Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Alertas del caso Drinki

Refresco adulterado. Esta sección lo reflejó el pasado 2 de febrero. Lugar: restaurante El Potín, de Línea y Paseo, en la capital. Fecha del suceso: 8 de enero de 2007, a las 7:45 de la noche. Víctima: Alba R. Fajardo, residente en Estrella 458, entre Gervasio y Belascoaín, Centro Habana.

La señora adquirió allí una botella grande de refresco de naranja Ciego Montero, al precio de 1.65 CUC. Pero al abrirla, cuando llegó a su casa, descubrió la estafa: el contenido era refresco Drinki en polvo, disuelto en agua, vaya a saber qué agua.

Alba no retornó al Potín a reclamar sus derechos y apeló a esta columna, el asidero de cualquier ciudadano burlado...

Y he aquí que responde Luis T. López Herrera, director de la Empresa Provincial de Restaurantes de Lujo, a la cual pertenece El Potín. El funcionario precisa que, de inmediato se personaron en El Potín los compañeros de Control de la Calidad de la empresa, y tomaron muestras de seis litros del lote en cuestión, que estaba en venta, pero no pudieron detectar ninguna irregularidad.

Fueron a visitar a la consumidora a su domicilio, y la misma había partido para el interior del país, por lo cual tuvieron que aplazar el encuentro, que al fin se efectuó. Los días transcurridos, y el hecho de que Alba no hubiera reclamado sus derechos ese día, impidieron precisar qué dependiente le había vendido aquella tramposa bebida.

López precisa que, no obstante, se reunieron en El Potín con la administración del centro, las organizaciones y el colectivo de trabajadores, entre ellos la brigada que laboró en ese turno. Allí se informó del aleccionador suceso, y se alertó severamente del mismo.

Sumamente avergonzados visitaron nuestra redacción López, el administrador de El Potín, y el Secretario del Comité del Partido en la empresa, quienes, además de la carta de respuesta, nos aseguraron que tal descrédito no puede repetirse.

Para ello, refieren, tienen allí un Comité de Protección al Consumidor, que está responsabilizado con actuar inmediatamente ante cualquier queja de un cliente, y tomar las medidas que se deriven de ello.

Lecciones de esta historia: siempre hay un ojo que te ve. Los de El Potín deberán hilar fino para evitar cualquier penosa fisura de ese tipo, que puede echar por la borda cualquier esfuerzo. Y el cliente tiene que exigir por sus derechos en el mismo escenario de los hechos. A tiempo. Como dicen por ahí: al burro hay que darle los palos cuando se cae.

Pero no más se cierra un caso de la gastronomía, y llega otro. Ah, la gastronomía, esa asignatura pendiente en la sociedad cubana, con tantos desaprobados...

La segunda carta es una queja sobre el restaurante El Criollo, situado en esa hermosa zona de Los Pinitos, en el malecón de la ciudad de Cienfuegos. Y la envía Guillermo González, residente en el edificio 55 (12 plantas), apartamento 217, reparto Pueblo Grifo, de la Perla del Sur.

Cuenta Guillermo que el pasado 14 de febrero, y previa reservación para las 7 p.m., fue con su novia a comer a ese restaurante. Cuando llegaron ilusionados, les comunicaron que la misma había sido transferida para las 8 p.m. Una hora de retraso... pero 14 de febrero, se decían...

Cuando llamaron los turnos, el nombre de su novia no aparecía. Tuvo que hacer gestiones y esfuerzos. Habló con el segundo administrador. A los 15 minutos los pasaron y los ubicaron en una mesa, pero «no se nos dio una respuesta por aquel “error”».

A la hora más o menos, la capitana les llevó la carta, que nunca recogió. Fue el segundo administrador quien les hizo el pedido, apenado porque no los habían atendido. Guillermo inquirió por el atraso, y le respondió que se había acabado el gas. «¿Es lógico que esto ocurra sin que haya pronta solución?», cuestiona en su carta.

No pudo beber ni una cerveza pues se habían acabado. Y para colmo, les sirvieron la comida nada más y nada menos que a la una y cinco de la madrugada. «Es una falta de respeto. Era un día especial, y solo lograron hacernos tener un mal recuerdo del 14 de febrero. Parece que no le tienen amor al trabajo», concluye Guillermo.

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