Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un recuerdo para Violeta

Autor:

Graziella Pogolotti

Vencida de antemano por el destino, Medea desafía a los dioses desde el pórtico marmóreo del edificio Poey de la Universidad de La Habana. Es una función de Teatro Universitario, decisivo en la refundación de la escena nacional iniciada en los años 40 del pasado siglo. Entre sus animadores se contaron el austríaco Ludwig Schajowiczy y el profesor Luis A. Baralt. El tiroteo que se produjo en el cercano Estadio cuando Carpentier trabajaba como sonidista le sugirió el punto de partida para su novela El Acoso.

El repertorio de Teatro Universitario se atuvo principalmente a la tragedia griega clásica. Las historias involucraban a personajes de alcance mítico, empeñados en lucha sobrehumana frente al designio de los dioses. Se nombraban Edipo, Electra, Antígona o Medea. El espectador participaba en la representación exacerbada de lo extracotidiano, muy distante del realismo de andar por casa.

Aquella noche, la voz inconfundible y la energía que dimanaba de la proyección escénica de Violeta Casal encarnaban la clásica Medea. Reconocida y respetada en los medios culturales de la época, la actriz tenía que realizar un gran esfuerzo de desdoblamiento para asumir la tensión de un personaje acorralado, al extremo de imponerse a la inmolación de sus hijos.

En verdad, Violeta era frágil, vulnerable, insegura, obstáculos tremendos para afrontar las luces del escenario y el misterio de un público a veces imprevisible. Tuve algún trato superficial con ella, hasta coincidir en una larga travesía atlántica junto al coreógrafo Ramiro Guerra. Todos viajábamos a Francia para completar nuestra formación. Pude observar entonces su conducta cotidiana, la angustia que la acompañaba, manifiesta en la inestabilidad y el reclamo de un permanente punto de apoyo.

Eran los años de la dictadura de Batista. Comprometida con la lucha clandestina, lacerada por la pérdida de compañeros caídos en el combate, marchó a la Sierra. La actriz vinculada a los cenáculos vanguardistas se convirtió en la voz nítida y acerada que todo un pueblo identificaba con un llamado: "¡Aquí Radio Rebelde, desde la Sierra Maestra, territorio libre de América!".

En efecto, las palabras que salían del receptor, plagadas de ruidos parásitos, convocaban una audiencia compuesta por seguidores del Movimiento 26 de Julio, por antibatistianos de distinta filiación ideológica y por quienes deseaban conocer la verdad de los sucesos en Cuba. Censurada, la prensa ocultaba los hechos, y el régimen hacía circular falsedades, como la muerte de Fidel después del desembarco del Granma. A través de Radio Rebelde, se sabía de los combates y de las pérdidas sufridas por ambas partes. Más tarde, la emisora pudo vencer las limitaciones consecuentes de su pobre equipo transmisor. Desde Caracas, Radio Indio Azul alcanzaba, con una señal más segura, el ancho espacio que rebasaba nuestras fronteras.

Como todas las manifestaciones artísticas, el teatro exige vocación, oficio, disciplina. Al cabo de un tiempo de abandono, el regreso se vuelve difícil. Hay que recuperar la práctica, la capacidad de vencer el trac, ese miedo escénico que nunca abandona al actor verdadero, porque como diálogo viviente, cada función es irrepetible. Al triunfar la Revolución, el clima teatral era otro y el aliento trágico de los griegos desapareció de los repertorios. Dominaba el debate entre el método realista de Stanislavski y la concepción épica de Bertolt Brecht. La óptica del director inducía a la relectura contemporánea de los clásicos. Julieta podía ser una mulata cubana, y el conflicto entre Montescos y Capuletos se traducía en términos de fracturas intergeneracionales.

Violeta permaneció dividida entre la nostalgia del regreso y la incertidumbre ante los desafíos que ahora se planteaban. Raquel Revuelta, siempre generosa y solidaria, se empeñó en recuperarla para las tablas. Al frente de Teatro Estudio, insistió en compartir con ella el protagónico de La madre, de Brecht. Violeta accedió, pero su paso fue efímero. Algo irreparable se había roto en su interior. Casi al final de su vida, el director Adolfo de Luis intentó seducirla nuevamente. Ensayaron muchas veces. Al cabo, el proyecto no cristalizó. Para Violeta era demasiado tarde. La había mordido ya la enfermedad que terminaría con su existencia.

Al desaparecer, los escritores dejan las páginas que han escrito; los músicos, las partituras de sus composiciones, y los pintores, imágenes tangibles. Efímero, el teatro no deja una memoria satisfactoria, aun en nuestros días, cuando el video graba la inmediatez de los sucesos. Quizá algún archivo conserve fotos y su voz persista en los registros de Radio Rebelde. Rescatar esos testimonios es un justo reconocimiento a quien se entregó de lleno a cuanto hizo y una muestra de la rica complejidad de los tiempos en que, parejamente, se fueron haciendo cultura y nación, venciendo la adversidad con tesón, amor y esperanza.

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