Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cuba ante la fragilidad de sus hijos

Autor:

Alina Perera Robbio

Como el paso de una pezuña gigante ha sido esto del tornado que arañó a La Habana. Por donde pasó ese fenómeno de la naturaleza —ciego, sin piedad— nos recordó nuestra fragilidad sobre la Tierra.

Lo más doloroso, en primer lugar, fueron las vidas que se han perdido. Y después, lo que nos duele desde hace tanto tiempo en nuestra Isla herida de pobreza y de cerco material. Después, las paredes ausentes, las casas sin sus techos, como si los hubiesen arrancado con una cuchilla gigante; y adentro de esos recintos milagrosamente en pie, los objetos preñados de historias y de recuerdos, las pertenencias de seres humanos que no encontrarán consuelo en mucho tiempo.

Eso, sin hablar del hogar que quedó en puro suelo, de quienes, como reflejan algunas imágenes, se han quedado con solo la indumentaria de la hora cero.

Casualmente dos colegas me han hablado, sin haberse puesto de acuerdo entre ellos, del mismo tema: la fragilidad humana. Abismados por estas horas reporteriles en que han viajado por los paisajes del desastre, compartían igual tesis: hoy puedes tenerlo todo; mañana puede que ni la piedra te proteja. Lo material, tan importante para todos, puede ser de pronto la nada.

En mucho el azar puso a salvo de la catástrofe a buena parte de la ciudad, y dejó a otros a merced de ese taladro enorme que barrió sin distinción todo tipo de inmuebles y de objetos. Solo dos fuerzas, inmateriales, pueden decidir el tono, el color que tomará La Habana tras el paso del aterrador meteoro: de un lado el dolor, inmedible, casi siempre paralizante, solo entendido a fondo por quien lo vive y lo sufre; y del otro, como la única cura posible, la fraternidad de millones de seres que podemos ir equilibrando esa balanza en la cual la desgracia tiró con toda su furia.

En honor a la verdad, la fraternidad en acción no se hizo esperar: tomó forma de rescatistas cobijando a bebés en un hospital materno; en el vecino que se llevó al damnificado para su hogar sin daños —o con menos daños—; en los hombres que manejan las maquinarias con las cuales llevarse los escombros, o en los jóvenes que al día siguiente de haber vivido la Marcha de las Antorchas en homenaje a José Martí, se fueron a limpiar algo de la maraña que provocó el tornado…

Este duro episodio hace pensar en la fragilidad humana; y al abrir el diapasón reflexivo, obliga a reparar en la importancia de los valores espirituales y morales para salvar un país. Solo desde la humanidad como brújula general, y no como excepción, se puede superar la adversidad colectiva.

Solo si la sociedad tiene entronizadas la solidaridad y hasta la piedad como máximas, podrán ser llevaderos todos nuestros contratiempos que no son pocos: carencias acumuladas en años, estragos de largo alcance como los dejados por un huracán como Irma, penetraciones recurrentes del mar, este tornado del cual no se había visto nada parecido en Cuba desde 1940, los «meteoros» mentales que enredan los caminos del crecimiento material y espiritual, la conjura imperial que quiere trancar el juego a las ideas progresistas y que nos araña la vida como el peor de los tornados…

En Cuba, país que no ha dejado atrás el período especial con todas sus letras, nuestras campanas doblan por seres como la anciana que hemos visto en las redes virtuales, sentada entre sus cosas, en un hogar sin paredes ni techo. En la hora actual nuestros decisores están llamados a ser cristalinos y enérgicos, marcados por una sensibilidad extrema para con los demás —no pueden ser menos—; y los cubanos de bien debemos saber entrever, entre tantas contingencias, qué decisión puede tener una estela que muere con la caída del sol, y cuál impactará nuestra vida en siglos.

En medio de tanta vorágine que parece destino, cercanos al día de poder ratificar una Constitución pensada entre millones —la cual será espina dorsal del país a que aspiramos—, sería válido aprestarnos a seguir ponderando el humanismo como máxima, y el anhelo martiano, incluido en nuestra ley de leyes: «Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre». Porque la solidaridad puede darse como la buena yerba, pero lo más hermoso y práctico que puede hacer el hombre por sí mismo es dar a esa virtud una legitimación que todo lo impregne.

No se piense, injustamente, que estas líneas pretenden politizar las lágrimas. La política está en todo: en cómo se organiza un país, una ciudad, una casa. Por eso, en medio de las heridas, debemos mantener la serenidad que nos permita ver cómo hacer las cosas para que los más golpeados, los que han caído en el abismo de la fragilidad, puedan levantarse en mayor número y lo antes posible.

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