Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

No era amor lo que faltaba

Autor:

Haydée León Moya

Aquella vez que Evelyn llegó a mi casa entre sollozos, no me dijo toda la verdad, y yo no hurgué mucho. Me bastó entonces con sospechar que hay niños que no son exactamente el reflejo de sus entornos. En esta historia hay algo de eso.

Evelyn es una niña de apenas 10 años que vive en mi vecindad. Nos conocimos hace unos meses y desde entonces somos amigas. Siempre me sorprende su inteligencia y su corazón generoso. Eso la hace querible, pero en su caso es un detalle más.

La chica sabe dibujar, y en sus trazos siempre aparecen escenas de personas o animales que sufren. Eso me sobrecogió desde el principio porque, sospeché, eran sus propias vivencias. No es un maltrato físico, sino del otro, del que a veces duele más y deja huellas para toda la vida.

Aquella vez que apareció en mi casa le dije: « ¿Y esos ojitos aguados, qué te pasa, tu madre volvió a pegarte?». Me dijo: «no, pero me habló feo…». «¿Y qué hiciste?», pregunté. Respondió que nada, que dejó casi toda la comida…

«Pero chica, qué bruta es ella», salté, y la niña me aclaró: «No, si estudió y se graduó en la universidad, lo que pasa es que se atormenta. Ella no es bruta, lo que a veces parece ignorante…».

«¿Y cómo es eso?», volví a interrogarla: «Bruto es el que no entiende, le explicas y es por gusto. Ignorante es el que entiende, pero no le da la gana de que le expliques, y es por gusto…»

Unos días después, mientras almorzábamos juntas, me confesó toda la verdad sin preguntarle: acababa de vivir otra escena violenta porque solo se comió la mitad de su pan. Con sus hermosos ojos negros brillosos y llenos de lágrimas, me contó: «Ahora me arrebató la mitad del pan, quise explicarle, pero me gritó… ¿Usted se acuerda cuando le dije que ella me habló feo porque no me gustó la comida?», me hizo recordar.

«Ahora fue lo mismo. ¿Usted no ha visto a la señora que a veces duerme debajo de la escalera de mi edificio?», de nuevo me obligó a rememorar: «Sí, he hablado con ella, dice que vive lejos y que es profesora de inglés, la pobre, parece que se volvió loca», apunté. Pero Evelyn tiene su versión: «No, a ella lo que la maltratan en su casa. Y no es loca, está demente». Me sorprende otra vez con sus explicaciones: «Los locos tiran piedras, no se puede hablar con ellos porque están asustados, pero hay que ser buenos con ellos».

«¿Y los dementes?», era obvio que debía preguntarle. «Tienen la cara triste, se puede hablar con ellos y también hay que cuidarlos. Por eso lo que no me como, cuando mi mamá sale a trabajar se lo doy a ella, y si ya no está, se lo guardo».

Le pregunto quién le enseña a ella semejantes definiciones y me confiesa que su madre: «Ella es inteligente y buena, lo que se atormenta. Me lee libros
hasta que me duermo y se levanta de madrugada a hacer las colas, porque ella ahora no trabaja para poder cuidar a mi abuelo, y entonces es mensajera, para poder pagar todas las cosas y que no nos falte nada», afirma. «¿Quieres que hable con ella eso de la mitad de tus comidas?», le pregunté y me dijo: «Sí, por favor».

Evelyn es de esas niñas que tienen incorporadas en su vocabulario expresiones amables: da las gracias y pide permiso para pasar entre dos personas que conversan, o cuando la invitas a entrar a tu casa.

A la suya fui a mediar con su madre, como le prometí. Iba dispuesta a que me cantara las 40, aunque lo hiciera con el mayor tacto y decencia posibles. Era joven la noche y la puerta de entrada estaba a medio abrir. Toqué suave, una sola vez, y una voz conocidísima me dijo: «Pasa, está abierta».

La casa huele a limpio y está bien ordenada. A Evelyn se le notaba nerviosa. La madre vino a mi encuentro secándose las manos: «Disculpe, estaba acabando de fregar… ¿Quería algo?», preguntó. «Vine a ver a mi amiga y a traerle los dibujos que ella hace en mi casa», contesté.

«¿Dibujos?, preguntó sorprendida la mujer que obviamente desconocía esa faceta de su hija. Le expliqué y la joven madre me comentó que su niña es muy aplicada en la escuela, pero en la casa le da trabajo a la hora de comer. «Desperdicia los alimentos, e imagínese yo soy sola, porque mi padre está postrado hace cinco años… ¡Gracias que la Seguridad Social nos da una gran ayuda! ¿Usted ha visto a la señora que duerme bajo la escalera? Pues con ella y con unos perritos que dejaron abandonados en una construcción yo comparto nuestra comida, y ella aquí con todas las comodidades, la desaprovecha…».

«¿Y tú no sabías que  eso mismo hace la niña con sus alimentos, compartirlos?», inquirí. No tuve que hablar nada más. Tras la sorpresa, Evelyn y su madre se abrazaron.

Comunicación: eso era todo lo que les faltaba.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.