Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La familia que respetamos todos

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Escribí sobre Camila en estas páginas hace cinco años, cuando ella era una niña de nueve años y no comprendía por qué a algunos de su aula les parecía «raro» que ella tuviera dos madres. Para ella era una felicidad: una me ayuda con las tareas de Matemática, la otra me repasa Ciencias Naturales, aquella me prepara dulces y ella me lee cuentos antes de dormir. «Hay niños que no tienen padres y yo tengo el doble, ¿por qué ha de estar mal?».

Hablar con Camila ahora, cuando cumplió recientemente 14 años, me permitió encontrarme a la misma persona, ya adolescente, feliz con la dinámica de su hogar. Tengo novio, me dijo. Y parecía como una aclaración necesaria. «Te lo digo porque tanta gente piensa que tener dos madres me obliga a mí a ser homosexual. Tener dos madres a mí me ha enseñado que el amor es inmenso y no puede tener límites. Espero que este nuevo Código de las Familias sirva para abrir las mentes de muchas personas».

Busqué entonces a Sucel, quien me había contado cinco años atrás que los padres de sus compañeros de aula no permitían que los círculos de estudio se realizaran en su casa. Me había confesado además que ni su padre ni su abuela paterna aceptaban que ella viviera con su mamá y su pareja. «Pero yo no me siento mal con eso. Lo que me hace mal es sentir que todo el mundo me echa a un lado».

Sergio, un adolescente que conocí hace poco, ocultaba a toda costa que su padre era homosexual. «Me costó trabajo entender que después de estar casado con mi mamá tuviera esos gustos ahora. Pero al final creo que lo que me hacía ver mal esa elección suya era todo lo que mi mamá me decía. Con el tiempo he aceptado a mi papá como es y tengo buenas relaciones con su pareja».

¿Por qué hablo de estas familias desde las visiones de sus hijos? Porque me parece oportuno mostrar que lo que se expresa con naturalidad y sin prejuicios no fomenta rechazos ni odios ni barreras mentales. En cambio, la convivencia en sociedad sí puede propiciar tragos amargos si otros en nuestro entorno no lo asumen con la misma actitud.

¿Acaso otros como Camila, Sucel y Sergio no desean que sus familias sean aceptadas y protegidas legalmente como «las otras familias, las que se ven como normales»? ¿No debe ser así también con familias constituidas por abuelos y nietos, madre soltera y su bebé, tía y sobrino…?

La doctora Patricia Arés ha afirmado que «la familia es la unión de personas que comparten un proyecto vital de existencia común que se quiere duradero, en el que se generan fuertes sentimientos de pertenencia a dicho grupo, existe un compromiso personal entre sus miembros y se establecen intensas relaciones de intimidad, reciprocidad y dependencia».

La constitución de una familia, sea como fuere, se defiende en el nuevo Código de las Familias cubano, situando el amor, el afecto, la solidaridad y la responsabilidad en lo más alto de los valores familiares. Ello basta para educar a personas de bien, sin que la orientación sexual sea un asunto que limite o cercene su felicidad.

El cuerpo legal, además, especifica que la filiación puede tener lugar mediante procreación natural o a través de la adopción, el uso de cualquier técnica de reproducción asistida o los lazos que se construyen a partir de la socioafectividad reconocida judicialmente.

¿Qué quiere decir eso entonces? Que la familia, entendida como núcleo esencial de la sociedad, puede conformarse de disímiles maneras, y en tanto se cumplan con las obligaciones que le asisten como institución, tiene derecho a ser valorada y tenida en cuenta en la construcción de un país cada vez más centrado en respetar a todos.

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