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Paternidad involuntaria

El frecuente rechazo a asumir el rol paterno está asociado a los juicios desvalorizantes, vividos en carne propia o percibidos en la experiencia de otros jóvenes de la familia o de su círculo de amistades, sostienen los autores del libro Adolescente embarazada ¿La mejor opción?, publicado por la editorial Científico Técnica

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Cuando vayas a hacer algo siempre habrá personas que te dirán que no puedes lograrlo. Cuando vean que no te pueden detener, te dirán cómo debes hacerlo, y una vez que lo hayas conseguido, dirán que siempre creyeron en ti.

John C. Maxwell.

«Tienes que hablar con mi novio», me precisa una adolescente con voz seria. «Dice que el embarazo a nuestra edad es un problema social, no biológico, porque en otras épocas ya estaríamos pensando en hijos. La crianza sí la ve como conflicto para ambos, pero cree que mi cuerpo ya está listo, aunque mi mente no lo esté».

La polémica surgió mientras estudiaban para la prueba de Biología. Deseosa de ayudarles, pregunté a otros jóvenes qué opinaban, y muchos confesaron que de ese tema ni siquiera hablaban mucho, al menos entre varones.

Lo asumido culturalmente es que si «eso» ocurre, la decisión final es de la muchacha (o de la madre de ella). «De nosotros se espera que estemos ahí para apoyarla en “su problema”… pero algunos entran en pánico, como se ve en las series televisivas», ilustra un capitalino de 17 años.

Esta manera de «lavarse las manos» está amparada en los roles de género tradicionales, que en no pocos casos pone en desventaja al varón, aunque no resulte evidente.

En la práctica, la opinión del muchacho apenas cuenta, y tampoco la de los papás. La madre de la muchacha a veces concilia con la del varón, y a la larga es una de ellas (si quiere y puede) quien asume la crianza del bebé cuando la joven tiene buenas perspectivas con los estudios.

Al varón le toca aguantar el reproche de ambas familias por «desconsiderado e irresponsable», y aún predomina en nuestra sociedad el criterio de hacerle sacrificar sus sueños, haya o no necesidad económica, para que madure en su nuevo rol.

Varios entrevistados (de entre 16 y 21 años) reconocieron que se protegen más para evitarse esa contienda familiar que por miedo a las ITS. «Mi mamá me lo advierte todos los días, y sé que habla en serio… Yo que apenas logro ser buen hijo, ¿cómo voy a complicarme con una paternidad involuntaria?», dijo un mayabequense de 18 años.

Su coterráneo cuenta que un amigo pasó por algo así y la chica le exigió olvidarse de sus planes universitarios. Al acabar el servicio militar se hizo cuentapropista para asumir los gastos, aunque el noviazgo había acabado hacía rato. «Era el mejor del grupo, un chamaco correcto, pero la inteligencia en el aula no siempre implica astucia para la calle», reflexiona el joven que narra la historia.

Mala suerte o buenos genes

Insistí en varios grupos con ambas interrogantes: ¿Están aptas las adolescentes para un embarazo? ¿Le cambia la vida al varón? Las respuestas tenían más traza de estereotipos aprehendidos que de razonamiento propio.

De la primera obtuve respuestas vagas. La mayoría cree que si hay menstruación es porque el cuerpo «aguanta» todo lo demás. La mitad no se había planteado siquiera la disyuntiva de si es más peligroso el parto o interrumpir el embarazo. Medio centenar dijo categóricamente que la mujer estaba «hecha para eso» y que la edad no importaba.

Todos reconocen que una madre precoz pierde oportunidades de trabajo y superación, pero no pocos argumentan que a su vista se hacen mujeres «más interesantes», apetecibles sobre todo para una «descarga» porque la presión sobre ellas es menor en cuanto a lo sexual. Ninguno se imagina criando a un bebé ajeno. Al menos no en estas edades.

Con la segunda pregunta obtuve más matices. Embarazar a una mujer no es «del todo malo», porque es señal de hombría y buena salud, dicen. Un matancero de 19 años alardeaba: «Conmigo hay que andar fino, porque ya he preñado a dos. Con una de ellas no sé qué pasó, porque no era de mi provincia».

El frecuente rechazo a asumir el rol paterno está asociado a los juicios desvalorizantes, vividos en carne propia o percibidos en la experiencia de otros jóvenes de la familia o de su círculo de amistades, criterio confirmado por la doctora Marianela de la Concepción Prendes y el máster Wilfredo Guibert, autores del libro Adolescente embarazada ¿La mejor opción?, publicado por la editorial Científico Técnica.

Ese es el precio de la exclusión con que se castiga al padre adolescente: le cargan con la culpa de todo y a la vez le hacen ver que no está preparado para cuidar a su criatura y proveer lo que se necesita. Algunos sufren incluso que se cuestione su paternidad o le achaquen a su herencia eventuales defectos físicos y conductuales.

El joven criado en el respeto a los valores sociales trata de hacer «lo que toca», posterga sus propias necesidades y proyectos y se somete a la urgencia del momento sin prepararse para el futuro, describen los autores citados.

Aun cuando los adultos deciden dejarlo seguir su vida de estudiante, igual cambia su rol en el hogar o pasa a ser «adoptado» en la familia política. En ambos casos vive con la angustia de responder como hijo y como padre, con muy poca voz y casi sin voto.

Tal vez lo más triste es que por lo general se enfrentan a esa situación luego de varios «sustos», sin aprender la lección… y sin descubrir cómo funciona un embarazo precoz en su pareja, tema que profundizaremos la semana próxima.

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