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Extraña prescripción

En ambos lados del mostrador, hay de todo como en botica. Pero en la farmacia de Avenida 51 y 126, en el municipio capitalino de Marianao, Ofelia Moraima Rodríguez, experimentó algo insólito el pasado 6 de diciembre.

«Mientras esperaba mi turno para ser atendida, pues solamente atendían tres empleadas y otras cuatro estaban en otras funciones o conversando, me fijo en que una de ellas está sacando de sus estuches los tubos de Triamcinolona, juntamente con las prescripciones que llevan dentro».

Observadora, Ofelia Moraima siguió visualmente la trama: los estuches los botaba con los prospectos, y los tubos los agrupaba y los ponía en una caja en el estante. Así hizo con otros medicamentos que vienen en ese tipo de envase. Así le despacharon la Neomicina a ella: sin estuche ni prescripción.

Perspicaz, Ofelia Moraima le pregunta a la dependienta por qué ese «desarme». Y la misma le responde que es porque en el refrigerador no caben tantas cajas. Persistente, Ofelia Moraima inquiere sobre los tubos agrupados en el estante, y ella le responde que «es para ponerlos en otras cajas y quepan más; además, se ve mejor el estante».

Decidida, Ofelia Moraima le argumentó a la empleada que el país se gasta recursos en las envolturas de los medicamentos, y en las prescripciones para orientar a los consumidores. Y la empleada le señaló que ella era una empleada y recibía órdenes.

Ofelia Moraima ha visitado otras farmacias, y nunca había presenciado esta modalidad de streap tease de medicamentos, que puede estar fundado en muy buenas intenciones, pero contradice los principios de la medicación. «Hay que ver para creer», me confiesa la señora.

La segunda carta es de una consumidora o cliente que se siente engañada o desprotegida por otro tipo de prescripciones: Miriam Martín Valdés, vecina de Felipe Poey 164, bajos, entre Estrada Palma y Libertad, en Santos Suárez, municipio capitalino de 10 de Octubre.

Cuenta la lectora que en febrero pasado, por el aniversario de bodas, con no pocos sacrificios su esposo compró una lámpara de contacto, que permanece a oscuras, puro adorno junto a su cama, como si el amor se hubiera apagado.

El problema es que cuando el esposo de Miriam adquirió la lámpara en la tienda —no especifica dónde— no le «alumbraron» en cuanto a que para ella, por sus características, ya no hay bombillos en el mercado cubano. «¿Dónde están entonces la protección al consumidor, el respeto y la consideración a la economía de las personas? ¿O es que el problema es salir de las mercancías a como sea?», pregunta Miriam.

Y Jorge Herrera tiene una sugerencia interesante, teniendo en cuenta la grave situación del transporte de pasajeros en la capital del país.

El remitente, quien reside en Porvenir 514, apartamento 3, entre Tejar y Pocito, en el barrio habanero de Lawton, sugiere que podría pensarse en una flotilla mínima de ómnibus, así como lo tienen empresas y centros laborales, para garantizar el traslado de médicos y personal asistencial hacia los hospitales donde laboran.

La flotilla tendría un recorrido estricto, puntos de salida y de recogida centrales, y rigor en la presentación de un pase. Favorece la iniciativa el hecho de que los hospitales en la capital, por lo general están concentrados en áreas muy específicas.

Aclara el remitente que ni él ni sus familiares laboran ni mucho menos en el sector de la salud, pero sí considera que lo agradecerían mucho los pacientes.

Francisco Reyes me escribe desde Florida, provincia de Camagüey para elogiar la conducta de un buen chofer, en contraste con tantos «ciego-sordos» insolidarios.

Cuenta él que el pasado 2 de diciembre hizo un viaje a la ciudad de Camagüey en un ómnibus Girón de la Base de Ciego de Ávila. Israel García, que así se llama el chofer, iba recogiendo pasajeros en el camino mientras cupieran, y les cobraba lo establecido, sin la «búsqueda» con la desgracia ajena. «Ojalá todos fueran como él, sentencia. Confío en que algún compañero de su base pueda leer este reconocimiento y se haga público ante su colectivo laboral».

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