Quedé atónita, como quedó mi amigo al percatarse del asunto. Compartió en sus redes sociales el motivo del asombro, generado por una incoherencia inmensa que, lamentablemente, provoca sucesos similares a diario en nuestro país.
Mi amigo, melómano empedernido, adquirió tres excelsos libros en la fabulosa tienda del Museo Nacional de la Música, que sugiero sea visitada por todos los que me leen. Los títulos son Antonio Machín: dos gardenias para un ángel negro; Del bardo que te canta —dedicado a la trova cubana—, y Tony Pedroso: el señor de la flauta, de los autores José Luis Pérez Machado, Margarita Mateo Palmer y Rafael Ángel Martínez Salazar, respectivamente. Tres joyas de la literatura especializada, que bien pueden ser leídas por todos los públicos para acercarse al legado de prestigiosos artistas.
El costo total por los tres volúmenes, resultados de acuciosas investigaciones, fue de 30 pesos cubanos. Pero créame, no es esa la causa de la perplejidad de mi amigo, de los fieles seguidores de sus páginas —quienes también expresaron sus criterios—, ni la mía; sino el hecho de que él mismo debió pagar 300 pesos por una libreta a rayas de 32 páginas en un punto de venta de «merolicos». ¿Se da cuenta?
Por favor, entiéndanme. No se trata de elevar el precio de los libros de la exquisita librería, abierta al público en los predios de la institución que el pasado 9 de septiembre festejó un aniversario más en su ardua labor de salvaguardar la memoria de la música, los músicos y los instrumentos de nuestro país. La cultura debe estar al alcance de todos.
Lo que propongo es el análisis sobre la paradoja entre el valor de los productos básicos y los bienes culturales. No soy economista ni siquiera periodista que habitualmente se acerca a temas económicos en sus artículos, pero el hecho revela una realidad inquietante. Esta disparidad no solo sorprende por la diferencia en precios, sino que evidencia las distorsiones que la inflación y las leyes del mercado han impuesto sobre la economía cotidiana.
La inflación, esa enfermedad silenciosa que erosiona el poder adquisitivo, ha multiplicado los precios de manera exorbitante, y al parecer seguirá haciéndolo, en un escenario donde conviven el sector estatal y nuevas formas de gestión no estatal. Mientras que en décadas pasadas, un libro como estos que menciono y similares podría haber costado una cantidad razonable, hoy día su precio se acerca a cifras que parecen más una burla que una inversión en cultura. Y reitero, mejor que ese precio no suba, porque entonces mi amigo —y otros como él— tendrá que elegir si comprar alimento o libros para nutrir su acervo intelectual y, desgraciadamente, el estómago tendrá prioridad.
Pensemos en la libreta, un insumo simple y básico para la educación, que ha aumentado en valor de manera alarmante, llegando a costar entonces diez veces más que los libros de música.
Las leyes de oferta y demanda, en teoría, deben equilibrar los precios, pero en la práctica favorecen a quienes tienen mayor poder económico y a sectores que, en ocasiones, manipulan los precios en su beneficio. Entonces, me preocupo porque el curso escolar recién comenzó y, a razón de la cantidad de libretas que un estudiante promedio necesita al año —sin mencionar otros artículos necesarios para su período docente—, la cuenta sigue sin dar.
Es arbitrario el sistema de precios que, unido a la especulación, la inflación galopante y la falta de regulación efectiva, han contribuido a que esto suceda. Y si solo ocurriera en relación con los precios de las libretas…
Por una parte, aplaudo los precios en extremo asequibles de los libros extraordinarios que mi amigo compró, aunque sé que no compensan la inversión realizada en la industria del libro en el país, pero la cultura, derecho y patrimonio de todos, en Cuba tiene la dicha de ser reverenciada y no considerada un bien de lujo.
Sin embargo, ya vemos que los artículos necesarios para el desempeño cotidiano engrosan la lista de los gastos casi imposibles de cubrir.
Si bien la paradoja, que podría generarse al pagar mucho por un libro como estos y poco por una libreta escolar, revelaría también la falta de una política cultural sólida y de un mercado que valore realmente el talento y la creatividad nacionales. Lo contrario igualmente me deja estupefacta.