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Cumbre G20 sin Sudáfrica: ¿desesperación o repudio?

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El Grupo de los 20 (G20), foro que reúne las principales economías del planeta, se ha convertido en el epicentro de una fractura geopolítica de gran calado. Este espacio, creado para garantizar la estabilidad económica global mediante el consenso entre naciones que representan más del 85 por ciento del PIB mundial, ha vivido, sin embargo, un episodio sin precedentes que amenaza su cohesión.

Precisamente, el detonante fue la Cumbre de Líderes celebrada en Johannesburgo en noviembre de 2025, bajo la presidencia de Sudáfrica. Durante ese encuentro, y en respuesta a lo que consideró una agenda «divisiva» centrada en las demandas del Sur Global, Estados Unidos decidió boicotear la ceremonia de traspaso de la presidencia y, posteriormente, anunció que excluiría a Sudáfrica de la cumbre que organizará en 2026. Esta medida, justificada por Washington como una represalia ante el supuesto «sabotaje» sudafricano a los principios normativos del Grupo y a sus principales intereses, no solo ha llevado la relación bilateral a su punto más bajo desde el fin del apartheid, sino que ha expuesto una pugna fundamental por el rumbo del foro.

En el fondo, este conflicto refleja dos visiones antagónicas: por un lado, la de potencias emergentes como Sudáfrica, que buscan priorizar en la agenda global temas como el alivio de la deuda, la financiación climática y una transición energética justa; y, por otro, la de la administración estadounidense, que aboga por un enfoque más reducido y alineado con sus intereses estratégicos inmediatos, totalmente contrarios a los del Gigante africano. Esta tensión se enmarca, además, en un contexto africano de vulnerabilidades económicas agudas, en el que la alta deuda, la dependencia de materias primas y los impactos climáticos en todo el continente a consecuencia de la búsqueda constante de recursos por parte de las grandes potencias, hacen de los compromisos del G20 una cuestión de urgencia vital.

En definitiva, este episodio demuestra que el multilateralismo está bajo un estrés severo. Si bien el G20 fue diseñado para coordinar respuestas a crisis económicas, ahora es el propio foro el que se encuentra en crisis. La decisión de excluir a un miembro fundacional como Sudáfrica sentará un peligroso precedente y plantea una duda crucial: ¿podrá esta institución adaptarse para incorporar las demandas de justicia económica de las naciones en desarrollo, o se fracturará definitivamente víctima de la competencia entre grandes potencias? La respuesta definirá la gobernanza global de la próxima década y sentará las bases de las relaciones bilaterales y multilaterales tanto de Sudáfrica como de otros países implicados en el asunto.

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