Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Después del instante fatal…

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Me cuenta todo y sé que le duele hacerlo. Sus ojos se marchitan desde el mismo instante en el que comienza a explicarme qué ha pasado en los últimos días, cuáles han sido los progresos, qué es lo que le preocupa… A veces no sabe cuáles son las palabras exactas para describir esa mezcla fatal de culpa y de sensibilidad que siente al hablar del tema. No sabe qué paso, dónde faltó, cuándo…

Recuerdo el brillo de su mirada cuando me dijo que ya habían transcurrido cien días desde que su hijo inició el tratamiento, «y lo veo bien, muy bien, tranquilo, calmado, concentrado en las sesiones y en hacer las cosas como debe ser». Ocupaba su tiempo, compartían responsabilidades y su supervisión acertada le permitía comprobar que, en efecto, su hijo se había tomado en serio la rehabilitación.

Sin embargo, días atrás supe que hubo una recaída. Él no encuentra las razones que le permitan entender. «Metió la pata de nuevo, volvió a empeñar cosas para drogarse, y es como que todo lo que se ha hecho hasta ahora no ha servido de nada…».

Le brota el dolor en cada sílaba, aunque no lo reconoce, aunque habla conmigo como si fuera de hierro, como si yo no supiera que es un padre excelente, como si no supiera yo que su mundo se le derrumba tan solo de pensar que una pizca de cualquiera de esas sustancias puede ser más fuerte que la voluntad de su hijo.

La madre también ha sido de las mejores, me consta. Y la familia toda es armónica, funcional, unida, sana. Y ese fue el niño de los ojos de todos, el que aun siendo grande se gana el cariño de quien lo conoce, porque es noble, es simpático, es un ser humano valioso, pero que fue débil, quizá en el momento preciso en que debía ser todo lo contrario.

Lamentablemente cuando a un adolescente o joven se le ocurre «probar», detrás viene una estela larga de sufrimientos. Ya no solo es su vida la que se lacera, ya no solo es su salud la que se lastima, ya no solo es «su dependencia» sino la de todos los que le quieren y desean rescatarlo de esa rutina atroz que se traza a diario, en la que al final, solo le interesa volver a consumir aquello que ya conoce o continuar «probando».

En mi mente guardo una imagen triste de ese muchacho al que también quiero. No ha pasado mucho tiempo desde que lo vi, en la esquina del cine Yara, junto a otros amigos, con un vaso de ron en su mano. O de whisky o de cerveza, ya no sé. Pero apenas eran las cuatro de la tarde, y ahí estaban ellos, «matando el tiempo». Pensé que podían hacer algo mejor, que la vida les ofrece un montón de oportunidades, y si no lo creen, al menos tienen el vigor propio de la juventud para salir a buscarlas. Y ahora pienso que por ahí, tal vez, empezó todo.

La libertad plena de hacer cuanto quisiera, la solvencia económica que le facilita la vida, la certeza de que aunque cambiara de trabajo una y otra vez siempre sus necesidades estarían cubiertas, el ánimo de divertirse a toda costa sin pensar más allá… Cualquiera de estas razones puede asumirse como causa de la situación actual, o la combinación de todas al mismo tiempo.

Lo cierto es que su padre sufre, su madre se desespera, sus hermanas se preocupan, los amigos de la familia cooperan, yo quisiera echar el tiempo atrás y borrarlo todo de un tirón, pero su vida ya no será la misma desde el instante fatal de aquel primer día que quiso experimentar.

Hoy es el Día Internacional de la lucha contra el uso indebido y el tráfico ilícito de drogas y el país mantiene una política de Tolerancia Cero al respecto. Las instituciones de salud, en los diferentes niveles, ofrecen las posibilidades más confiables para una rehabilitación profunda, pero depende de cada uno el no querer sucumbir ante aquello que destruye. Depende de cada cual no destruir también la vida de los demás.

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