Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El rescatista y el bebé

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Cuando pase el tiempo y La Habana se levante por sobre los tajazos y desmanes del tornado del 27 de enero de 2019, ya habré olvidado las imágenes tremebundas de la tragedia, los desplomes y explosiones de concreto bajo aquel torbellino bramando, con vientos de 300 kilómetros por hora.

El ícono de aquella noche límite, al borde de lo impredecible, será para siempre esta urgida foto reporteril de Yamil Lage, en la evacuación de madres y bebés del hospital Hijas de Galicia, hacia un sitio seguro. La terquedad de la vida y el amor ante la fiereza.

El rescatista, quién sabe su nombre, ni qué pensaba hacer ese domingo. Va firme y sereno con su frágil carga entre las mantas. Pero, tan habituado a enfrentar a coraje puro contingencias dramáticas, tan preparado para todo lo terrible que pueda sobrevenir, no puede disimular una serena sensación de ternura y delicadeza, ante encomienda tan estratégica, mucho más trascendente que la Declaración Universal de los Derechos del Niño, esa que se ignora todos los días en este mundo más violento que un tornado EF-4.

El recién nacido que dormita bajo las mantas, quién sabe cómo lo inscribieron para abrirse paso en este mundo: si Pablo o Yusnadi, si Leonardo o Yoandri. ¿Quién llegará a ser este cubanito, nacido entre ráfagas de impaciencia?

Al rescatista y al bebé los unen las razones poderosas de un país, y la tozudez de sobrevivir a todas las acechanzas. Pero el vínculo que la foto eterniza es apenas un contacto efímero. Quizá el pequeño nunca sepa quién lo protegió, junto a su madre, la noche que pudo haber sajado su vida. Quizá el rescatista, muchos años después, sea auxiliado por un joven sin saber que fue aquel bebé en su regazo. Quizá nunca se rencuentren.

Pero ambos están marcados ya por ese 27 de enero. Aunque no se vean jamás, volverán algún día ante esa foto. Están encadenados para siempre en esa extraña urdimbre sentimental de los nacidos en esta tierra dificultosa y desafiante. Están predestinados, cuasi genéticamente, a tender la mano y cargar las penas del prójimo, como tantos que a esta misma hora en Regla, Guanabacoa o Luyanó despejan escombros y enjugan las lágrimas de los damnificados compartiendo el pan y levantando las paredes de su suerte. Gregarios. Cubanos. No hay tornado que nos arranque de esa obsesión enfermiza por la vida.

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