Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Saco y corbata

Autor:

Enrique Milanés León

Antes de mi viaje a China al Foro de Periodistas de la Franja y la Ruta mis jefes, normalmente relajados, se pusieron terminantes: tienes que llevar saco y corbata. Yo intenté negociar —¡saco sí, pero jamás corbata!— y expliqué mi certeza de que esa pieza no sería imprescindible.

Finalmente, llevé ambos con la advertencia de que la corbata sería una simple prevención por si algún día me topaba con un estricto miembro del comité organizador erguido ante la puerta de turno exigiendo el pase con corbatas.

Volamos, llegamos, comenzamos el evento y en la primera sesión que requería vestimenta formal Ricardo Ronquillo Bello, el presidente de la UPEC, y yo bajamos al salón incómodamente ataviados, aptos lo mismo para anunciar un noticiero de las ocho de la noche que para recibir a un dignatario o despedir el duelo del difunto más exigente con los detalles de alta costura.

Antes de entrar a la sala miramos derecha, izquierda, norte-sur-este-y-oeste y descubrimos que por alguna razón los colegas del mundo parecían puestos de acuerdo en prescindir de corbata. Fue el «te lo dije» más hermoso que nunca dije, pero igual celebré la cesantía de las nuestras, que tras el «pues me quito esto» de mi compañero cayeron sin combatir y fueron a dar sin muchas contemplaciones al fondo de algún bolsillo.

El saco, del que no pude zafarme, tiene una historia más larga. Compré su pieza de arriba en 2017, en una de aquellas tiendas que los cubanos llamábamos —antes, porque ya no hay— «trapishoping» en tanto vendían a muy buen precio ropa reciclada importada.

Siempre le llamé «el saco del difunto X» porque vaya a usted a saber cómo y por qué semejantes piezas brincan el océano para terminar en otro torso y nuevos brazos de este Sur Global a medio vestir.

Cuando lo compré, estaba por viajar a una larga misión de cobertura periodística en el exterior y supuse que probablemente tendría que enfrentar un momento de caras largas y ropa seria; por lo tanto, me hice de aquella pieza gris por fuera y por dentro que a la hora de la partida no tuve, lo juro, el valor de llevar.

Anduve dos años por Venezuela y el saco —sustituido en las pocas ceremonias por una guayabera— quedó en casa, ensillado en una percha, hasta que hace unos días le dije: «Sí, muchacho, te llevaré a China para que socialices con sacos y chaquetas con historias interesantes que contar».

Primero anduvo de polizón, escondido en la maleta en Beijing y Nanchang, pero en Guanzhou, sede de las reuniones finales, mostró su estampa de desgarbado tejido. ¡Debe haber tenido su reunión feliz y rato de fama entre los suyos!

Luego del último aplauso, en el regreso a Cuba, mi saco desapareció del mapa en algún tropiezo de aeropuerto. No tengo idea de dónde podría estar, pero es probable que decidiera escaparse de mí en venganza por haberlo encerrado cinco años tras una puerta.

Pareciera que mi saco salió del closet, se desmelenó las mangas y ande ahora por el mundo en busca de alguien que viaje más que yo, lo cual no sería mucho indagar.

Ávido de mostrarse más a menudo en sociedad, es posible también que haya regresado, arrepentido, con su antiguo dueño y se quejara de que el cubano que le tocó en desgracia no va nunca ni a la esquina. «Ese tipo —puede decir mi “exsaco” de mí— se ponía burlón y hablaba de un difunto X cuando el que estaba muerto era él».

 

 (*) Juventud Rebelde comparte las crónicas del colega durante su participación en el 8vo. Foro de Organizaciones de Periodistas de la Franja y la Ruta, celebrado en China en julio último.

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