Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un dragón en nuestro entorno

Autor:

Osviel Castro Medel

No atino a descifrar si el fenómeno nace por ingenuidad, alucinación o deseo excesivo de trastocar la realidad; solo sé que está ahí, mordiéndonos con sus tantas cabezas, echándonos fuego, como si fuera un dragón que revive al paso del tiempo.

A los periodistas nos han acusado más de una vez, con razón, de llevarlo encima; pero el periodismo apenas es una diminuta parcela en la que el «bicho» pasta y se solaza. Él está diseminado en el lenguaje de burócratas, en funcionarios que no entienden sus
obligaciones, en tapadores, infladores, disfraces.

Lo peor es que, por encima del idioma enlatado, a algunos se les ha convertido en filosofía de vida, en modo de actuación, en paño incrustado en las neuronas.

Me refiero al triunfalismo, nociva tendencia que recurre a la fanfarria y no nos deja ver lunares, nudos y cráteres. Espanta soluciones o resultados. Le guiña constantemente al estancamiento. Germina en apariencias.

De todos sus lados, uno de los más aborrecibles habita en el afán de justificar errores y desatinos, algo que, significaría una enorme distorsión, palabra muy en boga en estos tiempos.

Luis Sexto, premio nacional de Periodismo, nos alertaba hace mucho que el triunfalismo no debe confundirse con el optimismo. «Este observa, valora, confía y actúa realistamente. Aquel, sin embargo, vive entre espejos: dando por cierto y bueno lo que solo es nube», escribía el brillante articulista en 2008, en Juventud Rebelde.

Tiempo después otro reconocido columnista, Ricardo Ronquillo Bello, expresaba en estas propias páginas que el triunfalismo termina por parecerse al derrotismo, aunque parezcan diametralmente opuestos. «Paraliza e incapacita por exceso de vanagloria», sentenciaba él.

A la vuelta de los años, ambos textos conservan plena vigencia, porque los triunfalistas siguen viendo victorias y laureles, incluso antes de comenzar cualquier batalla; continúan abusando del consignismo o la grandilocuencia; calificando de exitosas realidades que son todo lo contrario.

Un triunfalista mira la crítica social como un dardo venenoso, a veces hasta como un «problema», en lugar de apreciarla como una saeta salvadora. No anda con los pies en la tierra, como nos ha pedido Raúl varias veces, sino con el cuerpo por los aires de un planeta llamado Apología.

Sálvese Cuba de que el triunfalismo llega a aventajar al cuestionamiento, al juicio crítico o al análisis riguroso. Sálvese de que el silencio, los falsos alegatos y la mentira sean las respuestas a lo que anda mal, a la vista de todos.

 La nación no necesita, tampoco, al francotirador que dispara contra todas las banderas y que hace un festín con nuestros problemas y carencias. El vocabulario apocalíptico jamás liquidará la resaca de quienes se embriagan de supuestos triunfos. Por ende, requerimos de equilibrio.

Tengo la esperanza de ver derrotado algún día a ese dragón de muchísimas cabezas, que quema no en lo físico. Pero debemos hacerlo sin pompa y sin soberbia, crítica y conscientemente, sin un ápice de triunfalismo.

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