Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Querer no es poder… y viceversa

Llamar impotencia a la falta de erección genera más problemas que soluciones porque constriñe el desempeño sexual al logro de una turgencia concebida en términos de poder, importancia y rendimiento

 

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

La Física es como el sexo: seguro que da alguna compensación práctica, pero no es por eso que lo hacemos.

Richard Feynman, premio Nobel en 1965.

Nuestra cultura configura al cuerpo masculino como «máquina divina de producción, rendimiento, amparo y proveeduría», escribe Rubén Campero, sexólogo y sicoterapeuta uruguayo, defensor del derecho a vivir el sexo como singularidad, no encarnación de una destreza homogénea y universal.

Llamar impotencia a la falta de erección genera más problemas que soluciones porque constriñe el desempeño sexual al logro de una turgencia concebida en términos de poder, importancia y rendimiento, puntualiza Campero en su libro Eróticas marginales, género y silencios de lo (a)normal, publicado en 2018 por la editorial Fin de siglo.

Incluso el concepto disfunción eréctil, más aceptado hoy en el argot médico, es también prejuicioso, porque apunta a una construcción del fenómeno centrada en la funcionalidad que otros perciben y no en lo que el sujeto desea y siente en cuanto a goce erótico.

Antes de decirle a un hombre que «padece» impotencia, sería justo explicarle que no siente placer porque no logra sentirse cómodo o conectado con sus deseos más allá de lo impulsivo, lo automático, esa obligación de hacer algo «sexualmente importante».

Ese es el resultado de una educación sexual falocéntrica, cuantitativa y competitiva, que mide el desempeño por el éxito de la penetración. Quien no cumple ese «privilegio» se siente castrado, descorporizado, y vive su sexualidad desde la angustia de un «deber poder» que ignora el peso de querer o no hacerlo, aunque sea inconsciente.

Profesía autocumplida

Estar excitado es mucho más que tener el pene erecto. Si el hombre se focaliza en demostrar «potencia», no vivirá una experiencia placentera para todo su ser, mucho menos si sufre por no lograrlo de inmediato, pues «para tener sexo hay que querer disfrutar del sexo», remarca Campero.

Cuando el hombre percibe  cambios en su patrón eréctil empieza a sospechar patologías o asume que ha llegado la edad de «retirarse», pero el problema real no es la falta de erección, sino la angustia generada por la posibilidad de esa falta, explica el citado terapeuta.

Las disfunciones se manifiestan en una o varias fases de la respuesta sexual como inhibición de la capacidad física y/o emocional de reaccionar a estímulos que el sujeto aprendió a evaluar de adecuados, pertinentes y suficientes porque así funcionan (o eso cree él) para todos.

El prefijo dis indica que con frecuencia no se funciona del modo planeado, pero no es una enfermedad: si acaso síntoma de otras, como la diabetes mellitus o daños en el sistema cardiovascular. Tal vez sea su modo de reaccionar al estrés o a circunstancias que lo contrarían, y aunque pretenda ser «todo un hombre», su cuerpo sabe que necesita otra cosa, no penetrar a cualquier precio para rendir culto al falo, como si la virilidad no se codificara en otros lenguajes.

El hombre actual aprende a sentir vergüenza, angustia e incluso soledad cuando transita (o teme) una dificultad eréctil. Le faltan referentes más allá del folclore prejuicioso o la engañosa publicidad de una industria de «soluciones sexuales» que explota sus inseguridades y refuerza pensamientos y emociones amenazantes. Así es difícil conseguir calma reflexiva para captar el mensaje que su «flojera» intenta mostrarle.

Para disfrutar es importante vivenciar el goce de la otra parte, pero no al punto de limitar la experiencia por estar pendiente de su validación. Como corporalidad sexual, el hombre tiene una piel sensible que se expresa al dejarse tocar. Algunas cosas le excitan y otras no, y es su derecho aprender a reconocerlas: sentir no es privilegio femenino ni algo atrapable por la racionalidad o la voluntad.

Campero sugiere naturalizar en el repertorio de conductas masculinas esperables esa respuesta discontinua que alerta sobre las emociones o el entorno, no aferrarse a la idea de una erección en cuanto comienzan los escarceos eróticos.

La pasividad del pene es un mecanismo de silencio corporal que permite «escuchar» otras caricias sin el apuro de hacer algo que valide la masculinidad. En lugar de asociarlo a problema o fracaso, vale aprovecharlo para intencionar un diálogo de caricias, besos y abrazos significativos.

Funcionar bien tiene que ver con divertirse y pensar claramente sobre lo que se desea y siente en realidad, no con respuestas automatizadas y mandatos sociales. Un hombre maduro debería saber que su autoestima sexual no se sostiene solo a través de miradas de deseo-admiración por su pene… y más le vale al joven descubrirlo pronto, para que saboree por más tiempo una sexualidad autónoma, no basada en halagos o censuras ajenas.

 

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.