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Grecia, la pastilla y el veneno

Autor:

Enrique Milanés León

En cuestión de frases contundentes, Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001, no se anda con ahorros. Por poner un ejemplo, ha dicho que el mayor problema para Europa no es Grecia sino… ¡Alemania!, una expresión que coloca patas arriba los estereotipos impuestos al mundo sobre el ¿nuevo? panorama económico del muy viejo continente.

La afirmación del connotado especialista de que las actuales crisis de algunos países europeos son consecuencia de erradas políticas de la Unión Europea que benefician solo a Berlín, parece corroborarse con un titular que esta semana da la vuelta al mundo: Alemania ha obtenido, de la crisis de Grecia, un numerito tan bello como 100 000 millones de euros.

«La mayoría de los economistas dice que la mejor solución para Europa, si se va a romper, es que Alemania salga de la Eurozona», declaró Stiglitz a la cadena CNBC en una entrevista que, en un mundo de una sola prensa poderosa, da, por suerte, mucho que pensar.

Stiglitz no se oculta para sostener que «nada ha dividido tanto a Europa como el euro» y considera que no es la griega la única economía que tiene dificultades con la moneda europea, en tanto España, Portugal, y otros, tampoco pueden sentirse a salvo de esta especie de naufragio provocado. «Prácticamente, el único país que se ha beneficiado del euro ha sido Alemania», asegura el catedrático de la Universidad de Columbia.

La cuestión es que, según un estudio del Instituto para la Investigación Económica de Halle (IWH), Berlín se favorece financieramente de la crisis de Grecia por la caída del pago de intereses de la deuda alemana.

Cada vez que se producían en Grecia noticias que sacudían los mercados financieros, los tipos de interés de la deuda alemana caían, para beneficiar a las arcas germanas, mientras que la búsqueda del Gobierno de Alexis Tsipras de un entendimiento con los acreedores significaba lo contrario.

Así, los tipos de interés alemanes bajaron cuando se vio como probable la victoria de Tsipras, cuando Grecia rechazó en un momento negociar con la troika y cuando se convocó al referendo para saber qué pensaban los griegos de las reformas exigidas por los acreedores. Dicho más claro, Alemania sacó rédito de esa «intolerancia» griega que tanto criticó.

Mientras planeta y medio comulga con la versión liderada por Alemania de que la crisis griega nació de políticas irresponsables del Gobierno heleno —jubilación anticipada, excesivas prestaciones por desempleo, programas sociales incosteables, insuficiente cobro de impuestos…—, pocos han mirado desde el visor griego, según el cual el gran aprieto es hijo de la obsesiva dependencia alemana de exportar una enorme producción que no puede consumir en casa y que llevó a sus bancos a prestar millonadas a países en dificultades que todos sabían incapaces de devolver el empeño.

A resultas, Europa ha impuesto a Atenas una austeridad explosiva, cuando tal vez lo que correspondía era un poco de contención que en Alemania y en otras potencias regionales mantuviera en números aceptables la brecha entre el centro y la periferia de la nada homogénea UE.

Porque las ayudas que requieren en Europa, por ejemplo, los pobres de un país en desventaja como Grecia, han terminado apoyando a los opulentos bancos privados de las potencias vecinas que se ocuparon de amarrar, a crédito y garrote, una economía hipotecada desde mucho antes de que Syriza, con la «boleta izquierda», llegara al poder democráticamente.

Poco dado a los adornos verbales, Stiglitz ha señalado que la austeridad —esa palabra a la que los acreedores nunca aclaran el ¿de quién?— conducirá a un bajo crecimiento, menor recaudación de impuestos y acumulación de mayores gastos para atender necesidades sociales.

Para el economista, la solución al problema griego requeriría crear un fondo solidario europeo que llevara al pobre a crecer, al poderoso a expandirse y a los bancos a invertir en bien de la economía. Pero él, que es un hombre sabio, sabe bien que su opinión no pasará de ahí.

Su diagnóstico del problema es un poema… épico: «Grecia cometió algunos errores, pero Europa cometió errores aún mayores. La medicina que (le) recetaron fue en realidad un veneno».

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