes. Con ella viajamos a la maravillosa aventura de la existencia; supimos desde la célula hasta los ecosistemas, desde el corazón hasta las cortezas. Casi sin más instrumentos que su voz y aquel polvo de tizas, Mirta armaba un laboratorio espléndido para mirar la vida.

Hilda. Rostro de la constancia y el tacto para tomar de la mano a los bisoños estudiantes de Periodismo de mi grupo y conducirlos por el camino de la Teoría y la Investigación en Comunicación. Docta y gentil a un tiempo, sentimental siempre, propiciando el trabajo en equipo, «porque esta, muchachos, no es carrera de lobos solitarios».

La vicedecana Hilda, que no ha entendido de más horarios que los del deber y ha salido de la Facultad lo mismo a las ocho que a las 12:00 de la noche, o se ha levantado de madrugada para circular un mensaje a los profesores guías, o ha gritado entusiasmada en el estadio universitario para apoyar a sus alumnos.

Comunicadora extraordinaria; respetuosa de las desordenadas pasiones periodísticas, pero abanderada ferviente de la Metodología de la Investigación: el camino para llegar más lejos y mejor a cualquier empeño científico.

Dora, Nora, Mirta, Hilda... que aparte de sus enciclopedias docentes, se licenciaron en maternidad, y en gobierno de hogares, y en armar y sostener una familia, y en vengan muchachos a estudiar en la casa, y sí, cómo, no, que aprender es lo primero. Necesarias en cualquier inventario de mis deudas. Como otras —y otros—, que no menciono, pero van ahí, en el bolsillo del alma donde uno lleva a las Maestras.

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