Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Gente mala

Autor:

Osviel Castro Medel

Sucedió a las puertas de un círculo infantil —a pleno sol—, un día que hubiese transcurrido normalmente, si no llega a ser por el perverso acto.

Una mujer, abrumada con los quehaceres diarios, llegó hasta la institución educativa, caminó con la bicicleta hasta el portal y, como otras veces, le dijo a su niño de apenas siete años: «Cuídamela, mi amor».

En la canasta de la bici dejó su bolso y, casi corriendo, fue a buscar a su hija menor, de solo tres abriles. Había recorrido escasos metros cuando un hombre se acercó al pequeño: «Dile a tu mamá que la busca el amigo».

El niño, desorientado por aquella orden inusual, entró temeroso al círculo infantil y a los cinco pasos volteó la cabeza para ver cómo el sujeto con una sonrisa socarrona se llevaba la bicicleta, el bolso… casi la vida de la pobre mujer.

Para qué contar lo que sobrevino después. La madre, viendo a su retoño tocándole el muslo y diciéndole que la buscaba «un amigo», corrió desesperada hasta la puerta, con el corazón en la boca. Miró a todos lados, hasta que le estalló el llanto en lo profundo del alma.

Al verla partida en mil pedazos, sus dos «cachorritos» echaron a llorar a su lado, abrazados de su pecho, en una escena lastimera, que a la vuelta de varios días punza y duele.

Pero el episodio no solo desconsuela; nos lleva a la meditación profunda, porque no es la primera vez que un despiadado apuñala la candidez de una persona con tal de lograr su objetivo.

Hace algunos años, este mismo periódico narraba cómo otro malvado, aprovechándose de la inocencia de un anciano de ocho décadas, entró a su casa y le robó descaradamente varios objetos valiosos, incluyendo un «transporte de pedales».

Y de vez en vez hemos escuchado otras historias de gente mala, que ha mordido la debilidad de niños, mujeres embarazadas, desvalidos… con ardides «de película» o con las maldades más insospechadas.

Ahora, en la recapitulación de la anécdota, cabe preguntarse: ¿qué hubiese hecho el rufián si el pequeño se hubiera aferrado a la bicicleta a las puertas del círculo infantil? Es muy probable que la historia hubiera terminado mucho peor.

El capítulo, con toda su carga de amargura, nos conduce, además, a reafirmar que aunque debemos seguir por los caminos de la persuasión y la siembra de valores —mediante disímiles métodos—, también hemos de «apretar la mano» con los individuos que llegan a estos extremos superpeligrosos.

La tranquilidad ciudadana de una nación no puede quedar en entredicho por unos pocos bribonzuelos, que pongan la crueldad como bandera en sus acciones recurrentes. En estos casos las medidas coercitivas tendrían que ser ejemplarizantes, con la aplicación del segmento más severo de la ley.

«¿Por qué esa madre dejó al niño con la bicicleta?», se preguntaron algunos cuando conocieron el suceso. Verdad que a veces actuamos con excesos de confianza y eso resulta letal, pero lo ideal sería que ninguna criatura o persona mayor se viera expuesta a un arrebato o a un robo a ninguna hora del día ni en ningún lugar de la nación.

Los sueños de la gente buena, que siempre suponemos mayoría, no pueden morir pisoteados por los de la gente mala. Los ojos del niño de estas letras y los de sus contemporáneos no pueden traumatizarse por los satanismos de un «salteador» estafador.

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