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¿Y qué son los «eurobonos»?

Autor:

Luis Luque Álvarez

Todos los días, el noticiero de Televisión Española abre con nuevas sobre «los mercados»: que si los temores de estos han disparado la tasa de interés de la deuda española e italiana; que si sus recelos hacen disminuir la confianza en la capacidad de pago de Grecia y, por tanto, aumenta el diferencial de riesgo para su economía, lo que aleja a posibles inversores; que si los augurios obligan al Banco Central Europeo a comprar bonos de deuda de los países tambaleantes para infundir confianza en ellos, en fin...

Ahora bien, ¿quiénes son «los mercados», que tan a maltraer tienen a la economía europea? Un periodista español, Joaquín Estefanía, los define como «jóvenes treintañeros con caras afeitadas, semianalfabetos culturales, camisas de dos colores y mocasines caros, enfebrecidos por la codicia de ganar mucho dinero en muy poco tiempo».

Son personas, en fin, de carne y hueso, no entidades etéreas; individuos que, jugando a la economía, pueden echar por la cañería los esfuerzos de un país por salir adelante. Y claro: son sujetos con dinero: banqueros, empresarios de las finanzas, agencias calificadoras de riesgo —si le hacen la cruz a un país, los potenciales inversores levantan el vuelo como tiñosas tras despachar un cadáver— , y con gran peso sobre los políticos: si, por ejemplo, un proceso privatizador de empresas públicas no marcha según lo deseado, ya se encargan los «mercados» del castigo, arrojando desconfianza sobre la forma en que el Gobierno lidia con la economía.

En los últimos tiempos le ha sucedido mucho a Grecia, y a Irlanda, Portugal, España e Italia. Y les ha complicado el acceso a la financiación, que normalmente se gestiona por medio de la colocación de bonos de deuda: obligaciones por las que el Estado recibe fondos de entidades financieras para poder funcionar. ¿Qué hacen los mercados? Pues logran que, mientras por cada bono emitido por Alemania, Berlín paga solo un 1,7 por ciento de interés, los de España tengan que pagar 5,7, y los de Grecia, un astronómico 20,4 por ciento.

La idea que recorre hoy Europa para calmar a los traviesos muchachones de la especulación financiera, es la de los denominados «eurobonos», títulos de deuda que se emitirían con respaldo colectivo, de modo que los mercados no puedan atacar a un país en particular, pues el compromiso de pagar la deuda está respaldado por todos, entre los que se incluyen los más solventes, como Francia y Alemania.

Definitivamente, un poco de solidaridad financiera no le vendría mal a una Unión Europea en la que, con frecuencia, los ricos del norte se cruzan de brazos y maldicen la «pereza» y el «malgasto» de los sureños, mientras estos luchan por sobrevivir al ataque de los especuladores. Recientemente, para entregar otro tramo de la «ayuda» comunitaria —y del FMI— prometida a Grecia, Atenas debió adelantarle una garantía monetaria a Finlandia, so pena de que esta vetara el nuevo monto. Y la pregunta es: si cada cual sigue echando el agua a su molinito particular, ¡¿de qué diablos sirve la UE?!

Al parecer, algunos no se han dado cuenta de que tienen una moneda en común: el euro, al que afectan todos los vaivenes de los mercados. Si Grecia cayera, ¿acaso no se afectaría el resto? Buena parte de la deuda griega —unos cuantos millones— está en los libros de bancos italianos y alemanes. Si Atenas se vuelve insolvente, ¿alguien podrá alegrarse en París y Berlín?

Según expertos, los eurobonos supondrían una misma tasa de interés en los préstamos para todos, y evitarían que los débiles fueran al marasmo, mientras los más poderosos verían aumentar lo que deben pagar por su deuda. Pero claro: este festín no será estilo «mesa buffet». Ya se habla de una «Agencia Europea de Deuda», que exigiría garantías concretas de devolución de los préstamos y controlaría los arrebatos de endeudamiento de algunos, además de que impondría una mayor vigilancia sobre las finanzas de cada país. No puede ser, como sucedió en Grecia cuando la derecha cedió su turno en el gobierno a los socialdemócratas en 2009, que un día se descubra —¡oh, sorpresa!— que las cuentas, las mismas que se estaban entregando a Eurostat, la agencia europea de estadísticas, ¡estaban falsificadas!

No ha sido muy seria la historia hasta aquí, en honor a la verdad, cuando un bloque de países ha echado a andar una moneda única sin reparar demasiado, no solo en las asimetrías económicas entre quienes la adoptaron, sino en mecanismos de control estrictos, que impidan a los mercados jugar con la posibilidad de quiebra de un país y poner en jaque al euro.

El «eurobono», por supuesto, no será el muro contra la especulación. Pero sí, al menos, un ladrillo...

 

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