Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pacto por el verdor

Autor:

Marianela Martín González

Ella se plantó cuando quisieron derribar el laurel que sembró 20 años atrás. Una guajira natural de Chambas, que ha salvado tantos animales y conoce los secretos de las plantas, no podía permitir que talaran lo que le hizo reverdecer por encima de los conflictos de la vida.

Por estos días, cuando en varios lugares la vegetación es blanco de un ensañamiento que deja parajes descampados y hasta a los seres que aman la naturaleza, Ada Soto Suárez, vecina del municipio  de Cerro, hizo ejercicio de su responsabilidad social en el barrio donde vive, y defendió la existencia de un árbol que regala su sombra al vecindario y a los que transitan por el lugar.

«Estaba en un basural cercano al hospital Salvador Allende cuando lo rescaté. Yo estaba muy triste, entonces. Batallaba contra una enfermedad compleja. Él era muy pequeño. Tenía las raíces secas, por lo que pensé que no se salvaría. Lo tuve metido en un cubo con agua hasta que empezó a retoñar y luego abrí un hueco profundo en el parterre. Ahí creció hasta ser inmenso, sin ninguna amenaza hasta que ellos vinieron a cortarlo», contó con la misma pasión de quien habla de un hijo.

La indignación de esta mujer, que en su jardín cultiva plantas de algodón y otras especies medicinales para el uso comunitario, no es exclusiva. En medio de este casi verano—que parece ser tan o más cálido que el anterior—, abundan los comentarios en las redes sociales preocupados por el corte de árboles sanos que no comprometen las redes eléctricas ni telefónicas.

El ensañamiento con la naturaleza es la posible causa de la pandemia que ahora mismo está poniendo al planeta de rodillas. No obstante, hay quienes aún no han comprendido que existen
leyes naturales que exigen respeto por los animales y las plantas para que sobreviva la especie humana: según expertos, para que una persona pueda cubrir su necesidad de oxígeno diariamente se requiere la existencia de aproximadamente 22 árboles.

E igual vale recordar que un árbol se demora en crecer entre diez y 20 años y captura, anualmente, entre diez y 30 kilogramos de dióxido de carbono. Entonces, ante esta realidad, ¿cómo conciliar las necesidades de poda con el respeto a la vegetación y a la naturaleza toda para que el verdor que alegra y salva no nos falte?

Quizá, como poéticamente hizo Dulce María Loynaz, habrá que advertirles a los indiferentes y transgresores, entre otras cosas, que «… mañana, cuando les falte el canto de la alondra o el perfume de la rosa, se acordarán de que hubo una flor y que hubo un pájaro. Y pensarán acaso que era bueno tenerlos…». Ojalá no sea demasiado tarde.

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