Algo de polvo cósmico, del inicio del mundo. De tenue chispa, de perpetua pregunta. La mirada de un anciano es un espejo roto. El rostro es el envés, la nervadura. Pasan en cabalgata, así nomás, frente a nosotros. Hunden sus manos en la tierra, toman la escoba cual un extraño cetro, recogen lo que pueden para sobremorir, aderezan lo áspero, lo ignoto. Reinan en su pequeño espacio. Se atreven a esperar más allá donde ya nadie espera, donde ya nadie ve. Y sin embargo, son la hebra, la hebra de la vida.
Recomponer, escrutar, sumergirse. Detenerse en esos arcanos, en esos caminos, en esos silencios. Detenerse donde otros pasan. Eso ha hecho Alien Fernández Martínez (Fomento, 1988). Un artista auténtico jamás deja de hurgar, jamás se conforma. Algo le salta, algo le asalta, algo le empuja.
No se conformó con testimoniar, con documentar aquellos rostros de la Vueltabajo ante el pasmo del huracán. Empezó a dejar que los surcos de la existencia, que sus profundas marcas poseyeran su lente; dejó que la Isla hablara (entera, sin apremios) y cuando estos se agolparon, se exprimieron, no se conformó con el registro al uso.
El artista ha confesado que el trabajo del británico Lee Jeffries, el fotógrafo de la soledad, le sirvió de inspiración. Si bien el efecto Dragan (el artista polaco Andrzej Dragan, cuyo estilo preconiza un amplio contraste, una luminosidad dramática), imanta técnicamente el trabajo de Alien, es justa su utilización uno de los retos asumidos. La visualidad, con ser mucho, es solo una parte de la ecuación. Aquí no hay poses.
Alien Fernández Martínez (Alienpro) hizo emerger en cada rostro, los ríos subterráneos, las esperanzas truncas, las alegrías lejanas. Las intuyó en su mirada virginal, las esbozó en un rapto, las remarcó a conciencia. Para que a la larga un rostro sea esa única expresión y la vez evoque a otros tantos, se necesita la serenidad como filtro de la pasión, rigor sumo en la selección, claridad conceptual.
Rostros, sonidos, vidas es, en verdad, la aventura de un creador en plena eclosión. Es una arriesgada mixtura. Como tejido luminoso se entrelazan aquí el ojo avizor del comunicador social, el entrenamiento formidable del fotorreportero de prensa y, sobre todo, el delicado oído al que se ve sometido un realizador de sonido, para hacer que vibren en unas notas, épocas, significados, impresiones.
La radio, la humilde, la fiel, la imbatible radio, ha sido la cobija perfecta de Alienpro. Su matrimonio con el sonido, se ha redimensionado. A cada una de las dieciocho piezas de la muestra fotográfica le acompaña un «paisaje sonoro», un ambiente que lo define, un entorno que lo presupone. Una atmósfera de sonidos donde el personaje halla comunión.
Un código QR, la modernidad tecnológica, permite un diálogo íntimo, a discreción, entre el espectador y la pieza escogida. La fotografía suena, por así decirlo. Resulta una asociación que une dos pasiones, cada una con su lenguaje propio; pero que la voluntad de estilo del artista ha fundido como una obra asociativa, que a la vez que dialoga, se completa. Es una invitación a cruzar el puente, a vivir una sensación francamente holística, inusitada.
Rostros, sonidos, vidas es el estreno expositivo de Alien Fernández Martínez. A lo grande. Sancti Spíritus y la Uneac tienen razones para celebrar. No me será difícil hacer de augur: este es apenas el pórtico de una senda que, por encima de cualquier recato personal, asoma ya un espíritu nuevo al panorama artístico del país.