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Las eternidades

Estos cuentos de Félix Sánchez Rodríguez que ahora presentamos forman parte del libro Las eternidades, Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas 2020

Autores:

José Luis Estrada Betancourt
Yunier Riquenes García

Félix Sánchez Rodríguez (Ceballos, 1955). Narrador, ensayista, escritor para niños, investigador y editor. Doctor en Ciencias Pedagógicas. Ha recibido numerosos galardones literarios, entre ellos: Premio Uneac de novela 2004 (Zugzwang), Iberoamericano de cuento Julio Cortázar 2010 (Los confines de la muerte), de cuento Guillermo Vidal 2009 (Las ruedas de la fortuna) y Alejo Carpentier 2018 (El corazón desnudo)

Las eternidades

Félix Sánchez Rodríguez

Terapeutas

El galeno acabó de mirar los resultados del análisis integral realizado al señor Galván. Antes había rastreado en la banda del electrocardiograma alguna anormalidad.

—¿Su presión?

—Acaban de tomármela. 90 con 110, doctor.

—No debiera sentirse tan mal.

—Tal vez solo sea un problema ideológico, doctor.

El galeno sacudió la cabeza, buscó en la gaveta de su buró y sacó una hoja, una pequeña encuesta.

—No es algo infalible, pero sí bastante confiable. En todo caso nos quedaría la posibilidad de verificar.

El señor Galván tomó la pluma, y ya con ella en el aire, lleno de energías, leyó el texto. Se trataba de un sencillo ejercicio de enlazar la columna A con la B.

En la A, denominada «Lugares del robo», se listaban dos lugares: escuela y casa de protocolo. En la columna B «Medios robados» aparecían también dos: saco de chícharo y caja de camarones.

El señor Galván apenas meditó en las posibles combinaciones, enlazó con una línea gruesa, por momentos zigzagueante, la escuela con el saco de chícharo y la casa de protocolo con la caja de camarones. Luego puso la pluma junto a la hoja y se separó de la mesa.

El galeno no dudó de la exactitud del test. Prescindió de otros que guardaba para los casos más confusos.

—Sí, es eso mismo. Tiene niveles muy altos. Usted necesitará un plan, reposo.

El galeno llenó las recetas, formuló la remisión, y acompañó al señor Galván hasta el pasillo. No le dijo que era el primer paciente suyo, en varios meses, que adoptaba una respuesta así, que haría tan feliz al enemigo, que tambalearía la confianza depositada.

Era cerca de las seis. El galeno, seguro de que ya a esa hora no vendría nadie más, llamó a su esposa. Tenía hambre, cuando ella le dijo que había preparado unos camarones riquísimos, pensó con lástima en el señor Galván.

Futbolistas

A mi team no hay portero que le pare los shutes. Cinco o seis goles en un juego. Con toda la diversidad de estilos. Cuando un team juega de ese modo ni los brasileños le sacan el balón de la red. Muñote, con sus pies descalzos, un tipo de gol verdaderamente salvaje, que se abre camino. Muñote es un caso, ni Carmenate, del equipo del otro barrio, que adivina por los pies, puede vaticinar sus movimientos. Por eso a Muñote lo echamos delante. Ni locos le daríamos esa responsabilidad a Baby. Baby no es tan torpe pero juega con unas botas cañeras que le dan una pésima agilidad de robot galáctico. Hasta Muñote se alegra cuando Baby no juega. Porque es un peligro cuando juega, Baby pesa como doscientas libras y más con esas botas, las mismas que betuna y saca a pasear por las tardes. Así con Muñote de delantero y Baby en la zaga, le damos espacio a Norman y Ticotico. Sus posibilidades son parejas, pero cuando cogen el balón este hace un extraño, se pierde entre los colores de sus tenis, como bajo sus suelas. Norman y Ticotico se aparecen cuando ya el equipo está casi listo, pero si jugamos de a once les decimos vengan. Todavía nos queda espacio para Yosvany. A veces lo esperamos, mete los goles con una zurda que es muy buena, nada como piensan algunos, que porque Yosvany juega con la zapatilla oficial, no haría nada con ellas si no tuviera esas virtudes. El mejor ejemplo de esto es Muñote. Yo siempre pongo a los demás el ejemplo de Muñote. En una ocasión Muñote y Yosvany jugaron de contrarios y Muñote le quitó el balón con un toque y la bola corrió de las botas rusas de Baby a los tenis azules de Ticotico y de ahí a los pies descalzos y profesionalísimos de Muñote otra vez. Y anotamos el gol.

Amantes

No hay nada como una temperatura adecuadamente fría para dormir. La gente compra acondicionadores de aire cada vez más. En la casa no ha sido una excepción. Ahorramos durante seis años y al fin compramos uno. Tres cuartos y un solo acondicionador. Pero nada puede con la voluntad familiar. Lo instalamos en el cuarto de mi hijo soltero (fue quien lo compró verdaderamente) e hicimos un programa muy justo. La madre duerme con él lunes, miércoles y viernes, y yo los martes, jueves y sábado. Él no solo disfruta así de una buena temperatura sino de volver a aquellos días de la infancia cuando no quería dormir solo por temor a diablos y fantasmas. El domingo no, el domingo es todo nuestro. El domingo, al fin nos reencontramos mi esposa y yo y dormimos felizmente abrazados en nuestro cuarto grande, cómodo y tórrido. «Al fin sudadamente solos», le digo y palpo sus ojos. «Al fin recordaremos abrazados que vivimos en la dicha infinita del trópico», murmura ella con una voz extraña, como perdida en los peligrosos laberintos del calor y la oscuridad.

Soñadores

Sueña persistentemente con su lápida. Una y otra noche, no importa cómo le haya ido durante la semana. Lee en ella el día y el mes de su fallecimiento. Aunque se inclina por sobre el jarrón con las flores para leer mejor, no hay modo de ver el año. Es que falta ahí algo tan importante como el año. O está cubierto por una banda negra que en el sueño tampoco puede descorrer. Lo de la banda negra lo ha hecho alguien malintencionado. Para hacerlo sufrir, para perfeccionar su agonía. Cuando se acerca el mes, y aún más el día, no sale de la casa. No hace nada que considere peligroso. Llega a desconectar la corriente, a colar la sopa, a alejarse de las paredes. Es un día terrible, su peor día del año. Pero pasado este, tiene luego 364 días como compensación. En ellos se muestra intrépido, casi suicida. Cruza las calles sin mirar, bebe con los ojos cerrados cualquier taza de café, saluda al desconocido con el que acaba de coincidir en el callejón oscuro. Así hasta que llega nuevamente esa fecha rotativa. Se ha acostumbrado y no quisiera que nadie levantase la banda negra. Tampoco mira ahora las flores. No soportaría ver que las flores aún están frescas, que siempre están frescas, todos los años, esperándolo.

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