El encuentro inesperado me alegró mucho, pero al mismo tiempo me dejó un sabor amargo. Primero, es muy bueno ratificar lo que siempre supe: esa abuela sería para su nieta como una madre, o aún más, madre y padre. Es incansable, fuerte, tenaz, dispuesta a todo por garantizarle bienestar, amor y felicidad a la pequeña que ahora cursa el 2do. grado. Es bella, es simpática, es inteligente y tiene en su abuela, aún más que en su mamá, la seguridad infinita.
Supe de los logros de la niña, de lo aprendido en la escuela y con ella en casa, de los avatares por conseguirle los espejuelos que su astigmatismo requiere, de su sonrisa perfecta y, afortunadamente, de la entereza inagotable de su abuela.
Pregunté por el padre, y realmente no tenía que hacerlo. La respuesta es la misma desde que la niña estaba en el vientre de su mamá. No le otorgó su apellido, no aceptó su nacimiento, no ha formado parte de la vida de su hija. Un día quiso hacerlo, le regaló una pelota y la vio par de veces. Sin embargo, la
ignoró en un parque tiempo después y jamás ha vuelto a verla. Muchos no imaginan ese comportamiento porque es un profesional intachable, del que siempre los criterios en torno a su desempeño son los mejores. Y aunque no debo obviar el hecho de que la niña es el resultado de la infidelidad que él cometía con una muchacha más joven, eso no puede impedir que asuma su responsabilidad luego del disfrute, ¿verdad?
Asumir y ejercer la paternidad es fundamental en el desarrollo emocional y sicológico de los niños, quienes, por cierto, no pidieron venir al mundo. Sin embargo, la historia de la ausencia del padre se repite en no pocas vidas: no reconocen legalmente a su descendencia y peor aún, no los visitan, no se ocupan de ellos y eluden completamente su rol parental. Esta falta de compromiso no solo afecta a los pequeños, como pudiera pensarse, sino que también tiene implicaciones profundas para los propios padres.
Si bien es cierto que la figura paterna desempeña un papel crucial en la formación de la identidad de un niño, pues el impacto emocional de su ausencia puede ser devastador, la falta de conexión entre ellos puede llevar al padre a una vida de arrepentimiento y soledad.
La ausencia del padre puede generar en los hijos sentimientos de abandono, baja autoestima y la sensación de ser menos dignos de amor y atención. Además, crecer sin la figura de un padre presente puede llevar a patrones de comportamiento en la vida adulta. Se ha advertido sobre muchos niños que experimentan esta ausencia y desarrollan dificultades en sus relaciones personales, y arrastran consigo inseguridades y un temor al compromiso. La búsqueda de la aprobación paterna puede volverse una constante, lo que afecta no solo su vida personal, sino también su de-
sempeño académico y profesional.
Volviendo al padre que se cree infalible al desentenderse de ese hijo o hija, en no pocas ocasiones el dolor que sienten estas criaturas se convierte en un espejo de la culpa que carga el padre ausente. Sin embargo, la negación puede parecer más fácil que afrontar la realidad de la responsabilidad.
A nivel social, y es un fenómeno preocupante, se legitiman a veces estructuras culturales que permiten o minimizan la responsabilidad paterna, lo cual contribuye a normalizar la ausencia. «Madre es una sola, padre es cualquiera», es el axioma que se repite constantemente y al final, escudándose en ella, muchos se justifican. Por eso es tan necesario que las políticas públicas fomenten la equidad en la paternidad y promuevan modelos positivos que celebren la figura paterna comprometida y responsable.
Me parece urgente, hoy más que nunca, reconocer que la paternidad no es opcional, y no porque la madre, como la abuela en este caso, no pueda ser capaz de criar, amar, educar y acompañar a su hija todo el tiempo, sino porque es una responsabilidad compartida que tiene repercusiones.
Abrazar la paternidad implica no solo un compromiso físico, sino también emocional. Se trata de ofrecer un espacio seguro para el desarrollo de futuras generaciones. En última instancia, reitero, una paternidad positiva no solo beneficia a los hijos, sino que también enriquece a los padres, y les da la oportunidad de formar parte de la vida de aquellos que más lo necesitan. ¿Acaso el susodicho de esta historia no ha pensado en todo lo que se pierde al desatender a su hija? Ojalá pueda conciliar el sueño cada noche.